miércoles, 3 de octubre de 2012

DEVELANDO EL GRAN MISTERIO (PARTE II)


Una respuesta al misterio, que vale la pena considerar


Antes de proseguir, quiero dejar muy claro que en esta segunda parte no voy a empeñarme en hacer una "demostración" exhaustiva de la existencia de Dios. Ni mucho menos. Así que no crea aquel que esté leyendo este documento y tal vez se autodenomine “ateo”, que voy a explayarme en una fogosa apología teológica y filosófica para convencerlo de que sí existe un Dios Todopoderoso. Pienso que es una verdadera pérdida de tiempo tratar de convencer a alguien que se siente demasiado lleno de sí mismo y se considera sabio en su propia opinión, para que crea en algo que es tan evidente por sí mismo y que no necesita de explicaciones ni demostraciones complicadas, como sí la necesitan esos modelos matemáticos que devanan la cabeza de los científicos y que, por más que parecen estar alcanzando la verdad, siempre desembocan en la misma conclusión: Hay que seguir investigando… ¡Pero ánimo, que ya casi se descubre el misterio del Universo!, ¡falta un pelito!... Y ese "pelito" se hace tan largo e interminable, que me recuerda a esas líneas matemáticas llamadas asíntotas, que mientras más se acercan a un determinado punto del plano cartesiano, tanto más imposible se hace que lo alcancen y lo toquen. De manera que los científicos, con aire de arrogante antropocentrismo, prefieren llamar Principio de Incertidumbre[1], o azar, o cualquier otro término conveniente, a eso tan nebuloso que no les deja avanzar y llegar hasta la causa última de las cosas… ¿Por qué sencillamente no lo llaman “Dios” y admiten que no se las saben todas? ¿Que la razón humana y la genialidad no bastan? Ciertamente, sería mucho más fácil y menos engorroso darle un simple vistazo a la complejidad y el orden de la realidad que nos rodea, desde un minúsculo átomo hasta las gigantescas y misteriosas galaxias, o desde una pequeña célula hasta el complejo y admirable cuerpo humano, entre tantos otros que se podrían enumerar, para comprender que todo esto fue, sin lugar a dudas, algo asombrosamente diseñado, creado y sometido a un funcionamiento perfecto. Y, bueno, personalmente no creo que el autor de todo esto se llame Azar

Como dijo alguna vez el apóstol San Pablo, el hombre no tiene excusa para negar a Dios, ya que Su existencia y realidad se hacen claramente visibles a través de las cosas creadas. En otras palabras, el que quiera una prueba de que Dios existe, pues simplemente mire a su alrededor y contemple las obras del universo, ya que todas esas cosas no aparecieron solas ni por azares de una fuerza ciega e impersonal.



Mi propósito no es, pues, demostrar que Dios existe, sino plantear la existencia de ese Dios como la respuesta definitiva al gran misterio del universo y la vida, que es la idea central de este texto. Es decir: mi objetivo es describir la acción protagónica de Dios en el devenir de la realidad cósmica, presentándolo no sólo como la suprema causa de todas las cosas, sino como el absoluto sustentador, gobernador y árbitro de los destinos de dicha realidad, que en su infinita misericordia quiso proveer al hombre un camino para llegar hasta Él y hacerle partícipe de Su propia vida celestial. De modo que si usted, amigo lector, se considera ateo, agnóstico o escéptico a ultranza, es mejor que no continúe leyendo este artículo. O si lo hace, es bajo su propia responsabilidad, y aprovecho entonces para invitarle a que por un momento haga a un lado sus prejuicios e ideas preconcebidas (o peor aún, su amargura y resentimiento contra ese Ser al que usted ve como horripilante y malo porque no actúa como usted cree o supone que debe hacerlo), para que se dé la oportunidad de considerar otra alternativa a ese derrotero de vida vacía y carente de significado que lleva (aunque afirme sentirse muy completo y satisfecho).

Para empezar, quiero hacer referencia a un  proyecto sin precedentes en la historia de la humanidad, que fue concebido en la mente de Dios desde el principio de los tiempos, pero que se materializó hace casi veinte siglos cuando Él mismo, tomando forma de hombre, visitó este planeta y caminó entre nosotros con el fin de hacernos partícipes de ese plan maravilloso, entregando a la humanidad una importante enseñanza de profundas implicaciones para su vida como especie, que le permitiera actuar de acuerdo con los parámetros de dicho plan, hasta que llegara el momento de culminarlo en las postrimerías de la historia del mundo . 



Para conocer ese proyecto divino, es necesario introducirnos en un concepto que seguramente le resultará muy familiar al lector por la amplia difusión que tiene actualmente a lo largo y ancho del planeta. Estamos hablando del llamado "Evangelio de Jesucristo", una enseñanza que a pesar de estar tan extendida y tener millones de seguidores nominales entre las diferentes ramificaciones o facciones que conforman la religión cristiana, paradójicamente nunca ha gozado de una plena aceptación entre la sociedad, ya que a través de la historia se ha visto implicada en fenómenos socioculturales de gran trascendencia e impactos bastante negativos, que la han hecho caer en el descrédito y a ser radicalmente rechazada y estigmatizada por numerosas corrientes de pensamiento filosófico, religioso y político que la ven como una deplorable enfermedad histórica. Sin embargo, al examinarla más a fondo, con una actitud serena, objetiva, y libre de prejuicios, nos encontramos con que se trata de un poderoso mensaje que no debería ser descartado bajo ningún concepto, sino que por el contrario debe reconsiderarse, estudiarse y aplicarse, ya que su correcto entendimiento eleva al ser humano a las más altas esferas del ser que éste pueda imaginar... Y eso es lo que a continuación me dispongo a demostrar.


La palabra evangelio viene de la expresión griega "ev-anghélion" que se traduce como “Buen Mensaje” o Buena Noticia”. Así que, hablar del evangelio de Jesucristo, es hacer referencia a una buena noticia que hace alrededor de dos mil años fue anunciada por una figura excepcional y sorprendente que causó gran conmoción entre los habitantes de la histórica e importante región de Palestina, y que fundó uno de los movimientos religiosos más influyentes de todos los tiempos, cuya expansión en el mundo entero, de una u otra forma, y a pesar de los esfuerzos que se han hecho a lo largo de los siglos por eliminarlo, sigue siendo imparable: Jesús de Nazaret.

Sin embargo, no pretendo hablar aquí del Jesús mitológico que muchos eruditos anticristianos quieren presentar, cuando afirman que la historia de este personaje es un supuesto “plagio” de antiguos mitos pastoriles y solares de origen sumerio, egipcio, griego, persa e hindú (como el de Tammuz, Horus, Dionisio, Attis, Mitra y Krishna[2]). Mitos que, si bien existen y tienen grandes similitudes con la historia de Jesucristo, en realidad surgieron de un proceso en el que se mezclaron la observación de los cambios y fenómenos que experimentaba la naturaleza durante las estaciones climáticas (que son causadas por las distintas posiciones del Sol en el firmamento a lo largo del año), y unas realidades psicológicas muy profundas que han existido en el ser humano desde siempre.


De hecho, los estudiosos de la mente y la conducta humana saben que en las profundidades del inconsciente existe un fuerte sentimiento de culpa, una inexplicable sensación de haber pecado contra “algo” superior y poderoso, de carácter divino, que nos excluyó de su presencia y nos condenó a llevar una vida miserable y trabajosa. Se denomina arquetipo de culpabilidad y es motivo de gran intriga entre los psicoanalistas, quienes han sugerido varias explicaciones al respecto sin que alguna de ellas sea lo suficientemente satisfactoria. Dicha culpabilidad exige un castigo, una expiación, y se encuentra directamente relacionada con otro antiquísimo e importante arquetipo de la mente llamado el Salvador, que consiste en la idea de un personaje con características sobrenaturales que tiene la capacidad y la virtud suficientes para interceder por el hombre ante el poder divino, librarlo del castigo y la destrucción que su culpabilidad exige, y elevarlo de su condición miserable e indigna a un estado de perfección.

Ahora bien, los pueblos de la Antigüedad, especialmente los del hemisferio norte, y más concretamente los del Cercano y Lejano Oriente (pioneros y artífices de nuestra actual civilización), siempre relacionaron a su deidad principal o alguno de sus dioses más importantes con el Sol, por ser el astro que nos brinda luz, calor y vitalidad, y que con sus potentes rayos fecundiza y rejuvenece la naturaleza, sustentando de esta manera al mundo conocido y salvándolo de la oscuridad, el frío y la muerte. Y esta veneración los llevaba a observar muy cuidadosamente los movimientos, ciclos y fenómenos asociados al astro rey con el propósito de conocer e interpretar la historia de esa deidad.

Así por ejemplo, notaron que a finales del otoño y comienzos del crudo invierno, el dios sol, que se veía tan lejano, opacado y oscuro en las regiones del sur, empezaba desde el día 25 de diciembre a cambiar su posición de salida a lo largo del horizonte oriental, en sentido sur-norte, iniciando así un nuevo ciclo anual que debía traer consigo las anheladas estaciones de luz y calor para el mundo, lo cual sin duda significaba que el dios sol había nacido. Además, durante la noche del día 24 y la madrugada del 25, la estrella Sirio (la más brillante del cielo y perteneciente a la constelación Can Mayor) se encontraba en línea recta con las tres estrellas del cinturón de Orión (hoy conocidas como “Los Tres Reyes”), señalando todas al punto por donde sale el astro rey aquel día, como señal de que tres grandes personajes eran guiados por una brillante estrella hasta el lugar de nacimiento del salvador del mundo, al cual iban a rendirle homenaje.




Asimismo, pudieron observar que a lo largo del año el sol efectuaba un viaje en el cielo que lo llevaba a recorrer cada una de las doce constelaciones del Zodíaco, y de ahí surgió la historia de los 12 fieles discípulos que acompañan al salvador de la humanidad en su peregrinaje por el mundo. Pero eso no era todo: resulta que hacia el 22 de diciembre, y después de haber descendido lentamente por el horizonte oriental hacia el sur durante todo el año, trayendo consigo el temido invierno de oscuridad y esterilidad, el dios sol se quedaba estático – moría - en el horizonte, justo cuando encima de él aparecía la constelación de la Cruz, lo cual fue interpretado, efectivamente, como la muerte del salvador en la cruz. No obstante, luego de tres días de permanecer “muerto” (desde el 22 hasta el 25 de diciembre, cuando comienza a ascender), el dios sol volvía a vivir – resucitaba - en medio de la crudeza del invierno, para inaugurar un nuevo ciclo que, como ya se dijo, debía traer luz, calor y fertilidad (las estaciones de primavera y verano, que siguen al invierno), actuando precisamente como ese Salvador anhelado en el inconsciente que carga con la culpa e intercede a favor del hombre para librarlo de la condenación.




De este modo comenzaron a surgir, entre esos pueblos, historias ficticias sobre un salvador solar que nacía el 25 de Diciembre, era adorado por un séquito de tres reyes, ejercía un poderoso ministerio de milagros y prodigios acompañado por 12 discípulos, era traicionado, ultrajado y crucificado para expiar los pecados de la humanidad, y finalmente resucitaba para hacer efectiva la salvación po
r la cual se ofrecía en sacrificio[3]. Observe la siguiente imagen donde podrá apreciar este paralelismo entre algunos de los diferentes mesías de los pueblos antiguos y Jesús de Nazaret. 



¿Significa todo esto entonces que la historia de Jesús de Nazaret, por ser tan similar a la de estos “mesías” solares pre-cristianos, es un completo fraude y una copia de mitos paganos de Oriente? En ninguna manera. En primer lugar, estos salvadores solares (Tammuz, Horus, Attis, Mitra, Krishna, etc.) han sido siempre considerados por la Historia oficial como seres ficticios y mitológicos pertenecientes a los panteones de las diferentes culturas a las que pertenecieron, y nunca han sido presentados como seres que realmente vivieron entre los humanos, pues  no se pueden aceptar como “reales” personajes inciertos a los que no se les ha contextualizado en un lugar y una época determinada, y que tampoco han estado involucrados de una manera clara en el devenir histórico del mundo. Incluso los mismos pueblos que los crearon (a excepción tal vez de unos cuantos), nunca hablaron de ellos de manera concreta y realista, como para darles validez histórica, sino que generalmente se refirieron a ellos en términos fantásticos y metafóricos, dando a entender que no se trataba de seres que realmente existieron alguna vez en el mundo, sino de significantes de una realidad espiritual y psicológica. 


Caso contrario a lo que sucede con Jesús de Nazaret, quien desde un principio ha sido presentado por la historiografía evangélica y secular como un ser real que habitó en un espacio geográfico concreto (la tierra de Palestina) y en una época determinada y verificable, como puede verse en los siguientes textos:

Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria
                                       – Lucas 2:1, 2 -

En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás…”                            
                                         -Lucas 3:1, 2

Estas indicaciones, sin duda, invitan al lector a que corrobore esos datos históricos y entienda que se está hablando es de un personaje real y no mitológico, ubicado en un lugar y un tiempo específicos… ¿Por qué no sucede lo mismo con las historias de los mesías solares?

Téngase en cuenta, además, que el Cristianismo de los primeros siglos fue un poderoso movimiento carismático que se extendió velozmente por todo el Imperio Romano y aún por fuera de él, e impactó y afectó profundamente la historia de Europa, África y Asia occidental en poco tiempo. Y no precisamente porque el gobierno lo mirara con buenos ojos, pues es bien sabido que los emperadores romanos ordenaron terribles y sangrientas  persecuciones contra los cristianos, por el hecho de profesar creencias diferentes que amenazaban su régimen esclavista e idólatra, lo cual hace que me pregunte lo siguiente: ¿Acaso puede un simple mito, copiado de otros mitos más antiguos, tener tan profundos efectos en una sociedad acostumbrada a ese tipo de relatos fantásticos - como lo era la romana - y que además le era contraria? ¿Eran acaso tan ingenuos los que se convertían a esta nueva fe como para no darse cuenta de que la historia de Jesús era un plagio de mitos que ellos mismos ya conocían? ¿Qué cosas veían o experimentaban en sus vidas las personas que se convertían al Cristianismo, para que lo hicieran de forma masiva y con tanto fervor?, porque si algo queda claro es que no lo hacían simplemente por haber escuchado sermones bonitos de los predicadores ambulantes, sino porque había algo más, profundo y contundente, que lograba impactar lo más recóndito de sus conciencias... Y personalmente no creo que un personaje mitológico, inventado por un grupillo de 12 ó 13 judíos alucinados, pudiera lograr esto.


Porque si Jesús de Nazaret fue inventado por San Pablo y los apóstoles (como alegan varios investigadores anti-cristianos), ¿por qué el Talmud, una extensa obra sobre tradiciones judías, habla acerca de él tachándolo de impostor, endemoniado y mago, pero sin negar que efectivamente existió e hizo milagros? ¿Por qué se convertían las personas por millares, en todos los rincones del Imperio Romano, con un fervor tal que incluso estaban dispuestas a sacrificar sus vidas por amor a Jesús? Que no me digan que era porque los impulsaba a hacerlo un fanatismo irracional, similar, por ejemplo, al de los musulmanes, porque estas personas nunca han manifestado precisamente una actitud de pasividad, mansedumbre y humildad como la que caracterizaba a los primeros cristianos, sino más bien un fervor histérico y violento.


Tampoco me digan que era que San Pablo y los apóstoles tenían un gran poder de convencimiento y dominio sobre las masas, porque la hazaña que ellos lograron no ha sido igualada por ninguno de los líderes más carismáticos y persuasivos de los que se tenga noticia. ¿Será que hay hombre alguno en este planeta que tenga tanta capacidad sugestiva como para convencer a mucha gente, durante mucho tiempo, y en muchas partes, para que estén dispuestas a dedicar sus vidas y a sacrificarlo todo por amor a un invento de su propia imaginación? ¿Podrá un simple invento de un grupo de mequetrefes permear e influenciar de tal manera la historia del mundo, en todos los campos (religión, ciencia, educación, arte, economía, política, etc.) como lo ha hecho la historia de Jesús de Nazaret?


Es más, si los escritores de los evangelios estuvieran mintiendo y se hubieran inventado a Jesús (como dicen los eruditos anticristianos), entonces eran unos verdaderos tontos, puesto que dieron detalles que cualquiera hubiera podido investigar y desmentir, como los nombres de gobernantes, lugares y acontecimientos relativamente recientes que todavía estaban en la mente de las personas a quienes fueron dirigidos los escritos evangélicos, y por lo tanto se estaban arriesgando a que les descubrieran el engaño. Y como si fuera poco, tanto ellos como en general todos los que se convertían a esta nueva fe, estuvieron dispuestos a morir por Jesús, el mismo que ellos supuestamente se “inventaron”… ¿Quién sino sólo un desquiciado estaría dispuesto a morir por una mentira creada por él mismo? ¿Y si eran desquiciados, cómo es que lograron persuadir entonces a tantas personas, incluyendo grandes intelectuales de la época? Por donde se le mire, no tiene sentido negar la existencia histórica de Jesús de Nazaret.

Entonces, ¿cómo explicar esa semejanza que existe entre la historia de Jesús y la de los salvadores solares pre-cristianos? Paradójicamente, aunque el ser humano cuenta con un cerebro increíblemente prodigioso que le dota de sorprendentes habilidades intelectuales, no obstante sigue siendo incapaz de interpretar una gran cantidad de información que se encuentra escrita en la misma naturaleza, ante sus propios ojos. Ciertamente, si se analiza con cuidado una obra de arte, se puede obtener mucha información acerca del artista, pues en el arte el creador se proyecta en su obra. De igual forma, en la magna obra de la creación, está escrito quién es Dios y cuáles son sus propósitos (léase Romanos 1:20). Que no hayamos sido capaces de descubrir e interpretar estos asuntos es otra cosa, mas no significa que no estén allí. El gran proyecto de la Redención del hombre ya había sido planeado desde antes de la fundación del mundo  - como dijo alguna vez San Pablo - y no sería descabellado afirmar que fue previamente plasmado en los astros (léase San Mateo 13:35, San Juan 17:24, Efesios 1:4, 1ª Pedro 1:20, Apocalipsis 13:8, Génesis 1:14-18, Salmos 8: 3, 4), pues como dice en el Salmo 19:

"Los cielos cuentan la gloria de Dios,
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día,
y una noche a otra noche declara sabiduría.
No hay lenguaje, ni palabras,
ni es oída su voz.
Por toda la tierra salió su voz,
y hasta el extremo del mundo sus palabras (...)"


O como dice más claramente aún en el Salmo 97:6

                             Los cielos anunciaron su justicia,
  y todos los pueblos vieron su gloria

Y en el Salmo 98: 2, 3


"Yahvéh ha hecho notoria su salvación;
a vista de las naciones ha descubierto su justicia.
(...) Todos los términos de la tierra 
han visto la salvación de nuestro Dios..."

Es decir, en el firmamento, y a la vista de todos los pueblos, ya estaba anunciado el plan de Dios para redimir a la humanidad caída, pero los pueblos no lo supieron interpretar completamente. Hicieron interpretaciones parciales, especulaciones mitológicas, de acuerdo con su estado cultural y nivel de conciencia.


De hecho, al Mesías que esperaban los judíos el profeta Balaam lo llamó Estrella de Jacob (Números 24:17), Malaquías se refirió a él como el Sol de justicia (Malaquías 4:2), y en el libro de Apocalipsis se le llama a Jesús La Estrella resplandeciente de la mañana (Apocalipsis 22:16)Ahora bien,  todo esto, sumado a los arquetipos impresos en la mente inconsciente del ser humano (el de culpabilidad y el del salvador) dio como resultado la aparición de diversas historias por medio de las cuales se intentó explicar, o más bien exteriorizar, esas ideas inconscientes. En otras palabras, los antiguos pueblos “presentían” la inminente llegada, algún día, del verdadero Redentor de la raza humana, proyectaron este conocimiento intuitivo en una realidad ambiente que parecía corresponder a ese presentimiento, y lo expresaron a través de relatos sobre seres fantásticos que tenían todas las características del anhelado salvador arquetípico… Hasta el tiempo en que apareció el verdadero salvador, y el mito se convirtió en crónica.


Si no fuera así, y no existiera este presentimiento inconsciente en la humanidad primitiva sobre cómo iba a ser y qué iba a pasar con el Salvador cuando se manifestara, lo más probable es que cada cultura habría explicado los fenómenos solares ya descritos de diferentes maneras y no de formas tan sospechosamente parecidas, o si no, ¿por qué interpretaron, por ejemplo, que la estrella Sirio era un brillante astro que guiaba a tres reyes importantes que venían a adorar al salvador recién nacido, en vez de interpretar más bien que Sirio era un cuarto rey, o un pastorcito guía, o un profeta estupendo que dirigía a esos tres importantes personajes? ¿Por qué interpretaron que las 12 constelaciones del Zodíaco por donde pasa el sol corresponden a 12 discípulos, en vez de haberlas interpretado como doce milagros, doce lugares geográficos, doce pruebas o doce episodios por los que tenía que atravesar el salvador antes de morir? ¿Por qué suponer que al quedarse el sol estático y opacado por tres días significaba que el salvador moría, en vez de interpretarlo como una derrota temporal ante el dios del mal, o un largo sueño de tres días, o un viaje a otro mundo, o algo semejante?¿Por qué el salvador nace siempre de una mujer virgen y no de una mujer que ya ha tenido cópula con varón? ¿Por qué su forma de morir siempre es violenta y precedida por una gran humillación? ¿De dónde surge esa necesidad de expiación?


A propósito, y para concluir este subtema, es curioso notar que en la Biblia en ninguna parte se mencione específicamente a tres "reyes-magos", sino sólo a unos magoso sea astrólogos - de Oriente, sin aclarar su número (pudieron ser tres, cuatro, o más). La tradición sobre tres reyes-magos viene de un texto apócrifo (o sea que no está incluido en la Biblia) en el que incluso les dan los nombres: Gaspar, Baltazar y Melchor. Y con respecto a la fecha del nacimiento de Jesús, la Biblia también deja claro de manera indirecta que no pudo ser el 25 de diciembre porque en esa fecha el lluvioso invierno hacía intransitables los caminos de Palestina, y por lo tanto los romanos nunca citaban a un censo en esa época del año, como aquel al que asistieron José y María a la ciudad de Belén, donde la virgen dio a luz. Asimismo, los pastores que recibieron la visita de los ángeles, estaban a campo abierto guardando las vigilias con sus rebaños, algo que jamás harían en invierno (léase San Lucas 2:1-20), y por último, haciendo cálculos sobre las familias de sacerdotes que se repartían los turnos del servicio en el Templo de Jerusalén a lo largo del año (de acuerdo con la tradición judía), hallamos que el linaje sacerdotal que oficiaba en el recinto sagrado al momento de nacer Jesús ejercía sus funciones entre los meses de Septiembre y Octubre, lo que significa que éstos fueron los meses más probables para el nacimiento del verdadero Salvador.

Tampoco quiero hablar aquí del Jesús new age distorsionado que últimamente se ha venido presentando a través de los medios amarillistas y de ciertos libros sensacionalistas como El código Da Vinci, fruto de un claro afán comercial y de un vivo esfuerzo por llamar la atención del público morboso y mentalmente ocioso, que siempre está a la expectativa de la aparición de cosas novedosas y extravagantes para crear nuevos referentes a partir de ellas y convertirlas en objeto de un verdadero culto de esoterismo barato, que de un serio escrutinio histórico de los hechos[4]Honestamente, nunca me había topado con un libro tan lleno de tonterías e inexactitudes, que tuviera el cinismo de presumir un gran “rigor histórico”. Creo que es mil veces preferible leer “Las mil y una noches”, los “Cuentos de los hermanos Grimm”, las aventuras de “Kalimán” o las de “Flash Gordon”, que ese librillo tendencioso, porque de estas historias ficticias se sabe de antemano que son irreales, y por lo tanto se puede poner a volar la imaginación de una manera placentera y hasta productiva. Además, en ellas uno aprende al menos algo de cultura general, y no queda tan desinformado como con ese texto mediocre y mal intencionado escrito por el despistado (¿o malintencionado?) periodista Dan Brown.



Y por supuesto, tampoco tengo la intención de hablar de esos divertidos payasos medio esquizofrénicos que andan por ahí afirmando ser el mismo Jesucristo que regresó a la Tierra (léase San Mateo 24: 4, 5, 21-28), ni de ese extraño Jesús filósofo que presentan esos textos advenedizos de dudoso origen llamados Evangelios Apócrifos, que últimamente están de boca en boca, y que supuestamente fueron escritos por varios discípulos de Cristo entre los que se mencionan Felipe, Tomás, Santiago, María Magdalena e incluso Judas Iscariote, pero que a la luz de los estudios resultan ser obras de algunas sectas gnósticas heréticas que proliferaban por el Medio Oriente hacia los siglos II y III d. C.[5](exceptuando quizá algunos que sí parecen haber sido escritos por una línea discipular disidente), las cuales afirmaban poseer conocimientos secretos que el mismo Cristo le habría transmitido a su círculo de seguidores más íntimo[6]

En realidad, es bien sabido que la Gnosis, a pesar de su pretensión de encontrarse “íntimamente” relacionada con el Cristianismo, es el resultado de una mezcla de muchas tradiciones, mitologías y doctrinas diversas de distintas culturas del Lejano y el Cercano Oriente. Y, bueno, el hecho de que haya tomado un fenomenal impulso precisamente cuando el Cristianismo hizo su aparición en el mundo, me hace pensar en la “cizaña” que fue sembrada entre el trigo por obra de un enemigo malo en los campos del buen sembrador, según la parábola referida por Jesús en cierta ocasión (léase San Mateo 13: 24 - 30). No en vano fue tan refutada por cristianos primitivos como Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, Ireneo de Lyon, entre otros, quienes fueron discípulos de los propios discípulos de Jesús, y que en sus escritos advierten que la Gnosis es falsa, perversa y totalmente contraria a lo que Cristo enseñó.















Más bien, quiero hablar del Jesús cuya realidad histórica está fuera de toda duda razonable, y que vivió en la región de Palestina durante una época en la que el Imperio Romano se encontraba en todo su apogeo y extendía su poderío más allá de Europa, tanto al sur (en África), como al oriente (en Asia). Quiero presentar al personaje sin lugar a dudas más influyente de todos los tiempos, cuyo nacimiento incluso ha sido tomado por los historiadores como punto de referencia para dividir en dos la historia de la humanidad en un “antes” y un “después” de Cristo, y que sorpresivamente apareció en los ambientes rurales de la mencionada región del Oriente Medio predicando un mensaje en el que se revelaba una nueva forma de ver y de concebir la realidad, acompañado de una serie de prodigios impactantes y sobrenaturales, carentes de explicación lógica, que respaldaban dicha predicación, los cuales también llamaron rápidamente la atención del pueblo plebeyo y, por supuesto, de los líderes religiosos y políticos de la zona, que no tardaron en verlo como una seria amenaza para su ancestral régimen de monopolio sobre la población.

Yeshua ben Yoseph (Jesús hijo de José) nació en el pequeño pueblo de Belén Efrata, localizado en la provincia de Judea, durante el reinado de Herodes I El Grande, perverso monarca de esta región que gobernaba en nombre del emperador de Roma (en ese momento Octaviano Augusto César). Era hijo de un humilde carpintero judío llamado José y de su joven esposa María, ambos oriundos de la marginada y poco poblada ciudad norteña de Nazaret, en la provincia de Galilea. De profesión “carpintero”, el joven Jesús predicó su mensaje y ejerció su ministerio en medio de un contexto social y cultural bastante particular: el pueblo judío, una singular raza de origen semita que desde siempre ha ejercido una influencia fundamental en la historia del mundo. De manera que, para empezar a comprender la relevancia de Jesús de Nazaret y de su mensaje, es absolutamente necesario conocer los orígenes y las características de esta cultura.

De acuerdo con el relato bíblico, hace casi cuatro mil años un viejo patriarca semita de nombre Abram (llamado después Abraham[7]), nativo de la antigua ciudad de Ur (ubicada a orillas del legendario río Éufrates, en lo que hoy es Irak), recibió un llamado directo de Dios para que saliera de allí y se fuera con toda su familia rumbo a la tierra de Canaán, en Palestina, ya que el Ser Supremo tenía unos planes bien concretos y trascendentales con él como lo eran, en primer lugar, crear a partir de su descendencia un pueblo especial, único y distinto a todos los demás pueblos sobre la Tierra, del cual surgiera, a su debido tiempo, el anhelado “Salvador de la humanidad”; y en segundo lugar, darle a dicho pueblo una porción de tierra específica desde la cual ejerciera su papel como “nación de reyes y sacerdotes de Dios”: la misma Canaán. Estos planes debían ser confirmados mediante la celebración de un pacto, en virtud del cual Abraham y todos los de su casa se circuncidaron el prepucio como señal de la alianza con el Dios Omnipotente, en la que se comprometían a ser Su propio pueblo. 



Esta incipiente comunidad nómada de pastores y recolectores recibió el nombre de “Habiru” o “Hebreos” (la gente  de más allá) por parte de los habitantes de Canaán, y más tarde, cuando asumió el liderazgo del grupo el patriarca Jacob, nieto de Abraham, se les llegó a llamar Israelitaspor el nombre que Dios mismo le otorgó al nuevo jefe como premio a su tenacidad inquebrantable en la búsqueda del favor divino: “Israel”[8]. Por esa época, los integrantes de esta colectividad no sumaban más de unas setenta personas, que debido a ciertas circunstancias providenciales (en las que el penúltimo de los 13 hijos de Jacob, llamado José, jugó un papel fundamental) tuvieron que descender de Canaán a Egipto, donde habitaron cómodamente y se multiplicaron durante 430 años, llegando a convertirse en un numeroso pueblo de más de un millón de personas organizadas en 12 tribus, según el número de los hijos varones que tuvo Jacob[9].



Sin embargo, durante el reinado sucesivo de dos faraones anti-semitas (presumiblemente Seqernerme Tao y Ahmosis I, padre e hijo respectivamente) sufrieron una cruel opresión que incitó a Dios a levantar un líder de entre ellos mismos llamado Moisés, de la tribu de Leví, quien paradójicamente fue criado en la propia corte del faraón hasta su edad adulta, cuando tuvo la difícil tarea de libertar, en nombre de Yahvéh, el Dios de Israel, a los hebreos esclavizados en Egipto para conducirlos a Canaán (la Tierra Prometida).



Tras la espectacular liberación del pueblo[10], Yahvéh[11] se les manifestó a los israelitas como jamás lo hizo con ningún otro pueblo de la tierra, apareciéndoles por primera vez a los tres meses del masivo éxodo en una gigantesca nube de fuego que descendió sobre la cumbre del monte Sinaí, y desde la cual les hablaba con voz tronante. Pretendía iniciar con ellos algo así como un programa de formación y capacitación que los hiciese aptos para convertirse en "el Pueblo Escogido de Dios, y así dar cumplimiento a la promesa hecha a Abraham cuatro siglos antes. 




Sin embargo, era absolutamente indispensable que un pueblo que había de recibir semejante dignidad se caracterizara por ser una comunidad santa, es decir, con referentes y criterios normativos distintos a los de las demás naciones del mundo. Y por eso, antes que nada, debían dejar a un lado la idolatría (que estaba tan de moda por esa época), entre muchas otras costumbres, creencias e ideas que habría que ir depurando. De hecho, este programa de formación debía llevarse a cabo por medio de un estricto proyecto legislativo en el que primeramente se establecieron 10 reglas que Dios les exigía observar como garantía para que mantuviesen una buena relación con Él, decretos que se conocen como Los Diez Mandamientos, y que fueron entregados a Moisés en la cumbre del monte, escritos en tablas de piedra.

Pero además de éstos, Yahvéh les dio otro extenso compendio de leyes, que en conjunto con las anteriores se les llegó a conocer como La Ley Mosaica o Ley Judía, y que en total sumaban 613. Según Yahvéh, la salvación del hombre consiste en cumplir completamente esa Ley, ya que son los requisitos indispensables para alcanzar la vida eterna, llegar hasta Su presencia y gozar de Su favor (léase Levítico 18: 4, 5,  Ezequiel 20: 10, 11, 21  y Romanos 2:13). Y los israelitas, como sacerdotes exclusivos de Dios y partícipes de Sus misterios (ya que a ellos se les había manifestado tan abierta y directamente), tenían la importante misión de aprender, observar y a su vez transmitir a los hombres dicha Ley.



Sin embargo, lo que los hebreos nunca comprendieron (aún hasta nuestros días) es que ningún hombre es capaz de cumplir completamente la Ley, debido a su propia naturaleza pecaminosa (la "yetzer-hará") que no le permite someterse a ella. Es decir, el mal que habita en el hombre no le deja sujetarse a las leyes divinas (léase Romanos 8:7), y por la misma razón, todo ser humano desde que nace ya está destituido de la gloria de Dios y condenado a muerte eterna (léase Romanos 3: 9 – 12), pues además de que viene infectado con el mal, es incapaz de salvarse por sus propios méritos (léase Salmos 49, Salmos 51:5Romanos 7: 14 y Gálatas 2:16). En consecuencia, si no es capaz de salvarse por sí mismo, entonces es evidente que necesita un Salvador, es decir, alguien que realice por él esta misión de rescate imposible y que sea literalmente “súper humano”. 


En efecto, dentro de ese proyecto legislativo en el que Dios involucró a los israelitas, también debían llevarse a cabo una serie de rituales entre los cuales sobresalían los sacrificios de corderos, machos cabríos, carneros y becerros, que eran figuras simbólicas de ese Salvador que necesitaba la humanidad; es decir, tipificaban a alguien inocente y sin pecado que debía morir por los pecadores para detener el juicio implacable de Dios sobre ellos (léase Primera  de San Pedro 2: 24  y  Epístola a los Hebreos 10: 1 - 14).




No obstante surge una cuestión: si ningún hombre es capaz de cumplir la Ley, ¿entonces para qué se puso Dios a dársela a los judíos y a promoverla como regla de vida, si sabía que nadie iba a ser capaz de cumplirla? Pues bien, como lo dijo el apóstol Pablo, la Ley no fue dada como un medio para salvar a la humanidad, sino para que ésta tomara conciencia de su propio estado pecaminoso, abriera los ojos espirituales y pudiera ver su verdadera condición ante Dios (léase Romanos 7:7-13). En otras palabras, la Ley es el espejo divino que confronta al hombre consigo mismo y le permite darse cuenta de su propia miseria. Es un código normativo que ataca de manera frontal a nuestro ego y su natural narcisismo, diciéndonos sin rodeos que somos unos seres miserables, perdidos y enfermos, por más grandes, hermosos, talentosos, poderosos y justos que nos creamos... 

Ahora bien, después de celebrar un pacto con Yahvéh en el que se comprometían a venerarlo como el único Dios verdadero al cual no se debe representar con imágenes de ningún tipo, y a obedecerle de manera incondicional como correspondía a su nueva categoría de “Pueblo Escogido”, los hebreos tuvieron que soportar, debido a su insolente rebeldía contra Dios, una larga peregrinación de 40 años en el árido desierto que separaba a Egipto de su lugar de destino, al término de los cuales llegaron por fin a la frontera de Canaán, donde murió Moisés, quien previamente le había transmitido el mando a su servidor y aprendiz Josué, de la tribu de Efraín, que tuvo la misión de culminar el plan de Dios iniciando la larga y accidentada campaña de conquista de Canaán, que para ese entonces se encontraba habitada por siete clases de pueblos (Amorreos, Cananeos, Gergeseos, Heveos, Heteos, Jebuseos y Ferezeos), cuyo denominador común era el exhibir una horripilante perversión en sus costumbres y formas de vida, las cuales, según Yahvéh, los había llevado a contaminar la tierra de su heredad (léase Levítico 18: 24, 25).








Después de su establecimiento en la Tierra Prometida, los israelitas siguieron viviendo durante casi 400 años divididos en sus respectivas tribus, cada cual en el territorio que se le había adjudicado. Y a lo largo de esta época violaron en repetidas ocasiones el pacto hecho con Yahvéh al caer en muchos pecados execrables como el de la idolatría (con todos los actos repugnantes que ella implicaba), lo cual traía como consecuencia que de manera automática perdieran el favor divino y les sobreviniera alguna devastadora invasión por parte de uno de los tantos pueblos belicosos de los alrededores -entre los que merece destacarse el de los Filisteos-, que con sus atropellos hacían clamar a los hijos de Israel, lo cual movía a misericordia a Yahvéh, quien les levantaba entonces valientes héroes libertadores, llamados Jueces, cuyas proezas inducían al pueblo al arrepentimiento y a la reconciliación con Dios (léase Jueces 2: 8 – 23). De éste período merecen destacarse Otoniel, el primer juez, AodSamgarTolaJairDéboraBaracGedeónJeftéSansón y el profeta Samuel, el último de ellos, quien tuvo la importante misión de nombrar al que sería el primer rey de la nación unificada de Israel: Saúl, de la tribu de Benjamín, con el cual se inició el período de los Reyes.



















El segundo rey de Israel, y sin duda alguna el más importante, fue David hijo de Isaí (de la tribu de Judá, y famoso por su épico combate contra el gigante Goliat), quien trasladó la capital del reino a Jerusalén, y que por sus proezas y especial relación con Dios[12] llegó a convertirse en el prototipo del Príncipe de Yahvéh o Mesías (palabra que viene del hebreo Meshiaj” y que significa “Ungido” o "Untado con aceite"), un personaje espléndido que empezó a ser anunciado por los profetas del pueblo (especialmente Isaías) y que en un tiempo futuro habría de salvar definitivamente a Israel de sus enemigos, para después extender sus dominios al mundo entero, profecía que desde siempre fue interpretada por los hebreos en un sentido más materialista que espiritual, y que los condujo a cometer varios errores garrafales como el de llegar a engreírse y a despreciar a todos los demás pueblos de la tierra, sin comprender el verdadero propósito de Yahvéh que era el de salvar a todo el género humano, tomándolos a ellos como escenario inicial para el desarrollo de esa gran obra de la Redención.




Peor aún fue la degeneración que con el paso de los años sufrió el culto prescrito en la Ley Mosaica, el cual estaba orientado más a buscar el rostro de Yahvéh, a promover la misericordia, la justicia y la santidad entre el pueblo, que a la mera realización de los actos litúrgicos, así como la corrupción infame en la que cayó todo Israel, desde los reyes y sacerdotes hasta el pueblo raso, y que trajo como consecuencia, en primer lugar, la división del Reino israelita en dos: el Reino del Norte o Efraín”, y el Reino del Sur o Judá”. Y años más tarde, la deportación o exilio tanto de los israelitas del Reino del Norte (conquistado por los asirios), como de los judíos o israelitas del Reino del Sur, quienes fueron invadidos mucho después por los caldeos y llevados cautivos a Babilonia (cerca del año 598 a. de C.), donde estuvieron durante unos 70 años. Este fue el famoso período del exilio o del cautiverio[13], una época en que la promesa del Mesías libertador cobró una singular importancia gracias a la labor profética del sacerdote Ezequiel y del sabio Daniel, y se constituyó en una fuerte esperanza para el pueblo sometido y humillado por los goyim" o "gentiles (nombre con el que los judíos designan a las personas de las demás naciones del mundo).


Cuando Babilonia cayó bajo los persas, al mando del rey Ciro, los judíos recobraron la libertad como pueblo autónomo pero sujeto a Persia, y de esta manera pudieron regresar a su tierra natal en dos grandes oleadas: la primera, dirigida por el príncipe Zorobabel (aproximadamente en el año 538 a. de C.), y la segunda, 80 años después, por el escriba y sacerdote Esdras, quien años más tarde recibió apoyo en su función de liderazgo por parte del funcionario real Nehemías, copero del monarca Artajerjes e iniciador de los trabajos de reconstrucción de la derruida ciudad de Jerusalén, a donde llegó para fungir como gobernador. Una vez establecidos en la provincia de Judea (nombre que se le dio al antiguo Reino de Judá), y tras lidiar con los hostigamientos de varios gobernadores de algunas de las provincias vecinas que amenazaban con destruirlos, los judíos volvieron a florecer como nación, para luego quedar bajo la hegemonía de los griegos, quienes acaudillados por Alejandro Magno conquistaron el Imperio Persa, y más tarde, después de un breve período de independencia durante la época de los Macabeos, ser sometidos por los romanos.



Llegada esta época, y de acuerdo con los vaticinios de los profetas, la venida del anhelado Mesías parecía inminente. Aunque no se iba a tratar de un Mesías cualquiera: Según los judíos, debería ser un enérgico libertador y conquistador con mano de hierro, por cuyas venas corriera la sangre del recordado rey David, y que por tanto fuera, sin lugar a dudas, un humano como cualquiera, aunque singularmente ungido por Yahvéh (léase Salmos 2: 7 – 9,  Salmos 72: 8 – 12,  y San Mateo 12: 23, 22: 41, 42). Por eso ni siquiera se imaginaron, y jamás aceptaron, que este fabuloso príncipe guerrero fuese un simple carpintero de Nazaret, mal trajado, sumiso, hablador y al parecer idealista y milagrero, que tenía la osadía de igualarse al Ser Supremo autoproclamándose “El Hijo de Dios”, es decir, literalmente engendrado por el mismo Yahvéh: Jesús, a quien se le empezó a llamar “El Mesías” (Yeshua ha Mashiaj). No esperaban que ese mismo Yahvéh, creador del universo, que siglos atrás les hablara con voz tronante a los hijos de Israel desde el monte Sinaí, hubiese descendido a la Tierra como un hombre… y menos como un vulgar obrero de la plebe.





Ahora bien, la estructura del pensamiento religioso y filosófico de los judíos, es decir, el conjunto de sus creencias y concepciones, es bastante singular. Podría decirse que es único, comparado con el de las demás religiones del mundo. El pueblo hebreo apareció en un momento muy específico de la historia, cuando la idolatría y el politeísmo (creencia en varios dioses) abundaban en el mundo, para recordarle a la humanidad que existe un solo Dios, al que hay que venerar, el cual es espíritu, y que por lo mismo no se le puede representar por medio de imágenes de ningún tipo, ni siquiera con aspecto humano, ya que el hombre es un ser limitado, mortal y contaminado por la maldad, que a pesar de haber sido creado a “imagen y semejanza de Dios", no obstante corrompió esa imagen por el pecado que habita en su naturaleza caída. Así pues, no es de extrañar que los israelitas nunca usaran imágenes en su culto, lo cual ciertamente ha sido un hecho sin precedentes en la historia de las religiones.

Este Dios único y absoluto es un ser personal (es decir, con atributos de persona), eterno, perfectoautosuficiente, creador de todo lo que existe, e independiente y libre con relación a su obra creativa, por lo que no es este mismo universo y tampoco este universo es una modalidad de su sustancia (léase Génesis 1:1,  Isaías 40:26, 45:12, 18,  Salmos 8: 3, 102: 25 – 27, Hebreos 11: 3, Apocalipsis 4: 11). Por tanto, el cosmos como tal es profano, nada en él es divino, ni digno de ser adorado, ya que es obra del Creador, único merecedor de recibir la gloria y la honra (léase Romanos 1:18 - 25). Y es que justamente en eso consiste la idolatría: en otorgarle atributos divinos a un ser creado, vivo o inerte (como una serpiente, un toro, un rey, una estatua, el sol, la luna, etc.), lo cual no sólo se constituye en un verdadero insulto a la naturaleza perfecta de Dios, al compararlo con algo corruptible, sino que además convierte la poderosa y evolucionada mente del hombre en esclava de la nada y del sinsentido.


Con respecto al ser humano, la teología hebrea también afirma que éste fue creado por Dios, quien lo hizo “tricótomo”, es decir, compuesto de tres partes: cuerpo, alma y espíritu (léase Génesis 2:7,  Salmos 146: 3 y 4  y  Primera a los Tesalonicenses 5:23). El cuerpo es el envoltorio o "vehículo" material dentro de este mundo tridimensional. El espíritu es el “aliento de vida”, la energía que nos hace estar vivos (comparable a la corriente eléctrica que enciende un bombillo), y es también una especie de cuerpo sutil o "etérico” para las dimensiones metafísicas. Y el alma es el verdadero “yo”, donde residen la mente, la conciencia, la personalidad, la inteligencia, la voluntad y las emociones, y comienza a existir al mismo tiempo que el cuerpo, por lo que conceptos como la Preexistencia del almala Reencarnación o el Karma carecen de toda validez en este contexto, y sólo aparecieron en el ámbito judío -en sectas como la de los Esenios- en una época ya tardía (alrededor del siglo III antes de Cristo), cuando las Gnosis griega y oriental se empezaron a infiltrar en el Judaísmo como consecuencia de la influencia helenística que hubo en las tierras del Oriente Medio que formaron parte del imperio de Alejandro Magno (léase detenidamente Eclesiastés 4:3, 6: 3-5, y Hebreos 9:27).


La muerte es algo inevitable e irresoluble: es la inexistencia, la nada, y por lo tanto el alma también muere o "deja de ser" (léase Job 14: 7 – 12, Salmos 146:4 y Eclesiastés 9: 5, 6). En tiempos del Antiguo Testamento, los judíos tenían una visión pesimista sobre el destino final del alma, y creían que al morir ésta se disolvía en la nada o caía en un sueño eterno. Sin embargo, también creían en la posibilidad de que Dios, en un acto excepcional de amor y misericordia, podía sacarla de ese sueño y hacer que regresara a la existencia, incluso en otro mundo más allá del Sheol (ultratumba), que es el sitio a donde van todos los muertos, buenos y malos. Es decir, los antiguos judíos veían el alma como un elemento inmaterial que también llegaba a su fin junto con el cuerpo, pero que por el poder y la virtud de Dios podía volver a reactivarse si Él así lo deseaba. Esta creencia confusa y poco concreta de la teología hebrea, se encuentra reflejada en el libro de Job y de los Salmos. Sin embargo, en los tiempos de Cristo (Nuevo Testamento), tenía ya un elemento adicional, y era que esa aniquilación del alma no ocurría de manera inmediata, sino que 
antes debía ser sometida a un juicio que determinaría su destino eterno después de haber muerto en el plano físico. Según esta creencia, lo que sucede entonces al momento de fallecer, es que el alma entra en un estado de total inconsciencia e inactividad (se disuelve o desaparece) a la espera de su juicio, para recibir, después de éste, el respectivo premio o castigo al cual se haya hecho merecedora en vida. Este juicio, según algunos, ocurría en el mundo de ultratumba, y según otros, iba a ocurrir en el futuro, en la llamada Resurrección de los justos (léase San Juan 11:24), la cual habrá de acontecer en las postrimerías de la historia humana, cuando Yahvéh ejecute el temible Juicio Final sobre todas las naciones y erradique el mal de sobre la faz de la Tierra. Jesucristo fue un paso más allá cuando enseñó que, ese juicio del alma no sólo era una realidad, sino que además demuestra que el alma sí es un elemento independiente y diferenciado del cuerpo material que puede sobrevivir a la muerte o ser destruido, según los méritos que haya hecho.

Respecto al origen del mal, el pueblo judío ha atribuido su existencia y su acción en el mundo a un poderoso ángel creado por Yahvéh en una época indeterminada, a quien se le otorgó un alto rango en la corte celestial y se le dio el nombre de Lucero o Lucifer ("Portador de Luz"), un ser de belleza y poder excepcionales que, movido por el orgullo y la ambición, encabezó una violenta rebelión contra el Creador en la que logró sonsacar a una considerable cantidad de otros ángeles, por lo que fue expulsado del Cielo y maldecido eternamente (léase Isaías 14: 5 – 20, Ezequiel 28: 12 – 19,  San Juan 8: 44  y  Apocalipsis 12: 7 - 12). Desde entonces, su objetivo ha sido el de promover el mal en el universo y oponerse de una manera implacable a los designios de Dios, lo que le ha hecho merecer el nombre de “Ha - Satan” o Satanás ("El Adversario").



Esta poderosa y perversa criatura entró en contacto con la recién creada raza humana en un momento indeterminado de la historia, que se pierde en la noche de los tiempos, y de alguna manera logró infiltrar el veneno del pecado en su naturaleza todavía inocente e inmaculada, la cual, sin embargo, poseía instintos animales y primitivos que, gracias a la acción de esta fuerza maligna, fueron pervertidos y desnaturalizados, convirtiendo al hombre en un ser esencialmente maligno y enemigo de Dios (véase el relato de Adán y Eva en Génesis 3). 


El ser humano, que había sido designado como el dueño legal del mundo y sus criaturas, se rebeló contra Dios y quiso seguir su propio camino, pero lo único que obtuvo fue que el Altísimo lo destituyera de su posición honorífica, rompiera con él toda comunión espiritual y le quitara su respaldo paternal, lo que a su vez trajo como consecuencia que el Adversario tomara virtualmente el control del mundo y se convirtiera en una especie de “rey usurpador”, que empezó a manipular las mentes a su antojo y ejercer un gobierno espiritual tiránico (léase San Lucas 4: 5, 6, San Juan 10: 10,  Hechos 26: 17, 18, Segunda a los Corintios 4: 3, 4  y  Primera de San Juan 5:19). El único destino que le esperaba al hombre era el sufrimiento, la desesperación, la muerte y la condenación eterna (Romanos 6: 23), ya que al haber quedado impregnado de ese mortífero veneno del pecado, su ser empezó a experimentar un fuerte e inevitable impulso de destruir y hacer lo malo (compárese con la teoría de los instintos de Freud y con Romanos 7: 14-24). Además, su organismo saludable e inmortal, ahora gobernado por pasiones desnaturalizadas y malignas, comenzó a volverse débil y susceptible de contraer enfermedades, de envejecer y de morir.


El pecado se fue transmitiendo genéticamente desde nuestros primeros padres como una herencia maldita (léase Job 25: 4, Salmos 51:5  y Romanos 5: 12), y la especie humana entera se hizo abominable ante los ojos de Dios, quien decretó para ella condena de exclusión y muerte eterna (léase Génesis 3:19Job 14: 1 – 6  y Romanos 3: 9 – 12)


La única forma en que el hombre podría pagar o expiar esta terrible deuda de pecado que lleva a sus espaldas sería con su propia vida, ya que de este modo recibiría un justo y definitivo castigo por sus transgresiones, y además quedaría completamente aniquilada su naturaleza diabólica, que es la que lo induce a pecar. Porque, ¿cómo podría presentarse ante la presencia de Dios, que es perfecto, teniendo una naturaleza imperfecta y contaminada que continuamente lo incitaría a rebelarse contra la autoridad divina? (léase Salmo 24: 3, 4 y Primera a los Corintios 15: 50)

No obstante, si el hombre muere y es destruido en cuerpo y alma para que su mancha sea eliminada, y su pecado quede cancelado, entonces toda esperanza de llegar hasta el Ser Supremo y vivir eternamente en su Plenitud desaparece por completo, pues de cualquier forma será aniquilado. Por tanto, la salvación se convierte en algo imposible.

Sin embargo, según los judíos, Yahvéh proveyó la Ley para que el hombre pudiera obtener la salvación de su alma, siempre y cuando lograra cumplirla al pie de la letra… Pero Jesús de Nazaret - ¡Y aquí llegamos al meollo del asunto!- revolucionó todo este panorama al afirmar a través de su predicación que él mismo era el sacrificio que se necesitaba para que el hombre obtuviera la redención (léase San Mateo 26: 26 – 28San Juan 3: 16  y Romanos 5: 18, 19). Ninguna persona jamás podría obtenerla puesto que nadie es capaz de cumplir perfectamente la Ley. De hecho, todo ser humano ha sido engendrado con una semilla maldita e impura (léase Levítico 15: 16 - 19), y por lo mismo se encuentra contaminado y sujeto a la influencia del mal (como se podría deducir haciendo un paralelo con la teoría de los instintos de Freud)[14]

Debido a esto, se necesitaba un hombre perfecto, que no hubiese sido engendrado por varón sino por el mismo Dios (léase Primera de San Juan 3:9), y que por tanto fuese capaz de cumplir la Ley (léase San Mateo 5: 17, 18): es decir, alguien que aunque fuera humano, fuera a la vez divino (léase San Marcos 4: 38,  15: 34,  San Lucas 24: 41 - 43,  San Juan 11: 35,  Hebreos 2: 14,  San Juan 10: 30, 14:10  y Epístola a los Colosenses 2: 9); un puente que salvara el abismo entre Dios y los hombres; un mediador que reconciliara a la humanidad con el Ser Supremo, quien se había separado de ella desde el principio de los tiempos (léase Segunda a los Corintios 5: 18, 19  y  Primera a Timoteo 2: 5); un cordero expiatorio, como aquellos que ordenaba la Ley (léase San Juan 1: 1- 4, 14, 29). Y ese redentor fue entonces Jesús de Nazaret, quien como todos sabemos sufrió la espantosa muerte por crucifixión, luego de haber sido vejado y ultrajado con saña por consentimiento del Procurador romano Poncio Pilato, el cual obró por instigación del clero judío, en cumplimiento de lo anunciado por los profetas del Antiguo Testamento (Léase Isaías 53):


"(...) Mas él herido fue por nuestras rebeliones, 
molido por nuestros pecados; 
el castigo [que merecía] nuestra paz fue sobre él, 
y por su llaga fuimos nosotros curados. 
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, 
cada cual se apartó por su camino, 
mas Yahvéh cargó en él el pecado de todos nosotros (...)"























Finalmente brillaba una luz de esperanza para la humanidad en las benditas gotas de sudor, sangre y lágrimas, que en su inenarrable angustia vertió aquel "varón de dolores", quien era la materialización del más grande y osado proyecto concebido por la mente insondable de Dios, cuando decidió sumergirse Él mismo en las profundidades de la materia para manifestarse a esta raza caída y contaminada, en un misterioso proceso inalcanzable para la mente humana, el cual harían bien los teólogos si no siguieran tratando de explicarlo por medio de rebuscados y elocuentes conceptos filosóficos: el misterio de la manifestación de Dios en carne. 


De esta manera, el mensaje de Jesús se constituyó en una clara ruptura con el Judaísmo tradicional. Porque ciertamente los judíos, el pueblo de Dios, que iba tan bien encaminado, tropezó con la piedra de tropiezo, Jesucristo mismo, quien es el verdadero Mesías, el Redentor de la raza humana y que, como si fuera poco, y por increíble que parezca, es Dios mismo manifestado como un ser humano (léase Primera a Timoteo 3:16)


En ese orden de ideas, la Ley de Moisés no puede salvar a nadie, y con la obra realizada por Cristo en el madero de tormento, esforzarse por guardarla se vuelve algo inútil e innecesario; tan inútil  como el esfuerzo de un bebé que apenas gatea por alcanzar su biberón que está en lo alto del refrigerador (léase Hechos 15: 10, 11, 22 – 29,  Romanos 9: 30 – 33,  Primera de San Pedro 2: 6 – 8,  y  Gálatas 3: 11, 23 - 26).

Pero, ¿por qué era necesario que ese Salvador tuviera la doble naturaleza humana/divina? Obviamente, sería absurdo pensar que un ser humano cualquiera, contaminado como los demás, pudiera ofrecer su vida en expiación por todos los hombres (así sea alguien excepcionalmente bondadoso y lleno de virtudes), ya que con su sacrificio lo máximo que lograría sería pagar su propia pecaminosidad, es decir, saldar su propia deuda, pero no la de alguien más. Sin embargo, al morir un hombre engendrado directamente por Dios, y por tanto sin mancha alguna (puesto que Dios es el único ser perfecto), su sacrificio sería válido para cubrir la deuda de cualquier otro ser humano, que a diferencia de él sí sería una criatura infectada de maldad y, por tanto, condenada a muerte (léase detenidamente Job 4: 17 - 19). Es decir, la muerte de Cristo sirve perfectamente para reemplazar la mía, como también la de quien lee este texto, la de mi vecino, y la de cualquier otra persona que acepte ese sacrificio y crea en su poder expiatorio. Cristo muere en la cruz como hombre, en un acto simbólico en el que representa la destrucción del cuerpo y el alma (ambos contaminados) de todos aquellos que fuesen a CREER en Él, para que así no tuvieran que ser destruidos ellos mismos y automáticamente se les declarara inocentes (Romanos 6 : 6, 8: 3  y Segunda a los Corintios 5: 14 - 17)

¿Entonces por qué los cristianos también mueren, si Cristo ya murió por ellos?, podría preguntar alguno. Pues bien, resulta curioso analizar que en la Biblia, cuando se habla de la muerte de un cristiano, se dice que él simplemente “duerme” (Hechos 7:60, 1ª a los Tesalonicenses 4: 13, 14); en cambio cuando se hace referencia a la muerte de un pecador incrédulo se dice que éste “perece” (Job 8: 13, San Lucas 13: 1-5, 2ª a los Tesalonicenses 1: 8, 9). Por otra parte, no es necesario elucubrar mucho para entender que, en este mundo físico, todo está sujeto a las fuerzas de la desintegración y la corrupción, y por lo tanto el cuerpo también tiene que ser destruido (1ª a los Corintios 15: 50). Por eso la esperanza de vida eterna que tiene el cristiano de ninguna manera se cumplirá en este mundo físico, sino en el Reino de los Cielos, es decir, en el mundo o la dimensión de Dios, un plano de perfección incomprensible para la mente humana donde no existe la muerte ni las fuerzas del caos. Por eso cuando el cristiano “muere” lo único que ocurre es que su cuerpo se descompone, pero su alma sigue viva, ya sea en una estado de reposo o inconsciencia temporal hasta el día de la resurrección, o como parecen sugerir algunos pasajes de las cartas de san Pablo y san Pedro, van a un sitio de descanso a la espera de su juicio. 

Así pues, el magno sacrificio de Jesucristo se constituye en una “puerta de escape” para que los seres humanos, que antes estábamos destinados a morir en el olvido y nos encontrábamos sometidos bajo el régimen espiritual tiránico de Satanás, podamos salir ahora de ese temible imperio de maldad en el que esta malvada criatura ha convertido al mundo entero, sobre el cual obtuvo dominio legal cuando el hombre cayó en transgresión al principio de los tiempos (Hebreos 2: 14, 15). Y una vez fuera de ese reino tenebroso, la humanidad tiene la oportunidad de correr a refugiarse en un nuevo reino que aparece en escena para derrocar al diabólico: El Reino de los Cielos, el cual se encuentra representado en la figura de Jesús, el Cristo[15] (San Mateo 12: 28  y  San Lucas 17: 20, 21)

Dios nos está dando a los hombres la posibilidad de escoger entre seguir bajo el gobierno e influencia de Satanás o someternos a Su divino régimen (léase Hechos 26: 18), pues con la venida de Cristo, además de no encontrarnos obligados a seguir siendo esclavos de la maldad, tenemos plena libertad de huir al Reino de Dios. Eso sí, con la condición indispensable de ejercer verdadera fe en el poder salvífico que tiene la preciosa sangre derramada por el Redentor del mundo, la cual actúa como una especie de “sello” que le permite a Dios reconocer a sus redimidos, librarlos del temible Juicio que viene sobre la humanidad y darles amplia y generosa entrada a su magnífico Reino Celestial (Éxodo 12: 1–13, 21-23,  San Lucas 22:20,  Primera de San Pedro 1: 18, 19, Romanos 5: 8, 9  y Colosenses 1: 12 - 14)


Ahora bien, al resucitar de entre los muertos, Jesús recibe el título de Señor[16], que de acuerdo con las Escrituras y la idiosincrasia hebrea le corresponde exclusivamente a Yahvéh (Deuteronomio 10:17,  Salmos 8: 1, 136: 1 – 3,  Isaías 6: 1,  Hechos 2:36,  Primera a los Corintios 8: 5, 6Epístola a los Efesios 1: 20 – 22,  Epístola a los Filipenses 2: 8 - 11  y  Apocalipsis 17: 14). Debido a su perfecta justicia mientras fue humano (San Juan 8: 46,  Primera de San Pedro 2: 22), su injusto padecimiento por los pecadores que le permitió destronar a Satanás, el rey usurpador, y pagar el precio para obtener la redención del hombre (San Juan 12: 31, 32), así como su eterna naturaleza divina -puesto que es Dios mismo-, no pudo permanecer muerto sino que volvió a la vida, y adquirió todo el derecho de convertirse en el dueño absoluto del mundo entero (San Mateo 28: 18, Hebreos 1: 1, 2  y Segunda a los Corintios 5: 14, 15), el heredero legal de la creación del Dios Padre, Yahvéh, quien aún siendo Espíritu Absoluto, Eterno, Increado y Omnipresente, no obstante vino a la tierra como un hombre de carne y hueso llamado Jesús de Nazaretel cual, por ser precisamente la manifestación corporificada de ese Dios invisible, se le conoce como “El Hijo de Dios” (Isaías 9:6,  35: 1- 6,  40: 9 – 11, 52: 5 – 7,  San Mateo 1: 21 – 23,  San Juan 5: 18,  10: 30,  14: 6 – 11,  Colosenses 2: 8, 9,  Segunda epístola a los Corintios 5: 18, 19  y  Hebreos 1: 1 - 3), es decir, verdadera y única imagen del Dios invisible (San Juan 14: 8, 9,  Segunda a los Corintios 4: 4,  y  Colosenses 1: 15), que luego de haber experimentado la muerte y la resurrección, dejó este plano físico para obtener una naturaleza celestial, gloriosa y resplandeciente (como la que ahora posee), y constituirse así en el prototipo de la nueva raza perfecta e inmortal que habrá de aparecer al final de los tiempos: la segunda humanidad (San Mateo 17: 1, 2,  Apocalipsis 1: 12 – 15,  Romanos 8: 29, 30,  Primera a los Corintios 15:47-49  y  Filipenses 3: 20, 21), compuesta por todos los redimidos. 

Y luego, al concluir completamente este admirable plan de salvación, y la función de “Hijo” no sea requerida, Dios abandonará entonces dicho rol y seguirá siendo todo en todos (1ª  Corintios 15: 20 – 28   y   Apocalipsis 4: 2,  5: 13,  22: 1 - 5) aunque conservando su aspecto glorioso y perfecto en el cual le podremos contemplar cara a cara, cumpliéndose así la promesa de que Dios vivirá con nosotros y podremos ver su rostro (1ª Juan 3:2 - Apocalipsis 21:3; 22:4), o en otras palabras, que podremos ver a Dios en una forma humana: el Señor Jesucristo.

En esto consiste pues el poderoso mensaje del Evangelio: la buena noticia de que Dios se ha interesado por la humanidad y le ha provisto un medio de salvación para que pueda participar de Su propia vida celestial (Primera de San Pedro 1: 3, 4Primera de San Juan 3: 2). La buena noticia de que Dios mismo nos ha visitado para ayudarnos a ser libres de nuestra propia miseria y del destino inexorable de la muerte eterna (San Juan 3: 16, 178: 31-36), para que podamos llegar a ser inmortales, participar de su vida divina, y alcanzar la verdadera plenitud del ser. No porque estas cosas sean características naturales o derechos legítimos que posee el espíritu humano, supuesta partícula divina (como afirman las religiones orientales y la Gnosis), sino porque es un don que Dios nos puede y nos quiere otorgar. Es un regalo, no un derecho.

Ahora bien, el otro requisito indispensable para obtener la salvación lo debe cumplir aquel que desee ser salvo, y consiste básicamente en la realización de tres actos fundamentales:

El primero es creer de todo corazón en la obra redentora efectuada por Jesucristo a favor de la humanidad, lo cual debe manifestarse por medio una declaración de fe en la que se confiesa con la boca que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, a quien Dios levantó de entre los muertos al tercer día de haber sido crucificado en expiación por nuestros pecados (Romanos 10: 8 – 10Gálatas 3: 11,  Efesios 2: 8, 9,  y  Hechos 8: 37, 38).


Esta confesión, a su vez, conlleva necesariamente al segundo acto, que fue expresado por Jesús en las palabras con las cuales inauguró su ministerio terrenal: Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado… (San Mateo 4:17). La palabra arrepentimientonormalmente se concibe como un sentimiento de pesar y de dolor por haber cometido una mala acción. Sin embargo, de acuerdo con las diferentes formas en que puede ser traducido este vocablo desde el idioma griego ("metanoeo"), queda claro que su verdadero significado implica mucho más que sentir una aguda pena por los yerros: es cambiar radicalmente la manera de pensar y de vivir. Es detenerse en el camino, reflexionar y darse cuenta de que se va en la dirección equivocada, para después girar 180° y regresar. Es aceptar, por mucho que duela en el orgullo propio, y así haya que renunciar a las tradiciones y creencias impuestas desde la infancia, que uno estaba completamente equivocado, y que el único que tiene la razón y siempre la ha tenido es Dios, propietario exclusivo de una verdad que humanamente parece absurda y muchas veces contradictoria y sin un sentido profundo o “científicamente indemostrable”, pero que es, después de todo, LA VERDAD. 


Una versión moderna del Evangelio de San Marcos traduce esas mismas palabras de Jesús relativas al arrepentimiento, así: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; cambien de mentalidad, y crean en el evangelio…(San Marcos 1: 15). En otras palabras, lo que Jesús estaba afirmando era que la llegada del Reino de Dios a la vida del ser humano requiere, obligatoriamente, que haya un cambio radical y definitivo en la manera de pensar, de ver y de concebir la realidad, para poder estar en completo acuerdo y sintonía con Dios, el Amo y Señor de todo.

No hay duda de que somos y actuamos según lo que tenemos en la mente; es decir, nuestros pensamientos determinan nuestra forma de ser y de actuar. Si tenemos la cabeza llena de ideas perniciosas y degradantes, y nuestra manera de pensar está moldeada y regida por el sistema de antivalores que constantemente se promueven desde todos los sectores de esta sociedad en decadencia, especialmente aquellos relacionados con la llamada "cultura del entretenimiento" (llámese industria musical, cine, televisión, radio, espectáculos deportivos, farándula, etc.), eso será exactamente lo que vamos a  reflejar: un estilo de vida plagado de actitudes y comportamientos banales y perjudiciales, que engendran insatisfacción y amargura. Llenar la mente con las aguas turbias de un mundo alejado de Dios, sólo producirá un ser humano viciado y sumido en las tinieblas.

Por tanto, el verdadero arrepentimiento consiste en un cambio total en la manera de pensar. Es una renovación de la mente, que conduce necesariamente a un cambio en la forma de vida. Es tomar conciencia de que vivimos en un mundo degenerado y corrompido hasta la médula, que se nutre de un sinfín de ideologías y corrientes de pensamiento degradantes que, en lugar de contribuir a la edificación del ser humano y elevarlo de su condición miserable, más bien lo rebajan, lo envilecen y lo llevan cada vez más a la perdición del cuerpo y el alma, a pesar de la fachada hipócrita que los gobiernos e instituciones le quieren poner al sistema en el que vivimos, haciéndonos creer que vamos rumbo a una sociedad "más humanitaria" que avanza hacia un "progreso" sin precedentes. Un progreso que en el fondo todos sabemos que es totalmente falso. Por tanto, seguir la dirección que el mundo nos indica, es ir directo al abismo, y por eso, la persona verdaderamente arrepentida, es la que se da la vuelta y toma la dirección opuesta.



Arrepentirse es aceptar que La Verdad fue traída a este mundo por Jesús, el Cristo, y que por lo tanto es necesario adaptarse a esa verdad, derrocando los ídolos del “yo” y del “más”, y rechazando toda forma de pensamiento y todo sistema de valores que sean contrarios a esta Verdad salvífica, si se quiere llegar a experimentar una realidad superior de verdadera e íntima comunión con Dios (léase Romanos 12: 2  y   Efesios 4: 17, 18, 22 - 24). Después de todo, ¿cuál ha sido el resultado de que el ser humano haya querido desligarse de Él y gobernarse a sí mismo? ¿De qué le han servido al hombre tantas escuelas y corrientes de pensamiento, tantas religiones, tantas doctrinas filosóficas y políticas, tantos sistemas de gobierno? ¿Podrá acaso un ser contaminado y malo como el hombre, producir el remedio para una enfermedad que ni siquiera admite que posee, que además rebasa los límites de sus capacidades, y cuyo origen se remonta a los mismos inicios de su existencia como especie? Basta echar un vistazo al turbulento contexto de nuestro mundo, y se obtendrá una respuesta inmediata y contundente.

El tercer acto que debe realizar el nuevo creyente es declarar públicamente su fe haciéndose bautizar, sumergido completamente en agua, en el Nombre del Señor Jesús, que es el Nombre en el cual se encierra todo el misterio de Dios y de sus manifestaciones como Padre (en la Creación), Hijo (en la Redención) y Espíritu Santo (en el fundamento y soporte de la Iglesia, el pueblo de Dios) (San Mateo 28: 19,  San Lucas 24: 46, 47,  Hechos 2: 38,  4: 12,  8: 16, 35 – 38,  10: 48,  19:1- 5). Este sencillo ritual se efectúa como símbolo de que el creyente acepta el gobierno de Dios en su vida y de su adhesión voluntaria al Reino de Cristo, por el momento invisible. Asimismo, se constituye en un pacto con el Ser Supremo, por medio del cual el creyente es transferido a Jesucristo y queda legalizado como propiedad exclusiva de Él. Significa, en resumidas cuentas, que uno “muere” al mundo, es “sepultado” (o sumergido) como Cristo lo fue, y luego “resucita” a una nueva vida para Dios. 



De hecho, la palabra “bautismo” viene del vocablo griego "baptizo" que se traduce como sumergir, hundir, zambullir(compárese con la tradición católica de "bautizar" niños por aspersión de agua en la cabeza, totalmente contraria al ritual bíblico). Por eso – y como nota aparte – resulta bastante curioso que la gente denomine “bautismo” al acto de ponerle nombre a una persona, pues se trata de una distorsión garrafal de su significado original.

Ahora bien, se supone que esta conversión debe ir acompañada de un estilo de vida que la respalde y haga evidente el señorío de Jesús en la vida del creyente, ya que la fe sin obras es muerta (Epístola de Santiago 2: 14). Pero, ¿qué tipo de obras es necesario efectuar para demostrar la fe en Dios? Según Jesucristo, hay al menos tres rasgos fundamentales que deben caracterizar a todo aquel que decida seguirlo a él: en primer lugar debe estar dispuesto a perderlo todo, si llegara a ser necesario, por causa de su Nombre (léase San Mateo 16: 24, San Lucas 14: 25 – 33). Esto significa básicamente que la persona debe demostrar con hechos que lo más importante en su vida es Dios y nada ni nadie más que Él, por lo que todo lo demás ha de ocupar un lugar secundario: la esposa, el padre, la madre, los hijos, las posesiones, la profesión, los sueños, las metas, incluso la propia vida. Esta forma de pensar y de vivir induce al creyente a captar la verdadera esencia espiritual del Cristianismo (léase Filipenses 3:20,  Colosenses 3: 1 – 4) y a desarrollar un sano desapego a lo terrenal (San Mateo 16: 26San Lucas 12: 15).

En segundo lugar, el cristiano verdadero debe distinguirse por producir “buenos frutos” (léase San Mateo 7: 15 - 20). Y para entender lo que significan estos "buenos frutos", se debe empezar por examinar detenidamente el enfoque que se le está dando a la doctrina cristiana en la actualidad y los frutos que esto está produciendo, ya que muchas iglesias y organizaciones (tal vez la gran mayoría) hacen más énfasis en asuntos como la prosperidad económica, la realización de milagros y portentos, el "coaching" motivacional y el liderazgo empresarial, que en la misma edificación espiritual de los creyentes, olvidando que el alma es lo que más le interesa a Dios de las personas, y que por eso la doctrina cristiana original jamás se enfoca ni prioriza el aspecto material del ser humano sino su dimensión espiritual, a pesar de que, obviamente, somos seres condicionados a un mundo en el que necesitamos el sustento material para sobrevivir, y desde luego tenemos plena libertad de pedir al Señor que nos ayude en este aspecto, teniendo siempre muy claro que esa no es la prioridad.

De igual forma, Dios tampoco se centra en la realización de milagros como si de espectáculos de circo se trataran, ya que su modo de actuar no es para nada sensacionalista ni le interesa hacer papelones de mago, si bien estas demostraciones sobrenaturales son necesarias para respaldar la predicación y hacer manifiesto Su poder cuando Él lo crea conveniente. Aunque, por cierto, el hecho de que en una iglesia se realicen milagros no significa necesariamente que ella sea en efecto una comunidad respaldada por Dios: En el antiguo Israel había falsos profetas que ejecutaban grandes señales, e incluso muchos que hablaban en Nombre de Yahvéh de los Ejércitos, pero que en realidad eran siervos del diablo (léase Deuteronomio 13: 1 - 4,  Jeremías 23: 16 - 27), y el mismo Jesús dijo que cuando llegara el Día del Juicio Final, muchos hombres que efectivamente realizaron prodigios en su Nombre, iban a ser, no obstante, desenmascarados y condenados por su perversidad e hipocresía (léase San Mateo 7: 21-23).


Otro aspecto interesante que se debe tener en cuenta en el análisis de estos buenos frutos que debe producir el creyente, es el relacionado con las contiendas doctrinales que han mantenido dividido al pueblo cristiano prácticamente desde sus inicios. En muchas iglesias hoy en día se siguen promoviendo contiendas y rivalidades contra otras por enseñanzas teológicas fundamentales como aquellas relacionados con la Trinidad, la Dualidad o la Unicidad de Dios, la naturaleza de Jesús, la fórmula bautismal, el verdadero nombre de Dios, la naturaleza del Espíritu Santo, entre muchas otras que a lo largo de los siglos han generado encendidas polémicas y discusiones sin fin. Estas rivalidades no sólo han desfigurado el mensaje del Evangelio, sino que han mantenido dividido al pueblo de Dios, la Iglesia fundada por Jesús, impidiendo que tenga esa integridad y esa comunión orgánica que le permita ser realmente "el cuerpo de Cristo".

Y usted mismo, que quizá se precia de ser un fiel cristiano, pregúntese: ¿Qué clase de Cristianismo está llevando?, ¿acaso está acomodando a Dios a su manera de pensar y de ver las cosas en lugar de acomodarse usted a Él? ¿Cuánta seriedad le está dando a este asunto de ser cristiano? ¿Cómo es su vida de oración?, ¿habla con Dios frecuentemente o sólo cuando se encuentra en problemas? ¿Tiene buenos hábitos de lectura bíblica, o sólo toma en sus manos el Libro Sagrado para ir al culto, meterlo debajo de la almohada para que lo proteja, consultar una tarea de religión o para sacudirle el polvo acumulado por mantenerlo abierto en el Salmo 91? ¿Sigue llevando una vida licenciosa con los mismos hábitos destructivos de siempre, fumando y bebiendo licor como si nada hubiese cambiado, escuchando música vana y sin sentido que exalta la vileza, la deshonestidad y los bajos instintos, maltratando a sus seres queridos, llevando una vida sexual desordenada y desenfrenada, odiando a su prójimo y procurando hacerle daño, haciendo trampa en los negocios y tratos con los demás, mostrando apatía y desidia en el cumplimiento de sus obligaciones y responsabilidades terrenales, ya sea como padre, esposo, hijo, empleado, ciudadano, etc, o chismeando después de salir de misa o de culto y dejando sin cabeza a los demás? ¿Sigue usted creyéndose muy bueno y justo porque no mata, no roba, no miente y “no le hace mal a nadie” pero en cambio sí practica otras cosas de dudosa reputación y de efectos quizá peores, como la idolatría (en sus múltiples formas), el ocultismo o la adivinación? ¿Acaso sigue siendo de los que piensan que no hay nada más qué mejorar en la vida sino en el aspecto material, enfocándose sólo en su crecimiento profesional y financiero, olvidando su aspecto interno y su vida espiritual? ¿Le importa poco seguir albergando en su corazón sentimientos negativos y destructivos tales como el orgullo, el odio, la codicia y la envidia, o en verdad los reconoce y le preocupan, y le ora a Dios de corazón para que obre en usted al respecto?

¿Por qué es miembro de su iglesia?, ¿por tradición?, ¿porque teme no seguir las mismas creencias de su familia?, ¿por miedo a que Dios lo castigue cuando se muera o cuando llegue el fin del mundo?, ¿porque "hay que creer en algo” y no se debe perder la costumbre de asistir a misa o a culto los domingos porque así le enseñaron desde niño? ¿O lo hace porque siente una sincera necesidad de relacionarse con Dios y de mejorar como persona?... Sin duda, este análisis de los frutos del cristiano verdadero podría ser mucho más extenso, pero con lo expuesto hasta aquí hay suficiente base para pensar en muchos otros aspectos.

El tercer rasgo que debe caracterizar al seguidor de Cristo es que no haga parte de este mundo, aunque viva en él (léase San Juan 17: 15, 16  y  Primera de San Juan 2: 15 - 17). Esto implica, como le oí decir a alguien en cierta ocasión: “Vivir dentro del mundo, pero con la cabeza afuera”, esto es, ser conscientes de que vivimos dentro del sistema mundano, pero sin permitir que ese sistema conquiste y domine nuestra mente. No ser parte del mundo es llevarle la contraria a él, dejando de seguir su impetuosa corriente, sus referentes, paradigmas y esquemas predominantes. Es amoldar y ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios, lo cual, lejos de convertirnos en unos autómatas, mecanizados y sin criterio, nos lleva por el contrario a agudizar nuestros sentidos espirituales y a volvernos personas despiertas, conscientes y críticas, que aprenden a discernir y a seleccionar lo que conviene y lo que no conviene, lo que sirve al alma y lo que puede corromperla. Veamos algunos ejemplos interesantes que nos pueden ilustrar mejor este aspecto de no formar parte del sistema mundano, aunque vivamos dentro de él.

En el mundo es normal ver a la gran masa humana celebrando con entusiasmo fechas comerciales como la Navidad o el Halloween (entre muchas otras), porque son tradiciones seculares que gozan de una amplia aceptación en una sociedad de consumo desbordado que jamás se cuestiona acerca del verdadero origen o significado de dichas celebraciones, de los intereses mercantiles que tienen los grupos de poder económico que las promueven, y mucho menos de las implicaciones que pueden traer para la vida espiritual. Sin embargo, para el cristiano consciente y despierto, que entiende la seriedad del camino que sigue, y conoce las verdaderas raíces, la simbología esotérica, las repercusiones a nivel espiritual, y los objetivos de control social y esclavitud económica que hay detrás de todas estas festividades, concluye que lo mejor es rechazarlas con firmeza y carácter, sin dejarse arrastrar por la euforia generalizada, evitando participar de ellas. ¿Para qué festejar celebraciones que tuvieron orígenes oscuros, que se encuentran totalmente empapadas de esoterismo, idolatría y ocultismo, y que además sirven a los propósitos de dominación de las élites del poder mundano, si se supone que uno está siguiendo y adorando a un Dios que es santo (es decir, apartado, separado de lo profano) y que detesta este tipo de banalidades, que en lugar de enaltecer su nombre lo deshonran, y en lugar de contribuir a la libertad mental del ser humano antes lo esclavizan, y lo someten a los designios e intereses de quienes manejan los hilos del poder terrenal?


Analicemos un poco la fiesta de Navidad. Sin entrar en demasiados detalles (ya que este no es el tema del artículo), basta con hacer un breve recorrido por la web buscando información sobre los verdaderos orígenes de ella, y nos daremos cuenta de que no tiene absolutamente nada qué ver con Jesucristo y el Cristianismo. Es una celebración cien por ciento pagana, que surgió de una mezcla de diversas prácticas ritualistas y elementos simbólicos, provenientes de más de diez festivales de invierno que eran celebrados por diferentes pueblos y culturas de la antigüedad en honor a sus deidades, y que tenían en común la conmemoración del nacimiento del dios sol durante los días del solsticio invernal, y con ello, el inminente retorno de las estaciones calurosas (tal como se explicó párrafos atrás). De todos esos festivales, los más influyentes fueron la Saturnalia y la Brumalia, de origen romano, y que se caracterizaban por la rienda suelta que se le daba a los apetitos carnales. Eran celebraciones que para nada tenían un objetivo o enfoque realmente espiritual.

Incluso se presume que la Navidad podría haber tenido un origen mucho más antiguo y siniestro, que se remonta a los comienzos de la actual civilización, en la lejana y misteriosa región de Mesopotamia, como lo afirman varios investigadores y escritores, cuyos trabajos generan controversia y discusión en los medios académicos y religiosos. Según esta teoría, el verdadero origen de la Navidad se sitúa en los primeros tiempos de la época posdiluviana, cuando reinaban en esta región el malvado y enigmático Nimrod[17] (bisnieto de Noé), quien al lado de su esposa, la legendaria y pérfida Semíramis, lideraban un culto luciferino de adoración al fuego, que se extendió por el mundo y derivó en religiones mistéricas y ocultistas que hoy en día han adoptado diversas formas, pero siguen ejerciendo gran influencia en la humanidad. Se dice que esta reina-sacerdotisa satánica tuvo un hijo ilegítimo tras la muerte de su esposo Nimrod, y le puso por nombre   Tammuz, e hizo que le adorasen como al niño-dios ya que, según ella, había sido concebido de manera milagrosa por voluntad de los dioses. Lo curioso es que, a pesar de que la Biblia deja bien claro que Nimrod fue un personaje violento, sombrío y rebelde, que quiso desafiar a Dios ordenando la construcción de la Torre de Babel, fue la Iglesia Católica Romana (organización que pregona estar basada, supuestamente, en la verdad bíblica) la que retomó esta tradición luciferina y la adaptó al relato bíblico sobre la llegada al mundo del niño Jesús (lo cual no sería nada extraño, teniendo en cuenta la manía sincretista de esta organización religiosa, experta en mezclar deidades y símbolos paganos con la doctrina cristiana).


Por tanto, no parece coherente decir que uno es cristiano y al mismo tiempo celebrar Navidad, sobre todo cuando ya se conoce su trasfondo idolátrico y totalmente opuesto a lo que enseña la doctrina cristiana. Jesús nunca recomendó que se conmemorara su alumbramiento, y en ninguna parte de la Biblia o de la historia secular se nos dice que los primeros cristianos festejaran este suceso, y menos en una fecha como el 25 de diciembre. Eran los idólatras y sensuales romanos quienes ese día celebraban el Natalis Solis Invictus o Nacimiento del Sol Invencible, como el colofón al carnaval agrícola de la Saturnalia (festejado del 19 al 23 de diciembre) en el cual, como ya se mencionó, y como era de esperarse en aquella sociedad lasciva, se convertía en una excusa para el bullicio, el desenfreno y los excesos carnales. Incluso existen varios registros escritos de líderes cristianos del siglo III, que se lamentaban de que muchos creyentes participaran de esas festividades indecorosas y pecaminosas. 

Lo que no sospechaban aquellos líderes, era que un siglo después, el papa Julio I iba a adoptar oficialmente esa misma fecha como el día de la natividad de Jesucristo para "fagocitar" la fiesta al Sol Invicto (que era una de las representaciones del dios Apolo), y de esta manera hacer contrapeso a la idolatría romana...  ¿Qué tal? combatiendo paganismo con paganismo; transfiriendo las peripecias mitológicas de dioses ficticios y degenerados al Dios verdadero y santo. Un sinsentido religioso que, más que proteger la espiritualidad de los creyentes, lo que en realidad buscaba era imponer y asegurar un monopolio social y político por parte de la naciente Iglesia Católica Romana. Quien se precie, pues, de ser un verdadero cristiano, debe entender que no tiene absolutamente nada qué celebrar en la Navidad.




Y es que no sólo esta contradicción doctrinal que acabamos de señalar nos muestra la incoherencia de festejar Navidad cuando se profesa ser cristiano, sino también la naturaleza misma de esta celebración, pues a pesar de ser catalogada como una fiesta de carácter "religioso", donde se supone que Jesús será el gran protagonista, y los valores cristianos serán exaltados y promovidos, no obstante, es quizá la temporada del año más materialista y hedonista, y ciertamente la menos espiritual. Sólo deténgase por un momento a observar el modo en que la gente celebra esta fecha, y podrá darse cuenta que de espiritual tiene muy poco. Más bien se usa lo espiritual como pretexto para lo carnal. Se utiliza a Jesús como un comodín para poder sacar a relucir la vanidad y el instinto materialista. Lejos de ser una época de recogimiento y reflexión espiritual, Navidad es una temporada de consumismo desbordado, derroche, endeudamiento, parrandas, algarabía, borracheras, entre una larga lista de hábitos y costumbres que, aunque pueden tener un fuerte arraigo cultural y formar parte del folclor de cada región donde se celebra, no tienen nada de espirituales. Ni hablar de la dura resaca que suele seguir a esta temporada de gasto y desenfreno, cuando las obligaciones económicas del nuevo año obligan a muchas personas a aterrizar y darse cuenta de que la llegada del "niño-dios" los dejó con los bolsillos vacíos, las deudas al tope y las quejas a flor de labios. 

Ahora hablemos un poco del Halloween, una de las fechas predilectas de los hechiceros y satanistas, en la que se promueve de manera poco disimulada la brujería y el ocultismo, argumentando que se trata simplemente de una festividad "inofensiva” dedicada a los niños, que son “el futuro de nuestra sociedad”. Esta fiesta repulsiva, satánica por donde se le mire, no es más que una abierta apología al mal, la oscuridad y la muerte, que es tomada por la cínica y descarada sociedad de consumo para vendernos lo malo como algo bueno. 

Pocos saben que mientras los inocentes chiquillos disfrazados por sus ignorantes progenitores, van canturreando de casa en casa: ¡Triki, triki, Halloween!, ¡quiero dulces para mí!, están reproduciendo un antiguo festival demoníaco que solían practicar los misteriosos druidas, una élite de brujos que vivían entre las tribus Celtas de la antigua Europa, y que la noche del 31 de octubre – la última del año en su calendario - presidían horripilantes y sangrientos rituales que incluían conjuros, hechizos y sortilegios, mientras los participantes se ponían disfraces hechos con pellejos nauseabundos, huesos, hojarascas, telarañas y hasta basura, y realizaban incluso sacrificios de animales y de personas, todo ello en un intento por honrar a Samahin, dios de los muertos, quienes esa noche supuestamente tenían libre acceso al mundo de los vivos para hacer de las suyas. 


Además, nadie ni siquiera sospecha que esa misma noche, aparentemente dedicada a la niñez, en la actualidad se siguen realizando sacrificios de bebés y animales como ofrenda a Lucifer por parte de los miembros de varias sectas satánicas y sociedades secretas que, como una verdadera escoria social, inservible y perjudicial, socavan las bases de la sociedad desde las sombras, a la vez que trabajan activamente en la luz por tomar el control de los gobiernos y de las leyes para direccionar el mundo hacia el Nuevo Orden que desean imponer desde hace siglos, acerca de lo cual la Biblia también nos advertía y que ciertamente nos tomaría un artículo aparte.

Pero no sólo Navidad y Halloween sirven como ejemplos para ilustrar lo que significa no ser parte del mundo aunque estemos en él, sino también una serie de paradigmas, estereotipos, ideologías y costumbres que marcan el derrotero de la sociedad moderna, y sobre las cuales podríamos citar algunos casos, así como la manera en que el cristiano debería actuar frente a ellas. Por ejemplo, si en la sociedad moderna es normal llevar una vida sexual promiscua, descontrolada e irresponsable, sin que exista un compromiso de por medio, porque estamos "en la era del amor libre", o porque “estamos en el siglo XXI y todo el mundo lo hace”, pues para el cristiano verdadero no lo es, ya que conoce las consecuencias negativas que este comportamiento imprudente puede traer no sólo para su salud orgánica sino también para su vida emocional y social, y por eso trata de comportarse debidamente manteniendo un equilibrio y una actitud responsable frente a su sexualidad, sin dejar de reconocer que sigue siendo un humano con deseos e instintos que desde luego son naturales, pero que deben someterse a un sano juicio, al sentido común y a la dirección divina. No se trata de convertirnos en unos santones mojigatos y reprimidos, ni de sentirnos sucios o culpables por experimentar deseos sexuales, sino de ser inteligentes y de sabernos comportar. No es cuestión de creernos muy santos y pulcros, sino de vivir de manera conveniente, como bien lo dijo San Pablo: "Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna..." (Primera epístola a los Corintios 6: 12). Tengamos el coraje y el carácter de decirle NO a lo que la corriente de este mundo quiera imponernos, sobre todo si se trata de algo que no conviene.

Asimismo, el cristiano verdadero tampoco comparte en lo absoluto el hecho de que el homosexualismo y la ideología de género sean vistas en la actualidad como algo muy “natural”, que debe ser aceptado sin ningún cuestionamiento, e incluso impuesto casi que a la fuerza dentro del sistema educativo como una forma de adoctrinamiento, bajo el lema de la "tolerancia" y la "inclusión". Una cosa es respetar a los homosexuales, lesbianas, travestis y demás como personas que son, y como individuos que tienen plena libertad de elección, pero otra muy distinta es aplaudir, respaldar y hasta promover su aberrante estilo de vida, contrario al orden natural de las cosas. El cristiano no ha sido llamado a juzgar ni a condenar a nadie por su orientación sexual (como lo hacen muchos incluso desde los púlpitos), pero tampoco debe aceptar ni justificar lo que Dios abomina. Un cristiano homofóbico, que odie a los homosexuales y lesbianas, no está cumpliendo el mandato bíblico de "tener misericordia con temor", es decir, de amar al pecador pero aborreciendo su pecado, y evitando contaminarse con lo que él practica (Judas 1:23). Y a su vez, un cristiano que acepte y valide la homosexualidad y toda la ideología de género alrededor de este tema, se está poniendo del lado de lo que Dios reprueba.


Si lo normal en la sociedad moderna es adulterar con la mujer del prójimo porque “lo que cuenta es el amor”, como sugieren varias canciones por ahí, pues para el cristiano que se precie de ser sincero, esto se trata de un acto indebido y deshonesto que lo único que acarrea son sufrimientos y desgracias.


Si lo normal en el mundo es que la mujer se cosifique y exhiba continuamente sus formas y atributos con la clara intención de provocar -aunque lo nieguen-, y de vender su dignidad, su reputación y todos aquellos principios que la ennoblecen como la criatura más hermosa creada por Dios, pues para una mujer genuinamente cristiana este comportamiento es totalmente indecoroso e imprudente, por lo que más bien trata de cultivar el pudor y un mínimo de decencia, sin entrar en esa corriente exhibicionista y nudista que inunda el mercado y los medios de comunicación con las codiciadas formas de la mujer.


Si lo normal en el mundo es llenarse la cabeza de cuanta propaganda y basura ideológica se difunde por todos los medios de comunicación, que son expertos en fabricar estereotipos y generar prejuicios que bombardean la mente y saturan el ambiente como un asfixiante gas venenoso, en los lugares donde suele transcurrir nuestro diario vivir (el vecindario, el trabajo, el colegio, la universidad, los lugares de diversión y esparcimiento, los medios de transporte y por supuesto nuestra propia casa), pues para el cristiano de verdad no lo es, ya que comprende que esta basura mediática sólo tiene como objetivo degradar al hombre y mantenerlo sumiso bajo el control de las élites de poder, y por eso más bien trata de evitar al máximo absorber toda esa inmundicia, a la vez que procura alimentar su mente con aquellas pocas cosas que aún son dignas de ser interiorizadas y que pueden contribuir a un sano desarrollo de la personalidad, en medio de un mundo cada vez más putrefacto.

Si lo normal en el mundo es que la gente se fanatice con el fútbol y actúe como bestias feroces cuando su equipo favorito gana o pierde en tal o cual campeonato, porque hay que demostrar la pasión deportiva gritando y saltando como energúmeno, o agrediendo verbal y físicamente a los fanáticos del equipo contrario, esta situación resulta en verdad deplorable e impropia hasta de los animales más salvajes e irracionales.

Si lo normal en el mundo es disfrutar con morbo del terrible dolor que experimentan esos inocentes toros que son vilmente torturados y masacrados en los abominables espectáculos taurinos, en los que una horda de despiadados grita enervada “¡Olé!”, mientras un matador de porte afeminado y ademanes fingidos hace gala de un supuesto “arte”, nacido en la mente del mismo diablo para entretener a la gente sádica, pues para el fiel cristiano ésta es una práctica aborrecible que nada tiene de entretenida ni de edificante, y respecto a la cual es necesario orar con fervor y apoyar decididamente las políticas y grupos en defensa de los animales, para que se haga justicia por la descarada infamia cometida contra aquellas nobles criaturas que no merecen semejante atropello. Un cristiano que diga amar a Dios, pero maltrate a los animales o apoye cualquier forma de ultraje a estos seres, es un verdadero hipócrita, y el amor que dice sentir por Dios no es más que una mentira, pues quien ama a Dios ama a su creación, sobre todo a esas criaturas inocentes que lo único que han hecho es soportar y sufrir las infamias de la perniciosa raza humana. Una cosa es sacrificar animales de una manera digna y lo más indolora posible, para el consumo humano, lo cual siempre ha ocurrido a lo largo de toda la historia humana; pero otra cosa es maltratarlos con crueldad y sadismo.


Y si lo normal en el mundo es tratar de negar a Dios a toda costa por estar creyendo en la verborrea pedante y pretenciosa que hablan continuamente los científicos ateos y engreídos, que se creen profetas del dios Razón”, pues para el seguidor de Jesucristo todas estas habladurías insolentes no pasan de ser más que eso, porque saben que el único verdaderamente sabio es Dios.


En suma, si lo normal en el mundo es tomar a Dios a la ligera, sin otorgarle la seriedad y el respeto que se merece, y como si fuera poco tratar de acomodarlo a la forma de pensar individual, diciendo cosas como: “yo opino que Dios…”, “yo creo que Dios…”, “yo pienso que Dios…”, “a mí me parece que Dios…”, sin esmerarse siquiera por saber qué opina Él, qué cree Él, qué piensa Él y qué es lo que le parece a Él, pues para el verdadero cristiano lo fundamental es hacer Su divina voluntad por encima de cualquier cosa, y procurar un estilo de vida que sea consecuente con ese título de “cristiano”.

Porque no se puede negar que una gran cantidad de personas que dicen ser “cristianas” en realidad llevan una doble vida que se caracteriza por realizar una especie de “comercio intensivo” con el sistema mundano, teniendo el Nombre de Jesús a flor de labios a la vez que participan de cuanta festividad insulsa y cuanta moda enajenante se promueve en el mundo. Además, su aspecto y sus obras no se diferencian en nada de las de la gente "mundana": actúan igual, piensan igual, ven las cosas del mismo modo, aceptan los mismo referentes y paradigmas, se dejan arrastrar por los mismos ideales…

Por ejemplo, hay muchos “cristianos” que oficialmente no celebran la Navidad y el Año Nuevo porque son fiestas paganas, pero en cambio van a ver, bastante emocionados, los alumbrados del río Medellín. No ponen el arbolito navideño, ni bombillas de colores, ni guirnaldas, ni calcetines de Santa Claus porque hacen parte de la simbología pagana, pero sí hacen esfuerzos sobrehumanos para estrenar vestuario el 24 y el 31 de diciembre (según la tradición colombiana del "estrén") y conseguir el regalo de Nochebuena para los niños, porque si no lo hacen quedarán "como los de menos”. O sea, critican al sistema mundano por su paganismo, pero al mismo siguen practicando o consintiendo los rituales y tradiciones de ese mismo sistema. 


Hay otros cristianos que no se visten como los "mundanos", porque su estilo es indecoroso e irreverente, pero con un cinismo digno de los fariseos del tiempo de Jesús, son muy diligentes para vender esa misma ropa "mundana" y artículos para la vanidad femenina, tanto en locales comerciales como por catálogo. Hablan contra la vanidad y la plasticidad de la humanidad moderna, pero se practican cirugías estéticas en todo el cuerpo y se someten a todo tipo de procedimientos faciales y dermatológicos, no tanto porque en realidad los necesiten, sino por estar a la moda y entrar en esa misma corriente de vanidad y hedonismo exagerado que vemos en nuestro mundo. 
No escuchan "música mundana" porque es del diablo, pero en un acto doblemoralista trasladan y adaptan esos mismos ritmos mundanos al ámbito cristiano, creyendo tal vez que con esa transferencia van a quedar "purificados", y por eso los vemos luego escuchando “rock cristiano”, "reggaettón cristiano", entre otros. No van a los estadios a ver los partidos de fútbol porque son espectáculos mundanos, empalagosos y violentos, pero sí se los ven en casa, con la camiseta de su equipo bien puesta, el televisor a todo volumen, y poseídos de esa misma "pasión deportiva" que caracteriza a los fanáticos de este deporte, y que frecuentemente los lleva a cometer actos vandálicos cuales fieras enloquecidas.

Ni hablar de aquellos que creen ser cristianos porque en una parroquia les echaron un poquito de agua en la cabeza cuando eran bebés y les pusieron un nombre, después de haber pagado al cura párroco una módica suma por prestar este “servicio”. O de los que suponen que ya están bien con Dios porque le confesaron los pecados a otro pecador, oculto en un confesionario, cuya única diferencia con el devoto confesor son sus trajes clericales y sus ademanes de santo. O de los que afirman ya estar salvos porque han cumplido religiosamente con todos los “sacramentos” de la "Santa Madre Iglesia" y asisten sin falta a misa a rezarle a cuanta escultura de yeso y arcilla colocan en los pedestales de las parroquias. Y así, la lista podría hacerse interminable.

Mención aparte merecen aquellos “cristianos” que pregonan la paz, la hermandad y la concordia entre los hombres, pero al mismo tiempo apoyan abiertamente ideologías políticas tan opuestas e igualmente violentas, terroristas y corruptas como lo son por ejemplo el Capitalismo y el Comunismo, olvidando que el cristiano verdadero jamás debe cifrar su esperanza en líderes o en ideologías humanas, en concordancia con las palabras del mismo Jesús, cuando dijo: Mi reino no es de este mundo, una afirmación que demostró sobradamente al no apoyar nunca ni al movimiento insurgente judío de los Zelotes (que luchaban contra los romanos para expulsarlos de Palestina), ni al tiránico Imperio Romano (que como Estados Unidos en la actualidad era el que se creía dueño del mundo en aquella época). El único gobierno que Jesús anunciaba y que los cristianos en verdad debemos apoyar es el de Dios. "Venga Tu Reino, dice el Padrenuestro. Es tan insensato ser de derecha como de izquierda. Es igualmente errado ser uribista o ser petrista ¡Esas cosas no van con el cristiano verdadero, por Dios!

Es triste ver a un gran porcentaje del pueblo cristiano que todavía sigue creyendo en la bondad de los gobiernos del mundo, y que ni siquiera sospecha que todos ellos se basan en una filosofía maquiavélica que le hace el bien o el mal a la gente según convenga a sus intereses. Cuando su gobierno lo trate bien a usted y sus conciudadanos gocen de bienestar, es porque en ese momento le conviene tenerlos así; mas tenga la certeza de que cuando su bienestar no convenga a los intereses gubernamentales, entonces prepárese para sus exacciones, arbitrariedades y tiranías... Por eso, cuando en la Biblia se exhorta a orar por los gobernantes de la tierra y a sujetarnos a sus regímenes políticos, no es porque ellos sean muy buenos y altruistas, o porque debamos volvernos unos sectarios politiqueros (como lo hacen muchos “cristianos”), sino porque es lo más prudente, dado que de nada serviría irse contra todo un sistema ya establecido que seguramente nos tildaría de subversivos por el simple hecho de manifestar nuestra inconformidad (¡Por eso es que me regocija tanto la promesa de que Dios mismo aplastará a los gobiernos humanos, según lo dice en Daniel 2: 44!). Además, no se puede negar que hay hombres de entre ellos que también podrían llegar al conocimiento de la verdad e influir positivamente para que no nos perturben la vida a los cristianos y nos dejen vivir reposadamente (léase 1ª a Timoteo 2: 1 – 4)

Por otra parte, es muy importante aclarar que ser cristiano no tiene nada qué ver con ser ritualista y practicar formas o liturgias específicas. No tiene nada qué ver, por ejemplo, con celebrar La Primera Comunión para más tarde hacer La Confirmación (me gustaría preguntarle al lector que haya cumplido con estos “sacramentos” si de veras los realizó con devoción o más bien fue motivado por el interés de recibir regalos y agasajos). No tiene nada qué ver con bautizar a un niño que apenas sabe balbucir, que no tiene ni idea de quién es Dios, y mucho menos tiene conciencia del bien y del mal. Ser cristiano es mucho más que ofrendar y diezmar en la Iglesia esperando una recompensa del Padre Celestial, y es más que dar limosnas y hacer obras de caridad para después salir a divulgarlas. 

Es más que participar en todas las actividades de la iglesia para demostrarle a los demás que uno es muy fiel y consagrado, como lo hacen muchos de los que asisten a las procesiones de Semana Santa (que me recuerdan a las que se hacían en Babilonia en honor al dios Marduk[18]); a las romerías que realiza ese curioso grupo de señoras de La Legión de María en las madrugadas de ciertos días; a las caminatas hasta Girardota a pie descalzo como sacrificio a Dios el Viernes Santo; a la peregrinación a la Catedral de Monserrate en Bogotá -¡donde algunos suben de rodillas!-; a las fiestas patronales de San Isidro y de otros tantos santos (en las que se promueve el alcohol, la juerga, el baile y el estrépito, y además se subastan cosas tan peculiares como en cierta ocasión un poncho (¡!) de un ex-presidente colombiano para obtener fondos que serían destinados a una de las parroquias de mi localidad, entrando así en una vergonzosa contradicción al 
justificar y promover solapadamente actividades mundanas con argumentos espirituales). También cabe mencionar las misas oficiadas “por el alma de los muertos” -como si ellos las necesitaran-, las cuales deben ser previamente pagadas al Sacerdote (lo que hace que me pregunte si los primeros cristianos cobrarían dinero por orar e interceder a favor de alguien), entre tantas otras prácticas absurdas de la iglesia romanista que se podrían referir. 

Ser cristiano no tiene nada qué ver con postrarse ante una estatua de yeso, arcilla o mármol (léase Deuteronomio 4: 15 – 18,  Salmo 115,  Isaías 40: 18  y  Hechos 17: 29, 30), o ante un recuadro de una persona tan mortal como usted y como yo, que a pesar de haber alcanzado tal vez méritos por su gran virtud, hasta el punto de habérsele considerado “santa”, de todas maneras no es un ser divino, ni tampoco una intermediaria celestial (léase Primera a Timoteo 2: 5), y además es tan necesitada de un Salvador como usted y como yo. San Pablo, San Pedro y los demás apóstoles se sentirían horrorizados si supieran que en el mundo católico se les reza, e igual se sentiría la mismísima virgen María, con todo y lo maravillosa que fue, ya que afirmó ser una simple humana necesitada de un Redentor (véase San Lucas 1: 46 - 48), y nunca se otorgó a sí misma las virtudes divinales y milagrosas que hoy le atribuyen en el mundo católico (léase San Juan 2: 1 – 5).

Asimismo, ser cristiano es más que orar bonito, si esas palabras están vacías de significado y de sinceridad. Es más que cantar bonito, si esa voz tan melodiosa y esa forma estupenda de tocar los instrumentos son motivo de engreimiento y no están siendo usadas para bendición de los demás. Es más que asistir religiosamente a todos los cultos, llorar a cántaros ante la presencia de Dios, orar a todo pulmón poniendo cara de mártir, y después salir a murmurar de otros y a seguir odiando al hermano. Es más que decir ¡Amén, amén! a todo lo que dice el pastor desde el púlpito, sin discernir bien si lo que está diciendo es realmente Palabra de Dios o palabrería humana. Es más que decir continuamente frases estereotipadas, vagas y poco concretas como: ¡Oh, sí! ¡Siento la unción de Dios!, ¡Oh, sí! ¡Ya siento el fuego de Dios ardiendo, ¡Oh, sí! ¡El fuego de Dios está quemando! ¡Quema, quema, Espíritu de Dios! ¡Sopla, sopla sobre cada vida!...”, “¡Es hora de levantarse! ¡Es hora de sacudirse!, ¡Oh, aleluya! ¡Siento un avivamiento grande! ¡Prepárate, hermano! ¡Llegó la hora! ¡Oh, sí! ¡Aleluya!, etc., como si esas retahílas fuesen una verdadera oración. 

Ser cristiano es más que vestir con ropa impecable y andar con una enorme Biblia debajo del brazo, con el orgullo de ser “hijo” o “hija” de Dios, y andar mirando a los demás por encima del hombro, con claras muestras de desprecio, porque son “mundanos” y pecadores, actuando como los fariseos del tiempo de Jesús. Recordemos, queridos hermanos y hermanas en Cristo, que ese fue uno de los grandes errores que cometió el pueblo de Israel: se llenó de una soberbia desmedida por ser el pueblo elegido de Dios y comenzó a denigrar a los demás pueblos del mundo, aún hasta nuestros días, lo cual los ha llevado a la ceguera espiritual. Además, no olvidemos que las preferencias de Jesucristo estaban entre los pobres, los pecadores, los publicanos y las rameras, a quienes miraba con compasión, trataba con respeto y brindaba oportuna ayuda, sin necesidad de ser pecador como ellos. Y tampoco olvidemos que los que ahora somos creyentes también un día estuvimos sumergidos en el fango inmundo del pecado, de donde Dios nos sacó porque Dios quiso, como para que vengamos ahora a creernos inmaculados y perfectos). Ser cristiano es mucho más que lucir una falda larga y un cabello largo, complementados con una ausencia total de maquillaje en el rostro, y seguir con la lujuria y la coquetería a flor de piel.

Ser cristiano es más que discutir, pelear, señalar y denigrar por diferencias doctrinales, como si los dogmas de la Trinidad, la Dualidad o la Unicidad de Dios nos fueran a dar la salvación. A la luz de las Escrituras Bíblicas queda bien claro que Jesucristo es Dios, ¡sí, el mismo Dios del Antiguo Testamento que se manifestó como un hombre!, y por lo tanto, toda enseñanza que trate de rebajarlo de dicha categoría es, sencillamente, una mentira. No se trata de demostrar científica o filosóficamente que Jesús es Dios, pues para que nuestra mente limitada comprenda este gran misterio hace falta mucho más que una aguda y refinada lógica. Por tratar de explicar a Dios y su manifestación en carne en términos filosóficos profundos que se acomoden a nuestra estructura mental, es que los cristianos llevamos alrededor de 2000 años peleando, señalando y condenando a quienes no siguen nuestra misma línea doctrinal, divididos en innumerables facciones, organizaciones y sectas.

Sin embargo, y aún a pesar de parecer contencioso, quisiera plantear un sencillo ejercicio de lógica elemental a los que no creen en la divinidad de Jesús (que es después de todo la esencia misma del Evangelio) y que quizá gustan de razonar a partir de las Escrituras, para demostrarles que incluso con un mínimo de capacidad de raciocinio se puede ver claramente en la biblia quién fue y quién es Jesús de Nazaret: El profeta Malaquías anuncia que Jehová enviará delante de sí un mensajero que ha de preparar Su camino, y que cuando éste se encuentre ya dispuesto, aparecerá el Señor mismo en el Templo de Jerusalén (Malaquías 3:1). De igual forma, el vidente Isaías hace referencia en su libro a “una voz” que clama en el desierto pidiendo que preparen camino a Jehová, que en breve ha de venir. Veámoslo textualmente:

Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido (…) Voz que clama en el desierto: ´Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios (…) Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá´ (…) Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz (…) di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios nuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará (…) Como pastor apacentará su rebaño, en su brazo llevará los corderos (…) pastoreará suavemente a las recién paridas”.   

                                    - Isaías 40: 1 – 11 -

Ahora bien, según los evangelios, ese mensajero de Jehová y esa voz que clama en el desierto era Juan, apodado "el Bautista", y Juan le preparó el camino fue a Jesús (San Mateo 3:1 – 3San Marcos 1:1 – 8San Lucas 1: 13 – 17, 3: 2 – 6, 15 – 18   y  San Juan 1: 6 – 8, 19 - 27). Y Jesús, por su parte, fue el que vino a señorear y a pastorear a Israel. En efecto, según dice la Escritura, él es El Rey de los judíos (recuerden la inscripción en la cruz, INRI = Iessovs Nazarenvs Rex Ivdaeorum) y es también El Buen Pastor (San Juan 19: 19, 10: 11 – 14). De manera que la conclusión es más que evidente: Yahvéh vino a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret, y punto ¿Para qué ponerse a discutir entonces con los Testigos de Jehová, que dicen que Jesús es un ser inferior a Dios, y cuya Biblia, llamada Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras”, es un extraño texto acomodado a sus propias creencias, lleno de contradicciones garrafales[19] y de notables inexactitudes que sorprenden a varios eruditos, y aún a simples neófitos en el tema como yo, que sigo preguntándome cómo es que sigue habiendo tanto ingenuo que acepta sin más sus herejías? ¿O con los Mormones, que creen que Dios fue antes un hombre como cualquiera que llegó a “evolucionar” mucho, y que además montan toda una parafernalia exótica sobre tribus perdidas, ángeles que dieron origen a la raza negra, guerras que parecen mitológicas, extraños personajes celestiales, y documentos tan fabulosos e históricamente improbables como el Libro de Mormón, al que quieren equiparar con la Biblia? ¿O con los Adventistas del Séptimo Día, que anatematizan al que no guarde el Sábado -que es el Día de Reposo judío-, porque la profetisa que fundó ese movimiento dijo haber tenido una visión en la que Dios supuestamente le dijo que había que guardar ese día, pero que al parecer se le pasó por alto recordarle lo que está escrito en Éxodo 31:16, 17, Ezequiel 20:19, 20, y en Gálatas 3: 10, 11, y 4: 8 - 11

¿Para qué polemizar acerca de si Dios es uno y a la vez tres, o si es una misma sustancia manifestada en tres personas distintas, o si es un misterio irresoluble de una Divinidad tripartita, si está tan claro en la Biblia, y de muchas maneras, y hasta nuestra propia intuición nos lo dice, que Dios es UNO, es decir, un solo ser, una sola persona? Mejor es afirmar, como lo hizo alguna vez Tertuliano, teólogo de gran reputación, que la filosofía es el origen de todas las herejías…. Porque es bien sabido que esas doctrinas de la Trinidad, la Dualidad y la Unicidad de Dios surgieron cuando la filosofía griega se empezó a infiltrar en el Cristianismo primitivo y los dirigentes de la Iglesia trataron de explicar filosóficamente las verdades teológicas que, de hecho, no se pueden interpretar ni comprender por medio de la lógica y la razón, sino por la FE. Por eso, tratar de explicar la naturaleza de Dios, como si Él fuera una sustancia química que se puede analizar en un laboratorio, es verdaderamente tarea de insensatos. ¡El Ser Supremo es inescrutable e indefinible, señores teólogos! ¡Es un ser tan grande que se sale de sus limitantes definiciones y conceptos! 


Yo, personalmente, me congrego en una iglesia donde se bautiza en el Nombre de Jesús y se predica la doctrina de la Unicidad, pero jamás me atrevo a afirmar que solamente los que estamos en la misma línea de pensamiento nos vamos a salvar, o que los trinitarios están errados de codo a codo y que por lo tanto van a ser condenados: ¡Sería un impío atrevimiento de mi parte si lo hiciera, ya que no fui llamado a ser juez de nadie ni puedo pretender que conozco los propósitos de Dios con los demás! Por eso más bien, como hacían los primeros cristianos, me limito a dar la buena noticia de la redención, presentando a Jesucristo como el Hijo de Dios, Señor del universo entero y Dios mismo manifestado en carne, quien murió crucificado en una cruz, resucitó de entre los muertos al tercer día de su sepelio, y se constituyó así en la única alternativa de salvación para el género humano. Lo demás es pura especulación, filosofía y habladuría humana (léase Primera a los Corintios 2: 1- 5).

Así pues, ser cristiano evangélico significa tener a Dios como el eje alrededor del cual gira nuestra vida (Léase San Marcos 12: 28 - 34). Es nacer de nuevo, como si de una nueva criatura se tratara (léase San Juan 3: 3 – 6   y  Segunda a los Corintios 5: 17). Es ser una persona nueva, distinta, capaz de ver las cosas desde el punto de vista de Dios (léase Isaías 55: 8, 9   y  Primera a los Corintios 2: 16). Es ser re-generado, re-creado. Es creer en un Dios real que todo lo puede, incluso violentar las mismas leyes del universo, trastocar el orden establecido en él y poner el mundo al revés si es necesario, con tal de cumplir sus propósitos o de ayudar a los que son de Él (léase por ejemplo Josué 10: 12 – 14   y  Segundo Libro de los Reyes 20: 8 - 11, donde Dios modifica las leyes de la física para ayudar a dos siervos suyos); un Dios omnipresente que nos ama, más allá del bien y del mal (el que lee, entienda y discierna), que siempre se encuentra aquí y ahora, y que además puede intervenir real y positivamente en nuestras vidas, ya que no se trata de un ser despótico, ni lejano e inaccesible, ni abstracto, ni simbólico, ni mitológico, ni uno al que se deba tomar como una costumbre más en la vida (léase San Juan 3: 16 – 18  y  San Mateo 7: 7 - 12). Ser evangélico es creer en Jesús de Nazaret como la solución real y efectiva a nuestros propios problemas y a los del mundo entero (léase Romanos 8: 18 – 25,  Primera de San Pedro 5: 6, 7   y  Daniel 2: 44). Es creer ciegamente en todo lo que Dios diga por increíble e irracional que parezca: si Él dice que el cielo es rojo, viendo yo que es azul, pues entonces también creo y afirmo que el cielo es rojo, porque así lo dijo Dios. Es así de simple.

Alguna vez alguien me increpó: “La razón sin la fe cojea, pero la fe sin la razón es ciega”, a lo que yo le contesté: “Pues así es que debe ser, precisamente, para que uno se pueda salvar: completamente ciega”. De hecho, es muy posible que toda la historia sagrada que relaté anteriormente sobre Dios, el diablo, los judíos, La Ley, Jesús, el pecado, la muerte, la expiación, la redención, etc., parezca muy fantasiosa e irracional, por muchas razones que bien podrían argumentarse. Yo mismo he tenido serias dificultades para aceptar completamente todo este asunto, porque ciertamente en muchos aspectos es incompatible con la mayoría de referentes y paradigmas que uno tiene en la mente, así como con la experiencia inmediata que se percibe a través de los sentidos. Pero es precisamente ahí donde entra en acción ese profundo concepto de la Fe: simplemente hay que creer, gústenos o no, parézcanos real o no, todo ese asunto tan extraño. Hay que cerrar los ojos y lanzarse al abismo. Confesar que creemos en eso que no hemos visto ni palpado y que además es tan diferente a lo que nos habían enseñado, aunque nos sintamos quizá un poco dementes, afirmando la existencia de cosas que no hemos experimentado y de las que no tenemos constancia. Sólo así se puede empezar a conocer a Dios; es la única vía para llegar a la verdad: creer para después ver, y no ver para después creer (léase San Juan 20: 24 – 29  y  Hebreos 11: 1). Experiméntelo usted mismo, y luego juzgue si es cierto o no.

Sin embargo, para poder creer en algo, primero tengo que ser enterado sobre ese algo. Tengo que conocer aquello en lo cual voy a creer, ya que si no lo conozco no puedo profesar fe en ello. Si no tengo información sobre quién fue y quién es Jesús de Nazaret, y sobre el mensaje que se predica en su nombre, ¿cómo voy a ejercer fe en él? Es obvio que antes debo ser informado al respecto. Y cuando ya estoy enterado entonces decido si creo o no creo… Es más, en el fondo ni siquiera se trata de una decisión: el creer simplemente brota de manera espontánea o no brota, dependiendo de qué tanta humildad haya en mi corazón y qué tan dispuesto esté a aceptar la dirección de Dios en mi vida.


Lo maravilloso es que cuando uno cree de corazón y acepta este conocimiento, entonces se da inicio a un misterioso proceso de naturaleza espiritual en el que se empieza a comprobar la veracidad de todo este asunto. Invito al lector a que experimente en persona lo que estoy afirmando: Infórmese sobre quién es Jesús, el Mesías, y si la fe brota en su corazón, de modo que pueda creer que Él es el Hijo de Dios que vino a salvar al mundo, entonces acéptelo como tal en su corazón, confiéselo con su boca e invóquelo con sus propias palabras para que sea el dueño de todo su ser, y si lo hace con sinceridad le garantizo que algo sorprendente comenzará a ocurrir en su vida; algo que no necesariamente va a ser placentero, sino que incluso puede llegar a ser bastante desagradable, como un doloroso tratamiento médico que a la postre le va a sanar de su enfermedad (Primera de San Pedro 4: 12 – 13)


Lo que quiero decir es que al aceptar a Jesús de Nazaret como Señor y Salvador, van a desencadenarse en su vida interna y externa una serie de acontecimientos tan palpables y de efectos tan profundos, que le van a hacer sentir que sin duda su realidad está siendo transformada. Hay que tener en cuenta que, por un lado, la fe necesita ser probada (léase Primera de San Pedro 1: 6 - 9); y por otro, los ataques por parte de Satanás y sus millones de ángeles malignos, que actúan como agentes de las tinieblas, no se harán esperar (léase Job 2: 1 – 7San Lucas 22: 31, 32,  Primera de San Pedro 5: 6 – 11  y  Efesios 6: 10 - 13), pues este malvado querubín todavía nos ve como sus súbditos, en su calidad de rey usurpador, y desea profundamente la destrucción y perdición total de nuestra especie. 


Su salud, sus finanzas, sus relaciones interpersonales, pero sobre todo su vida anímica y emocional (incluyendo miedos, defectos, complejos, traumas, trastornos psicológicos), serán las áreas más atacadas por estos seres malvados (Segunda a los Corintios 12: 7 - 10) y aún por su propio ego, que se verá confrontado con la poderosa verdad divina a la que siempre rechazó. Su vida dará un giro radical; muy probablemente llegarán momentos en los que incluso va a desesperarse y aún a desear morirse (Números 11: 11 – 15, Primer Libro de Reyes 19: 3, 4,  Salmos 6,  Salmos 22: 1 – 5Salmos 42: 1 – 3,  Salmos 88,  San Mateo 26: 36 - 38), pero es justo ahí donde usted podrá comprobar cuánta fe ejerció en Jesús de Nazaret y cuánta sinceridad hubo en su corazón para con Dios al hacer la confesión propuesta líneas arriba (Deuteronomio 8: 1, 2). En otras palabras: los sufrimientos que tenga que encarar como cristiano harán que se tome este asunto en serio y que aprenda a confiar y a poner su esperanza exclusivamente en Dios, no en sus propias fuerzas y capacidades, y mucho menos en la ayuda humana. De todas formas, la victoria definitiva sobre el mal es segura, siempre y cuando uno permanezca en Cristo (San Juan 16: 33,  Romanos 8: 31 – 39, Primera de San Juan 2: 12 – 14,  5: 4, 5). En el análisis final, uno puede darse cuenta de que en realidad nada puede destruir al cristiano, así todo llegue a acabar aquí, en este mundo físico.

Ahora bien, no se puede dejar de reconocer que toda la historia sagrada que se narra en la Biblia, así como la metafísica implicada en ella, a pesar de su sencillez y altas dosis de "fantasía" o "mitología" (que bien podrían señalarse en muchos de sus relatos), se caracterizan por poseer una adecuación a la realidad objetiva y por ser universales. Es decir, concuerdan con lo que se observa y se vive en este mundo, están enmarcadas dentro del contexto de la historia universal, y son plenamente comunicables a cualquier persona en el planeta. Quien lea la biblia jamás verá, por ejemplo, que en ella se hable del sol como si fuera una deidad o un ser viviente, como lo hacen las mitologías, sino como lo que objetivamente es: un astro que emite calor y luz propia. Tampoco verá que los sucesos narrados en ella estén desligados del curso oficial de la historia, sino que más bien ocurren dentro de ese cauce, indicando muchas veces el tiempo en el que sucedieron, siendo la Biblia, en efecto, una de las mejores fuentes históricas, a la que tienen que seguir recurriendo los especialistas, creyentes y no creyentes. Y asimismo, quien lea la Biblia tendrá que reconocer que su lenguaje en general no es abstruso ni sus doctrinas son galimatías difíciles de comprender. 

Incluso en aquello en que no parece ser objetiva, la Biblia termina demostrando que lo es, ¿o quién que haya participado en verdaderas Misas Negras, por ejemplo (no en rituales de pandilleritos adolescentes que visten de negro y escuchan música Gótica o Heavy Metal), y haya hecho pactos con espíritus malignos, puede negar que Satanás existe, que ejerce una acción real en el mundo, y que además es experto en crear ilusiones y en manipular la mente del ser humano? (léase Segunda a los Corintios 4: 4,  11: 14   y  Efesios 2: 1, 2)Por otra parte, ¿no se perciben en el ambiente político, económico y social del mundo entero claros signos de que la historia de la humanidad se va aproximando a pasos agigantados hacia un punto culminante en el que habrá un cruento desenlace, tal como lo profetizó la Biblia hace tantos siglos? ¿No demuestran acaso el universo mismo y las leyes que lo gobiernan que no son el producto de un “trabajo en equipo” de varios dioses sino que un solo Dios es más que suficiente para crearlas y establecerlas?

Por tanto, el Evangelio de Jesucristo es en definitiva un llamado a la sensatez. Es un mensaje esperanzador que nos habla de la bondad de Dios y su deseo de rescatar al hombre de su perdición; pero también una vigorosa advertencia para que reaccionemos, nos demos cuenta de que es necesario despertar de ese letargo mortal en el que se encuentra sumida la especie humana, esclava del pecado y de la ilusión, y fijemos la mirada en el Dios Omnipotente, que todavía tiene extendida su bendita mano para sacar al hombre de ese miserable destino al que se encuentra encadenado. 


Ser cristiano evangélico es darse cuenta de que esta realidad que percibimos y en la cual nos movemos y vivimos no lo es todo, sino que existe otra realidad superior, trascendente, situada muy por encima de ésta, a la cual podemos tener acceso únicamente a través de Jesucristo. Porque si uno se detiene a analizar bien el comportamiento y la forma de ser de Jesús, notará fácilmente que él era un hombre realista y tenía los pies muy bien puestos sobre la tierra; sus parábolas eran sencillas y trataban aspectos de la vida real y cotidiana: Jesús apelaba al sentido común y a la lógica. No obstante, al mismo tiempo, mostraba con sus milagros y a través de esos mismos discursos que sí existe otra realidad superior (no supeditada a la lógica humana) a la que es posible acceder, y de la cual él mismo provenía y era embajador (léase San Juan 3: 13, 31 – 33, 16: 28  y 18: 36).

Hace varios años me encontraba en casa de uno de mis hermanos y vi a mi pequeño sobrino, que en ese entonces tenía ocho años, jugando a los espadachines con otros cuatro amiguitos. Me pareció muy divertido el juego y me acerqué para tomar partido en él usando una tabla delgada como espada. Al cabo de un rato, y después de reírme mucho con las ocurrencias de ellos, les dije que mi sobrino tenía ciertos poderes psíquicos que le permitían levantar objetos con la mente. Les hablé de una manera tan sugestiva y convincente que al cabo de unos minutos parecían estar creyéndolo…aun hasta mi propio sobrino, con quien realicé una “demostración” diciéndole que arrojara lejos una tabla con su “poder” (pero en realidad fue mi brazo el que la lanzó). Y luego les dije que era posible que ellos también lo tuviesen, de manera que uno de ellos tomó una tabla, y luego otro, y comenzaron a ensayar: lanzaban la tabla con una mano y con la otra hacían el ademán de haber proyectado su "poder" mental. Así que, al cabo de un buen rato, todos terminaron creyendo que tenían poderes y me decían, emocionados: “¡Vea cómo la tiro…!”. Yo me reí mucho, y de esta manera logré comprender bien aquellas palabras de Jesús cuando dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos… (San Marcos 18: 3

¿Estaría usted dispuesto a creer en Dios de esa misma manera, que bien podría tildarse de ingenua e inmadura? ¿Estaría dispuesto a aceptar una transformación total de su vida, que incluso implique un poco de dolor que a la postre tendrá un efecto benéfico y renovador? ¿Aceptaría dejar su egocentrismo a un lado y reconocer la Soberanía de un solo Dios, cuyo Nombre salvador es Jesucristo, y que sólo nos pide fe para poder salvarnos, sinceridad de corazón, humillación del ego y disposición de la mente para poder cambiarnos y elevarnos de nuestra miserable condición, y no sacrificios ni obras de caridad que jamás podrán expiar ni quitar la imborrable y genética mancha del pecado? ¿Estaría dispuesto a renunciar a todo y a perderlo todo por seguir y amar a ese Dios invisible, si así llegara a ser necesario, con tal de salvar su alma y acceder a una realidad superior? ¿Quisiera involucrarse en este plan tan complicado para algunos –como para mí- de amar al prójimo de una manera tal que incluso estemos dispuestos a sacrificarnos por él? (léase San Juan 15: 12, 13 y Primera de San Juan 3: 16 - 18) (Porque siendo realistas, el ser humano es una criatura bastante dañina y odiosa, a la cual resulta muy difícil amar, si bien es cierto que no es algo imposible, si uno deja que Dios vaya obrando en la mente y el corazón).

Si es así, permítame decirle entonces que ha comenzado 
a involucrarse en el asunto más serio pero a la vez más provechoso y trascendental de su vida, que si bien le traerá grandes desafíos que pondrán a prueba su fe, valentía, resistencia y determinación, al final redundará en abundantes recompensas que empezarán a verificarse en esta vida y llegarán a su plenitud en la otra que está por venir: la vida eterna. Uno como humano en el fondo siempre espera recibir una recompensa, y Dios, que no es injusto para desconocer la diligencia y la buena voluntad que le mostramos al seguirlo, y que además conoce nuestra naturaleza interesada, ciertamente tuvo en cuenta darnos un magnífico paquete de regalos que valen mucho más que cualquier sacrificio que hagamos en esta vida por obtenerlos. Si usted no buscó todas las citas bíblicas que a lo largo del documento señalé, le invito a que al menos busque éstas otras, en las que podrá encontrar una pequeña parte de ese enorme galardón que Dios ha prometido dar como recompensa eterna para todo aquel que decida seguirlo y servirle de corazón. A todo aquel que quiera alcanzar la más alta dignidad que se puede llegar a obtener en el universo: ser un “hijo de Dios”, en Cristo Jesús: 

San Juan  1: 11 - 135: 24 - 29;  8: 12;   11: 25, 26;  14: 1 – 3, 15 - 18;  16:33  –  Romanos  5: 1, 26: 228: 1816:20  –  Efesios 1: 3 – 12, 17 - 19;  2: 4 – 7, 19  -  Colosenses 3: 4  -  Primera a los Corintios  15: 47 - 54  –  Primera a los Tesalonicenses  4: 16 – 18   -  Hebreos 4: 14 – 16  -  Primera de San Pedro 1: 3 - 6;  2: 9, 10;  5: 4  –  Segunda de San Pedro 3: 10 - 14  –  Primera de San Juan 3: 2, 3  -  Apocalipsis  3: 5, 12, 2119: 9;   20:10;   21: 1  - 722: 1 - 5, 12 - 15.

Que el Dios Excelso, Creador del Cielo y de la Tierra, derrame abundantes bendiciones sobre usted, mientras procesa todo este asunto y piensa qué hacer al respecto…


GLOSARIO DE TÉRMINOS


Arquetipo: imágenes o fragmentos del inconsciente colectivo que son independientes de la experiencia externa, como por ejemplo la tendencia masculina que hay en cada mujer (ánimus) cuando se comporta con rudeza o ejerce roles viriles; o bien, la tendencia femenina que hay en cada hombre (ánima) cuando es tierno, cariñoso y sensible. O cuando manifestamos una tendencia maternal, sin necesidad de ser madres, al cuidar una mascota o un niño (La madre), entre muchos otros.

Autocontenido: que se contiene a sí mismo y no está dentro de algo más.

Bronx: condado norte de Nueva York y una de las cinco comunas en las que se divide la ciudad.

Cábala: Es la Gnosis judía. Se trata de un sistema esotérico de origen hebreo que se basa en el misterio de los números y otras prácticas mistéricas de diversas fuentes.

Caldea: antigua región del sur de Mesopotamia (hoy Irak) que bajo el gobierno del rey Nabucodonosor se logró imponer sobre toda aquella tierra y formar el Segundo Imperio Babilónico, alrededor del 600 a. de C.

Chi-Kung (Qui-Gong): sistema de ejercicios respiratorios y corporales de origen chino, de carácter más bien marcial, enfocado a lograr una buena circulación y utilización del Chi o energía vital, para el mejoramiento de la salud física, mental y espiritual. Es similar al popular Tai Chi Ch´uan.

Deva: especie de ángel en las religiones hindúes.

Dossier: historial, archivo.

Dualismo: Aunque no se trata del nombre oficial de la doctrina arriana, en este texto fue acuñada para referirse a la enseñanza teológica según la cual Jesús no es Dios, sino la primera creación de éste. Se trata del dogma actualmente profesado por los Testigos de Jehová, los Mormones y los miembros de la iglesia La Luz del Mundo.

Empirismo: doctrina filosófica que afirma que solo se puede conocer aquello que entra por los sentidos y se puede experimentar y comprobar.

Escéptico: persona que duda de todo, o que no cree en nada. O que cree que ciertas cosas no se pueden llegar a conocer.

Esenios: una de las cuatro sectas del Judaísmo en los tiempos de Jesús. Era una comunidad de ascetas que vivía en un conjunto de monasterios emplazados en ciertos lugares escarpados de las zonas desérticas de Palestina, principalmente en la región de Qumrán. Se dedicaban a la oración, diversos rituales religiosos y la copia exacta de textos sagrados. Se dice que Juan el Bautista, primo de Jesús y quien lo bautizó en el río Jordán, perteneció a dicha comunidad. Fueron exterminados por los romanos durante las sangrientas guerras que ocurrieron en Palestina durante la segunda mitad del siglo I.

Feng Shui: práctica mágica de origen chino en la que se pretende encontrar, canalizar y aprovechar las buenas corrientes de energía que circulan por la tierra, para emplazar las edificaciones y lograr en ellas espacios armónicos y amenos.

Fenomenología: conjunto de fenómenos y sucesos implicados en una situación o contexto determinado.

Globalización: ideología del mundo unido y sin fronteras, con libre flujo de capital e información; de nefastas consecuencias si se llegaran a suprimir las diferencias culturales y se impusiera algún monopolio o gobierno capitalista en particular.

Humanismo: Conjunto de ideologías que tienen como rasgo distintivo el poner al ser humano en el “centro de universo”, alrededor del cual se supone que gira todo, y en función de quien todo debe definirse.

Kama Sutra:El Libro de los Sentidos”, un antiguo texto hindú que trata sobre diversas técnicas y métodos propios de las artes amatorias empleados para obtener la plenitud sexual.

Masaje Ayurvédico: sistema de quiropraxia originario de la India, en el cual se relaciona, para la clasificación de las técnicas, a cada dedo de la mano con uno de los cinco elementos de la naturaleza: tierra, aire, agua, fuego y éter.

Metafísica: Más allá de lo físico. Esencia del ser y de la realidad.

Necromancia: práctica adivinatoria por medio de la cual supuestamente se invocan espíritus de muertos para consultarles sobre algún asunto.

Neoliberalismo: Doctrina económica que actúa a dos niveles: Internacionalmente: Supresión de las fronteras al capital. La consecuencia más clara a este punto es la deslocalización de la economía. Internamente: Privatización de los servicios públicos, desregularización del mercado laboral.
es.wikipedia.org/wiki/Neoliberalismo 

Nigga: expresión derivada de “nigger”, muy común entre la subcultura Hip-Hop para designar a los afroamericanos. A veces tiene connotaciones despectivas, y otras tantas cariñosas, donde puede significar algo así como “mi negro”.

Quiromancia: Práctica adivinatoria que usa como criterio la lectura de las líneas de las manos.

Racionalismo: doctrina filosófica que afirma que sólo se pueden conocer las cosas por medio de la razón.

Reflexología: arte que consiste en realizar masajes en la planta de los pies para calmar ciertos males y tensiones. Existen ciertas zonas en el pie que representan todos los órganos del cuerpo y al estimular esas zonas manualmente podemos calmar el dolor, facilitar la eliminación de toxinas, prevenir ciertas enfermedades y disturbios de la salud.

Reiki: sistema de ejercicios respiratorios de origen japonés, en el cual se realizan además ciertos movimientos con las manos para canalizar y transmitir el Ki (o Chi) hacia ciertas zonas del cuerpo y mejorar la salud de éste.

Semitas: dícese de los pueblos que supuestamente descienden de Sem, el hijo mayor de Noé.

Seth: dios egipcio del mal y las tinieblas.

Shiatsu: viene de Shi (dedo) y atsu (presión). Es un método de masaje por presión, de origen japonés, que combate el desequilibrio del cuerpo y el espíritu.

Súcubo: manifestación del Diablo en forma de mujer. O también: demonio femenino.

Sumeria: antigua región del sur de la Mesopotamia, donde se construyeron las primeras ciudades y se inició la civilización, alrededor de 4000 años antes de Cristo.

Tantrismo: rama del sistema Yoga enfocada a la correcta canalización y utilización de las energías sexuales para el beneficio espiritual y corporal de los individuos, por medio de técnicas que han de realizarse con la pareja sexual.

Trinidad: Dogma de las “tres personas divinas”: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Unicidad: También llamada “Monarquianismo” o “Modalismo”. Doctrina que afirma que Jesucristo es el Nombre del Padre, del Hijo y  del Espíritu Santo, ya que los tres en realidad son uno y el mismo.

Yang: según el Taoísmo, antigua religión de la China, es el principio masculino y positivo del universo: la luz, la alegría, el día, el sol, la agresividad, etc.

Yinn: de acuerdo con el Taoísmo, es el principio femenino y negativo del universo: la oscuridad, la tristeza, la noche, la luna, la pasividad, etc.

Zelotes: O también: “Celosos de la Ley”. Una de las cuatro sectas del Judaísmo en los tiempos de Jesús, de carácter subversivo, que llevó a cabo un sangriento levantamiento armado contra Roma, que culminó con la destrucción de Jerusalén y la expulsión de los judíos de Palestina en el año 70 de nuestra era. Se dice que tuvieron algunos contactos con Jesús para tratar de convencerlo de que se uniera a su causa, a lo cual el Mesías se negó.






[1] Es un concepto de física teórica enunciado en los años 20 por Werner Heisenberg, que expresado en un nivel general se refiere a que mientras con más precisión se conozca un aspecto de un fenómeno físico, en un determinado momento, con tanta menor precisión se conoce su contraparte.

[2] Todos estos mitos hablan, aunque de distintas maneras de acuerdo con la cultura que los creó, de un dios solar que, para salvar a la humanidad, muere trágicamente y luego resucita. Dichas historias se basan en la observación de los ciclos del Sol en la naturaleza y la consecuente sucesión de las estaciones: en el solsticio de invierno (que ocurre el 22 de diciembre) el dios “muere” y tres días más tarde (el 25) “resucita”. Además, en este mismo día 25 el dios “nace” de una diosa “virgen”, símbolo del firmamento azul y sereno, que se constituye así en la “madre de dios”. A este respecto recomiendo el libro: “Mitos y ritos de la Navidad” de Pepe Rodríguez. Grupo Zeta, ediciones, 1998.

[3]  Para los que deseen ampliar información sobre los mitos solares y los argumentos anticristianos, recomiendo ver el documental Zeitgeist, el cual puede encontrar en Google Videos. A pesar de ser un video cargado de veneno contra el Cristianismo y de argumentos discutibles, no obstante en la segunda y tercera parte aborda dos temas de suma importancia que todo ciudadano en el mundo debe conocer.


[4] Recomiendo leer el monólogo: “Descodificando a Da Vinci”, de Amy Welborn, el cual puede bajar de www. fluvium.org/textos/cultura/cul233.htm.

[5] Para más información sobre los Evangelios Apócrifos, sugiero leer el artículo sobre Jesús de Nazaret publicado en la revista “Muy Interesante” en su número de marzo de 2007, pág. 16-25

[6] No deja de resultar entonces curioso que el mismo Jesús les dijera a sus discípulos unas palabras tan contrarias a estas afirmaciones gnósticas como las que hay en Mateo 10: 26, 27 y en Marcos 16: 15, o las que le dice a los sacerdotes del Concilio judío que lo acusan en Juan 18:20.

[7] Que significa “Padre de una multitud”.

[8] Que significa “El que lucha con Dios”.

[9] Toda esta historia la puede leer en el libro de Génesis, desde el capítulo 12 hasta el 50.

[10] Registrada en el libro del Éxodo y llevada al cine en películas como “Los Diez Mandamientos”, protagonizada por Charlton Heston en 1956.

[11] Yahvéh es el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento, según la revelación que tuvo Moisés en el monte Sinaí antes de ir a libertar a los israelitas. Significa “Yo soy quien soy” y viene de las consonantes hebreas יהןה que se traducen Y H V H, y se denominan tetragrámaton. Y dado que en el alfabeto hebreo no existían las vocales, entonces no se sabe con exactitud cómo se pronunciaba. Muchos eruditos dicen que probablemente se hacía “Yavé”, mientras que otros proponen la forma “Jehová”, basándose en las vocales que pusieron los escribas masoretas debajo de las letras para recordarle al lector que no pronunciara el nombre sagrado sino que dijera “Adonay”.

[12] La fantástica historia del rey David se encuentra a partir del primer libro de Samuel, capítulo 16, hasta el primer libro de los Reyes, capítulo 2, versos 1 al 12.

[13] Pues hasta hay canciones que lo mencionan, como la conocida “Rivers of Babylon”, inspirada en el Salmo 137 e interpretada en los años setenta por la agrupación de dance Boney M.

[14] Actualmente se sabe que en el genoma humano (o código genético) existen algunos “genes de la conducta”, que determinan ciertos comportamientos y tendencias en el ser humano, como por ejemplo el “gen de la delincuencia”, presente en el cromosoma Y.

[15] Traducción al griego de la palabra hebrea Mesías

[16] De la palabra griega Kyrius, que es la traducción al griego de la palabra hebrea Adonay, título exclusivo de Yahvéh.

[17] Personaje misterioso cuyo nombre significa: “El que se rebela”, y que, según la Biblia, fue “el primer poderoso en la Tierra” después del Diluvio, así como el principal ancestro del pueblo Asirio, que se caracterizó por su gran crueldad (léase Génesis 10:6-12 y 11:1-9). Se le relaciona con varios personajes de la mitología mesopotámica, entre ellos el dios Nin-Girsu de Lagash, el rey Gilgamesh de Uruk, y hasta el mismo dios Baal, cuyo culto se extendió por todo el Medio Oriente y parte de Europa.

[18] Compárese esta práctica religiosa con la que describe el profeta Isaías en el capítulo 46 de su libro, versos 5 al 8.

[19] Yo personalmente he hallado alrededor de quince contradicciones en la “Biblia” de los Testigos de Jehová.

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