miércoles, 3 de octubre de 2012

DEVELANDO EL GRAN MISTERIO (PARTE I)


“No temáis; ésta es la verdad…”


El ser humano ante el misterio del universo y la vida


Es indudable que nos encontramos en un mundo desconcertante del que casi no sabemos nada, como dijo alguna vez el reconocido astrofísico de la NASA Carl Sagan, quien fuera uno de los ateos modernos con mayor prestigio en el ámbito científico, y uno de los estudiosos de mayor proyección al público no especializado, entre el cual ha tenido un amplio reconocimiento por la magistral divulgación que hizo de muchos de los temas más profundos de la ciencia, a través de varios documentales televisivos e impactantes libros de corte científico-literario de fácil comprensión, entre los que merecen destacarseCosmos, Un punto azul pálido, El mundo y sus demonios y Los dragones del Edén.


A través de sus trabajos, el señor Sagan (al igual que muchos otros autores antes y después de él) expone con vehemencia un punto de vista sobre la realidad que se ha convertido en el credo que rige la mentalidad del hombre moderno, según el cual sólo podemos considerar como algo verdadero y real, como algo que de veras existe y debe ser aceptado como cierto, todo aquello que pueda ser demostrado o comprobado a través de una experiencia de naturaleza científica.

Se trata de una idea que ya no parece sorprender a nadie, como sí lo hacía unos cinco siglos atrás, cuando la ciencia y la razón comenzaron a desplazar a la religión y a la mística en su tarea de explicar el mundo y sus misterios, gracias al resurgimiento de antiguas ideologías y escuelas de pensamiento filosófico que ya existían desde la época de la civilización griega, pero que habían permanecido sin mayor protagonismo (e incluso algunas en el anonimato) hasta finales de la Edad Media, cuando fueron retomadas y promovidas de una manera sin precedentes, para inaugurar dos períodos de la historia que se convirtieron en todo un paradigma en la forma de ver el mundo: la época del Renacimiento (siglo XVI), y más tarde la de La Ilustración (siglo XVIII), durante las cuales se desarrollaron nuevas doctrinas que revolucionaron el panorama cultural del hombre, y configuraron la civilización tecnificada, industrializada y materialista de nuestros días.





Todas estas doctrinas y escuelas de pensamiento, diversas y sorprendentes, formuladas por los más ilustres pensadores de la antigüedad y la modernidad, se pueden agrupar básicamente en tres ideologías fundamentales y correlacionadas: el Racionalismo, el Empirismo y el Materialismo, las cuales ejercen hoy más que nunca una poderosa influencia en nuestra sociedad, y son de hecho la piedra angular sobre la cual parece edificarse nuestra civilización.

De acuerdo con esta mentalidad, todo aquello que siempre hemos envuelto bajo el velo del misticismo y de la fe simplemente ya no existe, pues se trata de algo que ahora es cosa del pasado, de mentes obtusas, ignorantes y supersticiosas de muchos siglos atrás, que al no tener explicaciones "científicas" para los fenómenos naturales y los vaivenes de la vida, acudían a la imaginación y a la creencia en "dioses" y seres superiores que regían el cosmos, en un intento por comprender y darle sentido a la realidad. En consecuencia, tampoco existe una dimensión que pudiéramos llamar "metafísica", ni un "Dios" o "dioses" eternos y todopoderosos, creadores y sustentadores del universo, ya que su existencia no ha podido ser comprobada o demostrada. 

Lo que realmente existe -según lo que se ha logrado comprobar hasta ahora gracias a la Ciencia- es un universo material regido por un conjunto de leyes físicas que interactúan entre sí y que explican su existencia, su funcionamiento y quizá su destino. Leyes que pueden ser estudiadas y comprendidas, y que dan cuenta de un cosmos que tal vez sea autocontenido, eterno e increado, y que por lo tanto no necesita de un Dios creador. O surgido, por qué no, de un extraño “azar” (una de las palabras favoritas de los científicos). 




Y aún en el caso de que sí existiese algo que pudiésemos catalogar como “metafísico” o “paranormal”, pero que no sea explicable por estas leyes infalibles, entonces se trata de un asunto sobre el cual es necesario seguir investigando pero sin echar mano de explicaciones de carácter religioso o místico, ya que según los defensores de esta postura "todo tiene una explicación científica". Y si acaso hubiese algo que no la tuviera entonces jamás será un elemento accesible al entendimiento humano, y por lo tanto no se le puede considerar verdadero conocimiento. A esta concepción de la realidad podemos llamarla entonces ateísta.

No obstante, frente a esta opinión tan generalizada en el mundo moderno, ha existido siempre, a lo largo de toda la historia de la humanidad, el punto de vista contrario, el cual tiene al menos tres variantes o versiones. De acuerdo con esta otra corriente, que bien podríamos catalogar como teísta, la explicación al misterio del universo y la vida se encuentra en la existencia de un Dios único, eterno, increado y todopoderoso, que es de naturaleza personal (es decir, con atributos de persona, tales como la capacidad de pensar de manera autónoma, de sentir, de experimentar emociones, e incluso de poseer una forma específica), y que de la nada lo hizo todo (o sea que creó el universo y es independiente de él), una concepción que se denomina Monoteísmo (creencia en un sólo Dios). Una segunda versión, llamada Politeísmo, asegura que existe no sólo uno, sino muchos dioses, cada uno de los cuales tiene su propia historia y su función dentro del devenir del Cosmos.


La tercera variante teísta, denominada Panteísmo, afirma la existencia de una Deidad suprema de carácter 
impersonal (o sea que no tiene propiamente atributos de persona), y lo describe como una entidad absoluta y sin conciencia individual y diferenciada, que engloba en sí misma a todos los demás seres (vivientes e inanimados) en una unidad que es la que constituye este mismo universo, el cual viene siendo algo así como un gran "organismo divino", compuesto por cada uno de los seres existentes, que serían algo así como sus “partículas” integrantes. En otras palabras: el universo es el mismo Dios, y está constituido por una diversidad de seres a través de los cuales se expresa. 



En consecuencia, y de acuerdo con cada una de estas tres versiones teístas, el cosmos y la dinámica de su funcionamiento no son más que el resultado de las acciones de estos seres divinos: bien sea porque el Dios único del monoteísmo obre como creador de la materia y regente supremo de sus criaturas, o porque toda la variedad de dioses del politeísmo, muchas veces antagónicos (unos luminosos y otros oscuros, unos buenos y otros malos), se encuentren enfrascados en una eterna lucha por la supremacía que da lugar a la formación del universo y su fenomenología, o bien, porque toda esta realidad no sea más que el producto de la incesante actividad de ese gran organismo impersonal Dios-Universo del panteísmo, el cual, siguiendo el orden natural de las cosas, también nace, se desarrolla y muere, en un ciclo que se repite eternamente. De igual forma, y sea cual sea la versión, algo en lo que también coinciden es en el hecho de que el ser humano se encuentra inevitablemente involucrado en toda esta historia, e incluso juega un papel protagónico en ella, teniendo como deber primordial buscar la conexión con los poderes divinos y conformar su destino a la voluntad de ellos.


Queda claro entonces, según esta concepción teísta de la realidad, que no todo en el universo necesariamente es perceptible, demostrable, comprensible y mucho menos medible, ya que sin duda existen misterios y fenómenos que se encuentran más allá de la capacidad de percepción y de entendimiento humanos, que bien pueden ser catalogados como “sobrenaturales” o “metafísicos”, y que dan cuenta de la existencia de un plano, dimensión u orden de cosas distinto, trascendente y superior a éste en el cual vivimos, controlado desde luego por poderes supremos. Y en consecuencia, lo metafísico y lo místico no sólo son verdades indiscutibles, sino que de hecho se encuentran en la base misma de la realidad (aunque desconozcamos su naturaleza), y por lo mismo deben ser seriamente considerados y estudiados para poder hallar la respuesta al gran misterio del universo y la vida. 

Sobra decir que, a partir de esta concepción teísta – que como se pudo ver presenta al menos tres versiones –, es que surgen las diferentes religiones del mundo con sus innumerables ramificaciones y sectas.





Ciencia y religión, dos conceptos aparentemente irreconciliables, envueltos desde hace siglos en una encendida controversia que parece no tener fin y, sin embargo, ambos muy de moda en nuestros días.

La ciencia impresiona y exulta los ánimos del ser humano promedio - que en lo más profundo de su ser supone que es el centro del universo - porque parece tener la capacidad de explicarlo casi todo de una manera “lógica” y “demostrable”, que permite deshacerse fácilmente del concepto “Dios” y proporcionar un gran alivio a todo aquel que tenga el ego tan inflado como para aceptar que es una simple criatura que depende de un Ser mucho más grande, poderoso, y superior a él en todos los aspectos, que puede disponer de su vida como y cuando se le antoje, o para todo aquel que albergue en su corazón un implacable rencor hacia ese Dios que no hace las cosas como él piensa que deberían hacerse, que además parece no contestar las oraciones, y que por si fuera poco se muestra indiferente ante el dolor de sus criaturas, puesto que permite tanto sufrimiento e injusticia en el mundo.


Me viene a la memoria un viejo poema titulado “El Ateo"[1] que finaliza diciendo que cuando el ateo, un hombre rencoroso y lleno de amargura por tantos sufrimientos en la vida, terminó de renegar contra Dios y de decir que él no existía, inconscientemente reclinó la cabeza y dijo sin pensar: ¡Qué infeliz soy, Dios mío…!. También recuerdo, con cierta jocosidad, una anomalía que llegué a percibir en casa de un difunto anciano, que casi toda la vida se la pasó renegando de Dios y repitiendo con furia diatribas como: ¡El tal Jehová de los evangélicos era un asesino, saqueador y sanguinario, que en el Antiguo Testamento mandaba matar niños, mujeres y ancianos, y gustaba de beber en grandes cantidades la sangre de becerros, corderos y carneros que le ofrecían en holocausto …El verdadero Dios de amor no existe…! Y, sin embargo, encima del pequeño armario de su habitación permanecía una vieja y bien cuidada Biblia de pasta verde que mostraba claros signos de uso, y en el pasillo de su casa tenía colgado un enorme cuadro en el que estaba escrito el primer versículo del Salmo 24, que dice: De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan…(¿?). 



Y es que la verdad siempre me ha parecido muy curiosa y contradictoria la actitud que normalmente adoptan los ateos cuando hacen referencia al concepto "Dios": hablan de él con furia, histeria o sarcasmo, a pesar de que supuestamente están muy convencidos de su inexistencia. Es decir, se refieren a él no tanto como si no creyeran en su existencia, sino más bien como si le guardaran rencor, y esto lo podemos comprobar fácilmente al hablar con alguien que se autodenomine "ateo", o simplemente al dar un vistazo a los numerosos libros, blogs, paginas web, foros y, en general, la abundante cantidad de material informático y literario de carácter ateísta que circula por el mundo. Pienso que si uno en realidad no cree en algo, ni siquiera menciona ese algo, y si lo menciona, lo hace con indiferencia y desinterés, mas no con rabia o ironía, como suelen hacer los ateos cuando hablan de Dios.





Ahora bien, la religión, en sus diferentes formas, continúa siendo vigente y aceptada en el mundo porque aporta respuestas a todas esas cuestiones rocambolescas que desde siempre han inquietado a nuestra especie, y a todos esos innegables sucesos sobrenaturales de evidente rareza que han sucedido a lo largo de la historia humana y que siguen sucediendo (digan lo que digan los escépticos), los cuales no ha podido explicar satisfactoriamente ni siquiera la mente más brillante, racional y científica. Por lo que no sigue quedando más remedio para el ser humano que acudir a lo desconocido, a algo superior y metafísico, que alguno llamará “Dios”, o quizá “dioses”, “genios”, “espíritus”, “fuerzas”, “principios”, “Poder Supremo”, “Mente Suprema” o cosas similares.

Sin embargo, resulta interesante notar que, aún entre las mismas personas que afirman creer en lo espiritual y en los poderes divinos, se produce un curioso fenómeno que bien puede compararse con una comedia teatral hipócrita, en donde la mayoría de estos creyentes actúan con una doble moral digna de un político prominente, pues mientras por un lado afirman creer en lo divino, y profesan ser seguidores de esta o aquella religión, no obstante, en la práctica, con su mentalidad y su forma de vidaniegan totalmente esas creencias (o las desprestigian y las dejan muy mal paradas), como lo veremos a continuación.

Normalmente uno encuentra a diario personas que dicen creer en algo (en uno o varios dioses, poderes, fuerzas, espíritus, etc.) ya sea por tradición, o porque no hallan una respuesta científica y lógica que satisfaga plenamente sus inquietudes en cuanto a todo lo que acontece en el universo y en sus vidas en particular, o porque se ven envueltas en situaciones sumamente difíciles en las que la ayuda humana se vuelve tan inútil que las obliga a levantar los ojos al Cielo en espera de un milagro, o porque desean lograr ambiciosos proyectos en la vida y sienten el vivo impulso de acudir a lo divino para que les eche una mano (dando por sentado que allá arriba están de su parte), o porque se sienten hastiadas de su ritmo y estilo de vida, de la misma gente, los mismos placeres, las mismas actividades, los mismos ambientes, las mismas ideas, y ya no le encuentran un verdadero sentido, o una motivación suficiente, a sus vidas. 

Y estas personas, que dicen ser creyentes de algo superior y divino, suelen demostrar esa fe recurriendo a prácticas y/o rituales de carácter espiritual con el objetivo de obtener las respuestas, la satisfacción, la seguridad y el respaldo que tanto buscan, y que además las “conecte” con esos poderes supremos que, al fin de cuentas, parecen ser los únicos que pueden ayudar al hombre cuando aparecen los grandes problemas de la vida. A esto se suma también el ajetreado ritmo de vida que llevamos actualmente, el cual suele provocar en los individuos una gran necesidad de descarga psíquica, generalmente acompañada de una sensación de hastío de lo terrenal, de lo material y lo cotidiano, que induce a muchos a buscar estas actividades y prácticas espirituales con el fin de mitigar esa nociva carga de estrés que los abruma.

Sin embargo, en medio de esta situación en la que el creyente parece buscar lo divino, surge entonces, en medio de esta sociedad de consumo, un fenómeno que tiene todas las características propias de una gigantesca estrategia de mercadeo, y que consiste en una agresiva oferta de lo que podríamos llamar productos religiosos, los cuales abarcan una extensa gama para todos los gustos y que incluyen las más variadas filosofías de vida, bien conceptualizadas y definidas en forma de terapias, técnicas, métodos y programas, diseñados con el fin de proporcionar una especie de “entrenamiento espiritual” que contribuya a lograr un mejor vivir, y que propicie una contundente y definitiva “liberación” de los rígidos y anticuados esquemas establecidos por los sistemas educativos y religiosos tradicionales, que han generado en los individuos de la sociedad nocivas represiones y “traumas” que han “obstaculizado el sano desarrollo de la personalidad durante muchas generaciones”.

Diariamente se oye hablar de cosas que hace poco más de un siglo eran casi completamente desconocidas para el hombre occidental, y que normalmente se consideran saludables e inofensivas, tales como el Yoga, el Feng Shui, el Reiki, el Tai-Chi-Ch´uan, el Chi Kung (o Qui Gong), el Shiatsu, la Acupuntura, el masaje Ayurvédico, el Tantrismo, el Kama Sutra, la Reflexología, la Meditación Trascendental, la Aromaterapia, la Cromoterapia, la Numerología, la Cábala y un largo etcétera, así como otras de corte más “personalizado”, entre las que se destacan las conferencias y enseñanzas de célebres gurús, yogis, pensadores, maestros orientales, profesionales de la salud y terapeutas psicológicos, difundidas a través de grupos, vídeos, libros, folletos, entre otros medios, las cuales tienen como objetivo contribuir a la “superación personal”, la “autoayuda”, la “liberación interna”, la “actitud positiva” y, más glamoroso aún: la “auto-realización”. 








Si nos vamos a lo patético y execrable, es necesario citar las “asesorías” que ofrecen esos timadores inescrupulosos hijos de súcubo que abundan como la mala hierba en las grandes metrópolis, y que reclutan un ejército de desempleados llenos de necesidades en sus hogares, para que repartan unos pequeños y bien conocidos volantes que dicen, por ejemplo: Maestro Horus, o Maestra Isis, o Maestra Andrómeda, o El Indio Patirrajao, o alguna otra majadería con la intención de impresionar y atraer a los incautos (que no faltan), y a continuación afirman cosas tan descabelladas como: te lo digo todo con solo mirarte a los ojos, en dos días pongo a tus pies al ser que amas, te libero de maleficios y te muestro a quien lo hizo, te digo dónde hay guacas enterradas, "no pague hasta no ver resultados...", entre otro sartal de tonterías.




No se pueden pasar por alto, desde luego, la gran cantidad de artículos esotéricos que se venden como pan en esas tiendas aromatizadas con sahumerio, sándalo o cualquier otra fragancia oriental que evoque el misterio, y ambientadas con alguna melodía china, hindú o árabe. Allí, uno encuentra objetos para la “buena suerte”: baños, riegos, fetiches, colgandejos, runas, cristales, velas de todos los tamaños y colores, pirámides con signos misteriosos, vestuario y accesorios con simbología egipcia, china o nórdica. Vemos también CD´s de relajación y de música oriental, imágenes y estatuillas de innumerables dioses que a veces sonríen como ebrios o alucinados, exhiben una reluciente calva, unas enormes orejas y se soban la panza en actitud bonachona, o bien, se encuentran sentados en posición meditativa y totalmente ausentes de este mundo. Otros quizá presentan aspectos temibles de híbridos medio humanos y medio animales, ya sea con rostro de simio o una enorme trompa de elefante en lugar de nariz, y sostienen algún báculo o tridente de “poder”, hacen cualquier cantidad de ademanes con las manos -¡que a veces pueden subir a un número de seis!- y, en ocasiones, hasta pueden tener serpientes enroscadas en el cuello. 

Me refiero, desde luego, a la miríada de dioses de las diferentes mitologías del mundo antiguo, que si bien representan a las fuerzas de la naturaleza, o a personas muy sabias que vivieron en el pasado, e incluso algunos de ellos fueron de hecho seres enigmáticos de procedencia extraterrestre que alguna vez intervinieron en la historia del mundo, se han convertido actualmente en una estupenda mercancía para enriquecer a los embusteros del esoterismo.







Y ni qué hablar del impresionante santoral iconográfico: santos de todos los tamaños y presentaciones – ¡a cuál de todos más milagroso!- comparten la vitrina con cualquier cantidad imaginable de ángeles y arcángeles de la corte celestial, a quienes, según los fervorosos creyentes en la Angelología, se les puede invocar por medio de rituales y rezos bien específicos. 

En suma, una serie de artículos “mágicos” empleados para practicar magia blanca junto con otros que también pueden utilizarse para realizar magia negra (ya que venden hasta muñequitos para ritos de vudú, bolas de cristal, manuales manifiestamente satánicos, entre muchos otros). Pero eso es indiferente: no importa vender artículos que puedan usarse para hacer el bien, junto con artículos que puedan utilizarse para dañarle la vida al prójimo… Al fin y al cabo, lo único que les importa a estos impúdicos e inmorales mercenarios de lo oculto es vender.




Es de rigor hacer referencia también a las numerosas sectas esotéricas y hermandades pretendidamente místicas pertenecientes al denominado movimiento New Age o "Nueva Era", que no es más que un auténtico chop-suey de prácticas, creencias e ideas filosóficas y religiosas tomadas de todas las culturas antiguas, que últimamente se encuentra muy de moda bajo una simbología que permea casi todas las ramas de la sociedad de consumo, con símbolos que podemos encontrar tanto en simples envolturas de caramelos, como en logotipos de prestigiosas empresas y reconocidas marcas de ropa, automóviles, electrodomésticos, alimentos, fármacos, entre otra infinidad de productos. 



Tampoco podemos dejar de mencionar los concurridos consultorios astrológicos ni las famosas y bien acogidas “líneas psíquicas”, donde le ofrecen a uno la configuración de la carta astral y le profieren vaticinios ambiguos o estúpidamente obvios como: Virgo, esta noche te podrías enfermar, Libra, mañana podrías conocer a la pareja de tus sueños, Escorpión, debes ser especialmente cauto en tus negocios, ya que te podrían estafar, Sagitario, tendrás altibajos en tu relación sentimental…(¡!)



A propósito de predicciones, sobra decir que el antiquísimo y popular Horóscopo sigue siendo el más tradicional, importante y socialmente aceptable de los “sistemas” de agüero y adivinación, según la creencia arcaica en la influencia de los astros en la vida humana. Tanto así, que incluso hombres tan “modernos”, “cultos”, “racionales” y “sensatos”, como se supone que son algunos de nuestros gobernantes - entre ellos un querido y recordado presidentillo colombiano - tienen a su disposición un “asesor astrológico” en cuyas predicciones suelen basarse para tomar importantes decisiones que afectan a toda una sociedad (¡!), lo cual me recuerda a los antiguos reyes de Sumeria, Caldea, Egipto, China y otras naciones, quienes hacían algo semejante y que, sin embargo, según la opinión moderna, eran hombres muy “supersticiosos”… Por lo que cabría preguntarse cuál será entonces la diferencia entre ellos y los reyezuelos de ahora, porque hasta en lo déspotas, sanguinarios, ambiciosos y cínicos se parecen.

No niego que los astros tienen su misterio, y que en realidad ejercen influencia en la vida humana, pues el universo es ante todo un gran sistema donde todo se encuentra interrelacionado y cada cosa tiene su por qué y su para qué, de modo que lo que le sucede a cada una de ellas tiene sus implicaciones y efectos en las demás, por imperceptible que pueda parecer. 

Para no ir muy lejos, fijémonos por ejemplo en la relación que tiene la luna con las mareas, los cultivos, los calendarios del mundo y hasta con el comportamiento de ciertas personas (por algo existe la palabra “lunático”). Los trascendentales efectos que tiene el sol en los cuerpos celestes que giran a su alrededor (planetas, asteroides y cometas), en el desarrollo y sustento de la vida sobre la biosfera como principal fuente energética de nuestro mundo, en la medición del tiempo, los fenómenos climáticos, el magnetismo terrestre, la historia religiosa del hombre y hasta en el estado anímico de las personas. Y por supuesto, la importancia de las estrellas en la orientación geográfica, la inspiración poética, la conformación de las diferentes mitologías del mundo y la determinación de la posición y el movimiento de nuestro planeta en el vacío sideral.

Sin embargo, también estoy seguro de que los astros no son los que tienen la última palabra en la configuración definitiva del destino del hombre, y que esta Astrología moderna no es más que un cadáver putrefacto de lo que alguna vez pudo ser, por allá en los primeros tiempos de la humanidad, cuando la mente era un poco más sensible para percibir los misterios revelados por Dios, y la naturaleza era estudiada con más seriedad. Porque hoy en día lo único que se ve, por un lado, no son sino charlatanes y estafadores afeminados con el signo pesos en los ojos en lugar de iris, y por el otro, pervertidos y codiciosos ocultistas que lo único que hacen es desvirtuar el verdadero esoterismo en su ambición por adquirir dinero, poder y prestigio, lo cual me da pie para terminar con esta categoría “esotérica” de los productos religiosos, citando las prácticas de ocultismo y espiritismo que incluyen la lectura del Tarot, del tabaco, del café, de las hojas de té – ¡hasta del asiento del chocolate en la taza!-, así como la Necromancia a través de la tabla Ouija, la Quiromancia (que pretende dictaminar el destino de una persona según la configuración de las líneas de las manos) y otros rituales mediúmnicos, entre muchas otras más siniestras que supuestamente se realizan para ayudar a la gente "en nombre de Dios” (¡tamaño descaro, involucrando a Dios en prácticas tan reprobables!).
 


Por último, es necesario citar, con respecto a este asunto de los “productos religiosos”, la tradicional y atávica influencia que ha ejercido en los países occidentales la Iglesia Católica Romana, que para contrarrestar la mala imagen que le ha dado ese oscuro y espantoso dossier de crímenes y perversiones cometidas a lo largo de los siglos[2], actualmente aplica novedosas estrategias y métodos para no perder a sus feligreses, quienes están desertando por millares de sus filas, decepcionados y aterrados de conocer la verdadera naturaleza e historia de esa institución religiosa, cuya mejor descripción tal vez nos la da el escritor Fernando Vallejo en su libro "La Puta de Babilonia", donde no obstante se pasa de vulgar y se excede en la apreciación negativa que tiene del Cristianismo en general.

Entre estos métodos católicos para no perder membresía, destaco por ejemplo la manera hipócrita como es predicada actualmente su doctrina entre los creyentes, presentándola bajo un aspecto más cool con el que se intenta cambiar el rostro mojigato, taimado y puritano que siempre tuvo, y que durante más de 16 siglos reprimió, frustró, liquidó, aherrojó, humilló y manipuló conciencias, destruyó patrimonios culturales, masacró sociedades enteras, eliminó valiosos legados históricos, tergiversó documentos, mintió, engañó, robó, torturó y asesinó hombres y mujeres de alma elevada cuyo único delito fue pensar diferente, entre otro monstruoso historial de crímenes cuya sola mención me estremece las entrañas. ¡Permítasele a este monstruo religioso retomar su antiguo poder e influir en los gobiernos seculares, y veremos si de nuevo no se encienden las hogueras y renace la industria de la tortura en nombre de Dios!

Otro método anti-deserción que utiliza actualmente esta institución es el de contemporizar con la Ciencia - a la que tanto atacó en otros tiempos - aceptando planteamientos que en la Edad Media consideraba herejías y por los cuales llevó a más de uno al cadalso. O si no que lo diga el monje Giordano Bruno, que fue enviado a la hoguera por asegurar que había seres inteligentes en otros planetas, o el célebre Galileo Galilei, quien estuvo a punto de correr la misma suerte por creer que el sol era el centro del sistema solar.
  


Una tercera estrategia (¡bien ridícula por cierto!), es promocionar a una serie de predicadores fanfarrones y claramente sectarios que, con aires de grandes teólogos, tratan de imitar en todo a los predicadores evangélicos: desde su forma de hablar y gesticular, hasta la manera de vestir y la escenografía que los rodea (el atril para colocar la Biblia, ausencia de imágenes religiosas, luces tenues o de colores pastel, floreros, tapizados impecables, etc.). 



En esa misma línea de imitación, podemos mencionar también el remedo que se está haciendo de los cultos evangélicos en las misas y otras celebraciones litúrgicas, donde ahora los católicos también hacen las palmas, entonan cánticos movidos, tocan panderetas, realizan danzas de estilo judío, sollozan, hacen muecas dramáticas, enfatizan en conceptos como "sanidad", "liberación", "alabanza", "adoración" y, en general, hacen toda una imitación de la parafernalia típica de los evangélicos protestantes, para demostrar su devoción a Dios



Asimismo, podemos ver hoy en día a los dirigentes católicos motivando a cada creyente para que tenga su propia Biblia y la estudie (aun cuando ella saca a la luz de manera tan clara todas las mentiras del Romanismo), olvidando que hasta hace unas décadas prohibía la lectura del sagrado libro y señalaba a quienes osaban estudiarla por cuenta propia, lo cual dio origen al atrevido y absurdo refrán de que "todo el que estudia la Biblia se enloquece".


Lo interesante de estas estrategias es que han dado pie para que surja toda una estructura mercantil bastante lucrativa alrededor de este tema de la reivindicación del Catolicismo, la cual se ve reflejada en la producción y masificación de abundante material católico que intenta restaurar el ignominioso, desacreditado y derruido trono de los Papas: libros, canales televisivos y emisoras radiales, producciones musicales de cantantes con aspecto jovial que mediante sus canciones tratan de mostrarnos lo bonito que es ser católico, eventos masivos, conferencias, entre otros rentables medios propagandísticos.




Por otra parte, no podemos pasar por alto la descomunal proliferación de sectas evangélicas de fundamentalismo irracional que están contribuyendo enormemente a desvirtuar y desacreditar incluso los buenos propósitos que, en principio, ha tenido la fe cristiana desde sus inicios. Innumerables “iglesias de garaje” hacen acto de presencia en las ciudades, exhibiendo nombres tan diversos y predicando doctrinas tan curiosas, que contribuyen a fomentar precisamente la misma confusión que, según los Evangelios, Jesús de Nazaret trató de poner en orden con su mensaje. 



En estas congregaciones, es muy común encontrar a ciertos avivatos inescrupulosos dotados de un gran carisma y de una capacidad oratoria y sugestiva impresionante, cuyo oficio parece ser el de jugar con la fe y las emociones de la gente. Se autodenominan “pastores”, “apóstoles” o "profetas", y parecen estar interesados tan sólo en las jugosas ofrendas y diezmos que donan las “almas” que llegan allí buscando un alivio para sus vidas de por sí conflictivas y difíciles, como para que estos rufianes les impongan una carga más. Otros no son más que unos fanáticos reprimidos que, frustrados por no poder satisfacer como quisieran sus más profundos e intensos deseos carnales alojados en el inconsciente, quieren forzar a los demás a vivir un Evangelio de abstinencia absurda y mórbida, en el que hasta respirar está prohibido porque todo es un pecado. También son muy comunes los bandidos asolapados y morbosos que gustan de los excesos lujuriosos con algunas de sus “ovejitas” quienes, ingenuas, lo entregan todo a su líder para alcanzar favores divinos[3]


Y no sólo las iglesias evangélicas de garaje generan inquietud, sino también algunas de mayor membresía y de sorprendente solvencia económica (según ellas gracias a la bendición de Dios), las cuales se popularizan en los medios por los "portentos" que en ellas se realizan, protagonizados por pastores super-saiyajines que, invocando al Espíritu Santo, lanzan la gente al piso en medio de lo que parecen ser ataques epilépticos o convulsiones histéricas prefabricadas, en las que supuestamente se hace manifiesto el poder de Dios. Lo escabroso del asunto es que detrás de la estructura administrativa de estos circos evangélicos, parece haber intereses muy oscuros que han dado pie para pensar en la acción de influyentes y peligrosos sindicatos de mafia, lo cual, en efecto, está siendo investigado por las autoridades de varios países, quienes adelantan exhaustivos procesos fiscales a estas iglesias que con su infame tráfico de almas en nombre de Dios, están dejando por el suelo la reputación de una venerable enseñanza milenaria como lo es el Cristianismo ¿Conoce el lector, por casualidad, alguna de estas congregaciones?[4] 



Por todo lo anterior, se puede afirmar que en estos tiempos resulta muy difícil distinguir claramente la línea divisoria entre la verdadera virtud y la perversidad más abominable. Porque, de todas formas, no se puede negar que la bondad, el altruismo y el amor aún existen – ¡afortunadamente! - así haya que buscarlos con lupa o hasta con microscopio por lo invisibles que son.

Ahora bien, después de exponer y examinar someramente esta increíble gama de opciones religiosas y espirituales que existe en la sociedad moderna - específicamente la occidental, en la cual vivimos -, se hace imperativo continuar con el análisis de la comedia teatral hipócrita a la que hice alusión varios párrafos atrás. Porque no creo que haya otro calificativo para una situación que resulta bastante curiosa y contradictoria, y que consiste en el hecho de que la mayoría de esas mismas personas que dicen creer en Dios, o en algo superior y bondadoso, y que aparentemente buscan lo espiritual (practicando Yoga, Tai-Chi o cualquier otra disciplina mística, leyendo libros de espiritualidad, escuchando CD´s de este o aquel "maestro" oriental, participando en grupos de oración, etc.) sean al mismo tiempo, y de muchas maneras, tan vanidosas y materialistas, adoptando en su diario vivir una mentalidad y un estilo de vida totalmente acordes con las ideas, paradigmas y estereotipos establecidos y promovidos por una sociedad profana y consumista como la nuestra, que ha colocado a la razón humana, a la ciencia y a los bienes materiales en un trono más sublime que el de ese mismo Dios al que afirman venerar. O sea, la gran hipocresía del creyente moderno consiste en decir que ama lo espiritual, mientras que en realidad piensa y vive de un modo materialista, en plena sintonía con la corriente de este mundo.

No hay que ser un gran analista para darse cuenta de que el ensalzamiento de la razón y de la ciencia conlleva a que lo espiritual y lo místico sean relegados, en la práctica, a un segundo plano, o inclusive abandonados de tajo, ya que la ciencia obliga a quienes se dejan seducir por ella a dirigir la mirada y a centrar la atención aquí, en esta realidad física y en los fenómenos que en ella acontecen, los cuales pueden medirse y predecirse o cuando menos entenderse y comprobarse; por lo que todo lo demás, mientras no pueda ser demostrado, es tan sólo una "ilusión". No en vano las personas que son muy aplicadas a la ciencia suelen tener una mentalidad ateísta y escéptica que rechaza la existencia de una realidad trascendente y espiritual.


En consecuencia, esta exaltación de la razón, la ciencia y la realidad tangible, conducen al hombre de manera indirecta a adoptar una actitud esencialmente materialista que lo induce a vivir en función de conseguir, acumular y sacarle el máximo provecho posible a todas las cosas (así eso signifique explotar y derrochar indiscriminadamente lo que no se puede volver a restituir, como el medio ambiente y los recursos naturales del planeta), buscar toda clase de placeres a fin de satisfacer plenamente los sentidos (aun cuando esto implique violar los principios más elementales de lealtad, honestidad, integridad y sensatez), y lograr el completo dominio del mundo y, por qué no, ¡del universo entero!... Al fin y al cabo la razón humana es la que ha “triunfado” sobre una fe obsoleta y ciega propia de mentes estrechas y vetustas, y por consiguiente sólo importa lo que pase aquí. Es decir: sólo importa esta realidad material y lo que alcancemos a disfrutar en ella. 


Y en este orden de ideas, el concepto “Dios” pasa entonces a ser algo tan relativo como el tiempo y la gravitación en la teoría de Einstein, por lo que no es raro escuchar razonamientos tan insensatos, vacíos e hipócritas como: 


-“Dios puede ser cualquier cosa, todo depende del punto de vista, de la necesidad que haya de él y del tipo de cultura que lo invente


-“Que cada cual crea lo que bien le parezca, al fin y al cabo todas las religiones conducen a Dios” 


-“Hay que creer en Dios, pero no debemos adherirnos a ninguna religión porque
para seguirlo no es necesario pertenecer a algún credo o comunidad religiosa en particular


tratando así de acomodar al Ser Supremo a la propia estrechez mental con el propósito de evadirlo y no tener que sujetarse a él, o de camuflar una profunda y escondida incredulidad bajo un manto de sofismas aparentemente razonables. 


Porque, de hecho, los que piensan de este modo, así crean o tengan reputación de ser personas muy cultas, maduras y centradas, en realidad lo único que reflejan es una mentalidad compuesta de excrementos ideológicos, por medio de los cuales tratan de evadir a Dios esgrimiendo argumentos trillados e insulsos de filosofías baratas y decadentes, que en lugar de resultar infalibles más bien demuestran un profundo e inconsciente temor de seguirlo a Él de una manera seria y comprometida, ya que en el fondo saben que si lo hacen deberán examinar a fondo y replantear su estilo de vida, lo cual muy pocos están dispuestos a hacer. O bien, internamente no creen en Dios tanto como afirman, y por eso camuflan esa incredulidad aduciendo a explicaciones sosas y rebuscadas.


Por otra parte, el concepto Dios no sólo es relativizado, sino que también es concebido por otros como un ser tan abstracto que parece obra de un pintor surrealista de arte contemporáneo; o como un mero término filosófico de difícil definición que se encuentra sujeto a cambios según la época y la mentalidad cultural del momento. Tampoco faltan los que creen en un Dios tan metafórico y mítico como las deidades, héroes, monstruos y titanes de la mitología griega, que al igual que éstos no parece ser más que un ser irreal, simbólico y oriundo de quién sabe qué dimensión fantástica. En resumidas cuentas: Dios deja de importar (y hasta de existir) mientras la ciencia, la tecnología, el dinero y demás bienes materiales puedan solucionarlo casi todo y brindar una aparente seguridad.

Sin embargo, cuando surgen situaciones que la inteligencia y el saber humano no son capaces de asumir y resolver, como por ejemplo dificultades económicas insalvables, pérdida del empleo, enfermedades incurables, conflictos internos, heridas emocionales y psicológicas que atormentan el alma, riesgos inevitables, peligros inminentes, decisiones erradas, reveses causados por la “mala suerte”, problemas de pareja y cosas semejantes (en las que la ciencia no puede hacer nada excepto sacar teorías o recetar algún fármaco que a la postre hará más daño que el que alivia), en suma, cuando se le necesita, entonces “Dios” vuelve a adquirir un valor inusitado y sobrenatural, y mágicamente la fe se encuentra a la orden del día. 

Entonces vemos a gran cantidad de personas del común, desde amas de casa hasta venteros ambulantes, así como a gente prominente de la sociedad que supuestamente es muy culta, racional, inteligente, sensata, liberal y sobre todo moderna (líderes políticos, gerentes de empresas, profesionales, estudiantes universitarios, jóvenes y exitosos yuppies, entre otros), yendo a consultar a los famosos “yerbateros” (o más decentemente “maestros”), quienes siempre dicen poseer secretos increíbles traídos del Oriente (preferiblemente del Tíbet) o de la selva amazónica, y que hacen sus “trabajitos” dizque en el nombre de Dios. O también, se les puede ver acudiendo en masa a esas sospechosas iglesias carismáticas en busca de un “milagro” o de una “profecía” que los adule y les dé buenos augurios como: “El Espíritu Santo dice que dentro de muy poco tendrás un carro último modelo”, “Muy pronto vas a cambiar de casa y vivirás en una hermosa mansión”, “Prepárate porque en breve vas a recibir mucha bendición económica”, etc. ¡Como si Dios se preocupara y enfocara primordialmente en el aspecto material de las personas!. 


Pero eso sí, cuando se trata de realizar algún tipo de compromiso con ese Dios que parece hablar cosas estupendas por medio de su Espíritu Santo, un pacto que implique efectuar cambios serios en sus vidas, entonces se hacen los de la vista gorda y de nuevo empiezan a “relativizar” a Dios, o a insinuar que Él es un ser permisivo que no prohíbe ni exige nada, y que por tanto, para seguirlo, no es necesario realizar cambios significativos en la vida personal… Al fin y al cabo “todos somos hijos de Dios” (según la opinión popular) y Él lo permite todo. Juzgue el lector, en nombre del sentido común y de la cordura, si no se trata de una situación deplorable que rebasa todo límite de hipocresía y cinismo. 


Es decir, la mayoría de gente cree en Dios cuando le conviene y lo busca en la forma que más se ajuste a sus preferencias, pero normalmente lo rechaza o lo ignora durante la mayor parte del tiempo: lo conciben como una especie de “talismán de la buena suerte” o “genio de la lámpara” que debe estar al servicio incondicional e inmediato del ser humano, so pena de ser negado y maldecido. O bien (lo cual es más patético aún), lo acomodan a su forma de pensar e inclusive le ponen límites y restricciones, determinándole cuál habrá de ser su “campo de acción”: deciden cuándo, dónde y cómo debe de actuar; en cuáles áreas de sus vidas puede intervenir y en cuáles no. Es un Dios que vive por y para el hombre, y no al contrario… (¡!)

De manera que, en rigor, y pese a lo que puedan decir ciertos teólogos y líderes espirituales idealistas que por todos lados hablan de una supuesta “evolución de la conciencia humana” (que yo llamaría más bien involución), parece cierto que lo que actualmente se registra en el mundo no es más que la clara expresión del Positivismo Humanista que hace años predijera el filósofo Augusto Comte, quien afirmó entre otras cosas que el ser humano pasaría de la etapa del “qué” a la del “cómo”. Es decir, durante la primera fase de la humanidad, ésta se preocupó por indagar acerca de los innumerables porqués que le planteaba el Universo, así como de cuál o cuáles eran las causas últimas de todas las cosas, lo que desde luego propició la aparición de las mitologías y las religiones. Sin embargo, gracias al acelerado desarrollo intelectual y tecnológico que sobrevino con el correr de los siglos, nuestra especie entraría en otra fase en la que esas cuestiones ya no importarían y en la que sólo iba a interesar cómo son las cosas, cómo arreglárselas para vivir, cómo producir más y mejor; pero sobre todo, cómo llegar más lejos con el fin de lograr el completo dominio del mundo… con Dios o sin Él, ya que solamente será utilizado si se le necesita.

Este breve análisis (y digo breve porque ciertamente podría ser más extenso), acerca del panorama ideológico, filosófico y religioso de nuestro mundo explica, al menos a mi parecer, la tremenda crisis de valores que experimenta la humanidad egoísta, narcisista y profana que se postra ante, por lo menos, dos grandes ídolos (aunque sin duda hay muchos más): El Yo y el Más


-Yo tengo un alma eterna porque soy de esencia divina, y como soy una partícula de Dios, en última instancia soy el mismo Dios. Por eso no existe tal cosa como el Infierno y nadie se va a condenar(según el parecer de muchos de los que dicen creer en Dios). 


Otros quizá razonen: 


-Yo tengo que disfrutar la vida al máximo, dándole rienda suelta a todos mis impulsos, apetitos y deseos porque sólo hay una vida, y cuando me muera voy a desaparecer para siempre, ya que ahí se acaba todo (según los que no creen en Dios o creen a medias). 


Y por supuesto, son demasiado comunes los que piensan así: 


-Yo tengo que estudiar más y trabajar más, para conseguir más y disfrutar más. Tengo que llegar más lejos que todos, correr más rápido, ser más adinerado, más hermoso, más talentoso. Tengo que vender más, comprar más, acumular más, derrochar más, …y más, y más…¿hasta dónde?, ¿cuál se supone que es el límite?, ¿alguien se lo pregunta? ¿Hasta qué punto nos ha traído esa desenfrenada carrera de egoísmo descomunal, ese insensato culto pagano al “yo” y al “más”? ¿Cuáles han sido los verdaderos frutos de ese avance científico del que tanto se alardea y de esa razón humana que tanto se pregona? ¿No han sido acaso, entre muchos otros más siniestros, esas abominables armas de destrucción masiva, como las temibles bombas atómicas, para no dar más que un ejemplo? 

Es evidente que la civilización ha llegado hasta un punto en el que se encuentra en plena capacidad de autodestruirse y de borrar todo rastro de vida sobre la Tierra[5]. Nadie puede negar que diariamente se percibe una atmósfera de tensión e incertidumbre en el mundo: por una parte, el alarmante grado de contaminación ambiental y el rápido deterioro que está experimentando nuestro planeta, gracias a la ambición desmedida del hombre, se constituye en una seria amenaza para la supervivencia de todas las especies; y por otro, los últimos acontecimientos en el panorama internacional (incluyendo las intervenciones terroristas de EEUU en Irak, Afganistán, Ucrania y otros lugares, las secuelas del Efecto Dominó que aún sacuden a los países árabes, la espantosa guerra civil en Siria, el vertiginoso avance de la execrable plaga asesina y pre-fabricada por occidente que se hace llamar Estado Islámico, los continuos desafíos del cerdito buscapleitos que gobierna a Corea del Norte, la amenaza nuclear de Irán y la actitud pendenciera de Israel), y en general los problemas sociopolíticos que han generado fenómenos como el Neoliberalismo, la Globalización, el Socialismo radical, el Comunismo, el Fundamentalismo islámico, la carrera armamentista de los países del “Tercer Mundo”, entre otros, no auguran nada bueno. En cualquier momento, algún loco de los que se encuentran involucrados en todos esos incontables conflictos que hay en el mundo, amanece de malas pulgas, presiona el botón equivocado y la Tercera Guerra Mundial se inicia... Sobra decir que ésta será, muy probablemente, la última…

Naturalmente que no faltará quien se levante y objete: ¡Un momento!, la humanidad sí está evolucionando y se encuentra en vías de progreso, y una muestra de ello es el avance científico, el cual nos ha traído grandes beneficios sobre todo en el campo de la medicina Pero, ¿a quiénes han beneficiado de verdad esos fabulosos avances médicos?, ¿a esos millones de seres humanos que viven en la miseria, desechados como si fueran escoria, o al menos a aquellos que padecen una pobreza supuestamente más “soportable” (como las gentes sencillas de los barrios populares), los cuales tenemos que aguantarnos, resignados, todas sus enfermedades y dolencias hasta que nos llegue la muerte, porque los famosos programas de salud pública (conocidos en Colombia como EPS –Entidades Promotoras de Salud-) no son más que métodos muy disimulados para matar pobres -algo así como una macabra estrategia de “exterminio de plagas”- que lo máximo que hacen, salvo en algunos casos para poder conservar la fachada, es recetarle al paciente moribundo una pastillita de “Ibuprofeno” o una de “Acetaminofén”, porque les sale “muy costoso” ordenar un TAG, un electrocardiograma, una radiografía, y ni qué hablar de una cirugía? Es claro que la medicina, a nivel general, y haciendo algunas excepciones, sólo parece estar al servicio de los siervos de Mammón[6], los ricos del mundo, y así queda demostrado una vez más que el dinero es la "caca del diablo (como suele decir mi anciano padre), causante de grandes injusticias, desgracias, discordias y crímenes espantosos. 

Y aún si alguien más persistiera en decir que la ciencia también nos ha proporcionado grandes avances en el campo de las telecomunicaciones, la industria y el transporte, se le podrían plantear cuestiones semejantes: ¿Al servicio de quién están realmente esos prodigios?, ¿de la gente común y corriente, o de ciertas élites manipuladoras, restrictivas y selectivas que saben muy poco de lo que es servirle al prójimo de manera altruista y desinteresada? ¿No son acaso estas mismas élites las que financian y tienen el control sobre estos fabulosos avances para condicionar la mente, el cuerpo, las costumbres, los países y en general, el modo de vida de toda la sociedad humana? ¿No vemos a diario a una multitud de esclavos de la tecnología que andan idiotizados con los dispositivos móviles, los computadores, las redes sociales, y todo lo que gira en torno a la realidad virtual, y que viven obsesionados con lo digital, la inmediatez, el refinamiento y el gamaje de los artículos electrónicos con que la sociedad de consumo nos atosiga? ¿No es verdad también que el acceso a todas estas maravillas de la ciencia generalmente implica un alto costo para muchos, que en medio de su insensatez por estar a la moda e ir a la par con una sociedad vanidosa y fatua, se desviven por conseguir el smartphone de última generación, así estén endeudados hasta la médula y tengan otros gastos más prioritarios por hacer? 

Asimismo, ¿no es cierto que el bien que se hace por medio de todos estos inventos y portentos es proporcional a los daños y perjuicios que traen de manera colateral? Creado el invento, se crea también el respectivo problema, dijo una vez un profesor de mi universidad: 

-Se creó el automóvil, se incrementaron los destripados en las autopistas y el flujo de gases tóxicos. 

-Se descubrió la relación entre materia y energía, se creó la bomba atómica que arrasa ciudades enteras. 

-Se inventó el avión, se propiciaron las tragedias aéreas y hasta se le ha llegado a emplear como arma (o si no que lo diga el psicótico de Osama Bin Laden o quienes sean que hayan sido los miserables que planearon el atentado contra las Torres Gemelas). 

-Se inventó la telefonía celular, y ya hay serios indicios de que las ondas radio que emplea están produciendo tumores cerebrales cancerosos. 

-Se inventó el televisor… y no es sino que el lector lo encienda por unos momentos y comience a pasar los canales uno por uno y verá una pequeña muestra de lo que estoy diciendo: desde noticias trágicas y sensacionalistas que turban la mente, pasando por programas de entretenimiento insulso, vacío y hasta “embrutecedor” - realities, programas de chismes y farándula, entre otros -, telenovelas melodramáticas de idéntica trama, películas escandalosas donde se enseñan todas las formas de hacer el mal, propaganda inescrupulosa y empalagosa que nos quiere implantar estilos de vida consumistas, hasta las más deplorables producciones en cuanto a música y pornografía virtual se refiere (menos mal que todavía existen algunos excelentes canales culturales[7]). Y toda esta basura mediática comienza a ser absorbida y digerida por el ser humano moderno desde su más tierna infancia (aún desde el vientre materno) para más tarde reflejarla en su personalidad y llegar a formar parte del ejército de engendros que hoy por hoy se están levantando: niños groseros, mal educados, altaneros, crueles y de mala entraña, que se van convirtiendo en verdaderos dolores de cabeza para la sociedad, ante la mirada impotente y escandalizada de padres, profesores y autoridades religiosas y civiles que hipócritamente se preguntan "¿por qué está sucediendo esto?, ¿que está pasando con nuestra juventud?"... Sabiendo que son ellos mismos los promotores o solapadores de toda esa basura degenerativa.

¿Han sido pues, la razón, la ciencia, el materialismo y las filosofías humanistas la fórmula mágica para lograr la utopía de la sociedad perfecta? ¿O al menos para solucionar siquiera la mitad de los problemas humanos? Parece, a ojos vistas, que no es así: es inútil esperar una solución humana a los problemas del hombre. Y esto se debe a una sencilla razón que el famoso terapeuta austriaco Sigmund Freud, fundador del Psicoanálisis, supo expresar muy bien en algunas de sus obras (como en “El malestar en la cultura”), a pesar de que, desde siempre, el ser humano ha tenido un conocimiento intuitivo de ella, pues hasta en la Biblia se le menciona. Dicha razón fue denominada por Freud "la lucha entre Eros y Tánatos"[8], entre la vida y la muerte. 


Según esta apreciación, que algunos califican de especulativa y no probada, pero que sin embargo es innegable y se puede demostrar fácilmente en la cotidianidad, en el ser humano existen dos fuertes impulsos inconscientes, dos “pulsiones” o mociones internas y antagónicas que están en la base de todos sus actos y comportamientos, y que se encuentran enfrascadas en una lucha constante por el predominio. Freud las llamó instinto de vida e instinto de muerte. Y en la Biblia, con su terminología religiosa, se les denomina el bien y el pecado (éste último también llamado "inclinación al mal" o "Yetzer-hará" por los rabinos judíos) (Léase en la Biblia Epístola a los Romanos 7: 7- 25  y  San Marcos 7: 20 - 23).

Invito al lector a que por un momento se detenga a pensar en la gran cantidad de acciones que a diario ejecuta de manera consciente e inconsciente, en las cuales se reflejan claramente estos dos instintos: desde tomar los alimentos, bañarse, vestirse bien, regar las plantas, ir al gimnasio, darle de comer a los hijos o a la mascota, realizar un gran esfuerzo por ejecutar bien un trabajo, dar un simple beso, un efusivo abrazo, una suave caricia, una cálida sonrisa, un fuerte apretón de manos, una mirada cargada de benevolencia, una palabra amable, entre muchos otros que tienen como objetivo preservar la vida, hasta actos menos cordiales y más siniestros como lanzar un insulto, una mala palabra o un mal pensamiento contra alguien, un golpe a la puerta cuando no abre, al escritorio para descargar la furia, al claxon del automóvil porque el trancón es desesperante, o a la persona con la que nos estamos peleando; o bien, tener relaciones sexuales salvajes e impetuosas hasta quedar exhaustos, encerrarse en una habitación oscura cuando la moral está por el piso, meterse llorando debajo de las cobijas cuando se vive una terrible depresión, entre otro larguísimo etcétera. ¿No hay, en estos últimos ejemplos, un evidente instinto de muerte, un deseo inconsciente y muy profundo de destruir, de eliminar la vida? ¿Cuántas personas hemos matado simbólicamente con el pensamiento, con la palabra, con nuestros actos, sin necesidad de pasar a la acción misma de quitar la vida? 

Pareciera ser que la historia de la humanidad –como afirmó Freud- no fuera más que el dramático desarrollo, a través del tiempo, de esa antológica lucha entre Eros y Tánatos, el instinto de vida y el instinto de muerte: guerras, genocidios, conquistas y expansiones territoriales; regímenes políticos unas veces buenos y otras veces malos; ideologías espléndidas y otras funestas; asesinatos, intrigas, robos, traiciones; actos de bondad, generosidad, valentía y libertad, así como de odio, avaricia, cobardía y opresión…Una deprimente oscilación entre dos extremos que da como resultado la insatisfacción y el malestar en el género humano…Porque quien diga que se encuentra completamente satisfecho y feliz en la vida es un completo mentiroso.





En resumidas cuentas, la clásica metáfora del angelito y el diablito que susurran cosas contrarias al oído de las personas, o la del lazo que es halado desde ambos extremos en sentidos contrarios, bien pueden tomarse como alegorías perfectas que representan esta trágica situación que vive el ser humano en su fuero interno y que, después de todo, ha sido conocida desde siempre. De hecho, ese ha sido uno de los principales puntos de origen de las diferentes religiones del mundo, las cuales han aportado diversas explicaciones a esta enigmática y al parecer interminable lucha entre la vida y la muerte que experimenta cada individuo. 

La Gnosis[9], y las llamadas Escuelas de Misterios o Iniciáticas[10] de todos los tiempos, que desde siempre han estado implícita y estrechamente ligadas (aunque de diversas maneras) con la esencia filosófica y doctrinal de todas las religiones y mitologías del mundo[11], atribuyen esta lucha a la cautividad en la que se encuentra el espíritu humano (que es algo así como una partícula de Dios), el cual se encuentra aprisionado en la materia del universo, que es de una naturaleza esencialmente maligna. Dicha cautividad comenzó a producirse desde tiempos inmemoriales, cuando un ser espiritual, malvado y muy poderoso (llamado “el Demiurgo” o “Arquitecto del universo”), sedujo a los espíritus puros y perfectos para que descendieran a esta dimensión material y quedasen atrapados en ella. 

Otra versión afirma que el Espíritu Absoluto, de quien proceden todos esos espíritus puros e inocentes, permitió que sus partículas fuesen seducidas, descendieran e iniciaran un ciclo de sucesivas vidas, para que adquirieran conciencia y conocimiento mediante la experiencia, y así, al final del mismo, se encontraran más enriquecidas y perfeccionadas, lo cual les permitiría reintegrarse a la “Plenitud divina” y aportarle su propia cuota de perfección. 


Por tanto, la salvación del hombre consiste en “liberarse” de la materia hasta volver a ser “Uno” con el Espíritu Universal, liberación que sólo es posible después de experimentar el mencionado proceso de sucesivas “reencarnaciones”, el cual puede comenzar, según algunos, desde el Reino Mineral, pasando luego por el Vegetal y el Animal, hasta culminar en el de la raza humana, y de ahí, si se lograron obtener los suficientes méritos y virtudes, remontarse a estados más “evolucionados” como el de ángel (o deva), y por último llegar a Dios[12]


Sin embargo, a lo largo de este proceso de duración cósmica, cada individuo tiene que pagar, indefectiblemente, el funesto Karma, una especie de historial negro de pecados y maldades cometidas en vidas pasadas que traen como consecuencia el sufrimiento y el dolor en las vidas posteriores. De hecho, para poder culminar con éxito esta difícil carrera por la salvación, y salir victorioso de la “fatídica rueda del Samsara” (el ciclo de reencarnaciones) se hace absolutamente indispensable alcanzar un grado suficiente de virtud y perfeccionamiento que sólo se logra mediante la eliminación de los llamados “defectos”, “agregados psíquicos” o “demonios rojos de Seth”, que son como fuerzas malignas y destructivas que se van adhiriendo a la mente humana en cada encarnación e inducen al hombre a cometer las malas acciones. 




Pero si al cabo de un cierto número de vidas (108 en total), el Karma sigue siendo demasiado grande y los defectos aún no han sido eliminados por completo, entonces se empieza a “involucionar”, es decir, a retroceder a los órdenes de vida inferiores, para llegar después a las lúgubres infradimensiones o "infiernos" – donde se padece lo indecible - y finalmente ser “absorbido” por el Absoluto sin haber alcanzado la conciencia, perdiendo así la oportunidad de alcanzar la Plenitud Divina[13].

Como dije anteriormente, esta concepción gnóstica se encuentra en la base de todas las religiones del mundo, aunque posee formas tan diversas que a veces da la impresión de tratarse de visiones distintas. A su vez, esta creencia se encuentra íntimamente ligada a aquella otra que mencionábamos al comienzo de este texto, y que ha sido igualmente importante en la estructura de dichas religiones, según la cual, después de todo, el universo es Dios o cuando menos una modalidad de su sustancia. Se trata de un Dios impersonal y autocontenido que, como Absoluto, engloba en sí mismo los dos principios básicos que constituyen el universo: el principio del bien (dios del orden, de la luz, el Cosmos[14], el Yang) y el principio del mal (dios del caos, de la oscuridad, el Yinn). Su razón de ser sería la de existir durante extensos ciclos o períodos, al término de los cuales se encontrará a sí mismo más “enriquecido y perfeccionado”, gracias a la experiencia y conciencia aportadas por cada una de sus “partículas”. Por tanto, este mismo universo, que es Dios mismo, no tiene principio ni fin: simplemente ES, y reinicia eternamente un ciclo de expansión y contracción, de autonacimiento y autodestrucción…



Y pareciera ser que la ciencia moderna es capaz de confirmar “científicamente” este punto de vista filosófico de vieja data[15], aunque utilizando unos métodos bien artificiosos en su imperioso afán por deshacerse del Dios personal del monoteísmo; métodos que de todas maneras no son, ni mucho menos, infalibles ni de resultados comprobados, ya que no pasan de ser teorías, especulaciones, propuestas, que hasta los mismos súper-científicos que las plantean reconocen que no se pueden demostrar o explicar plena y satisfactoriamente, a menos que se emplee algún "ajuste" o enredo matemático (inventado por ellos mismos) para que sus teorías puedan concordar. 

Sobra decir que, naturalmente, queda a elección del lector el creer o no creer en estas cosmovisiones y concepciones. No obstante, es de esperarse que una mentalidad abierta e imparcial sea capaz de considerar otros puntos de vista que expliquen de una manera completamente distinta todas estas cuestiones relacionadas con el misterio del universo y la vida. Y, después de analizarlas, sigue siendo cuestión de elección el creer o no creer. He aquí esta otra opción que, de todas formas, créala o no, trate de refutarla o no, búrlese de ella o no, es la única tabla de salvación que tiene la humanidad. Salvación, digo, no de una tercera Guerra Mundial, ni de una completa destrucción planetaria, ni de un caos social irreversible: todo esto ocurrirá inevitablemente, por más que los idealistas de “la vida es bella” y los supuestos “maestros” de la Nueva Era digan otra cosa, y por más que los gobiernos del mundo hagan aparentes “esfuerzos” por evitar dichos sucesos (léase Jeremías 14: 11-15). El fin del mundo será una horrible realidad en la que el ser humano tendrá que pagar una elevada cuenta de cobro que Dios y el planeta Tierra le van a exigir por su infame actuación desde que hizo su aparición en el globo (léase Sofonías 1: 1- 6,  Isaías 24: 17 – 21,  San Mateo 24). Por eso más bien me refiero es a un tipo de salvación que podríamos llamar individual: la salvación de su alma, de su verdadero yo. Le invito muy cordialmente a que continúe con la segunda parte de este artículo.




[1] Poema de Julio Flórez, en “Julio Flórez: sus mejores poesías”. Ediciones Arvillán.

[2] Para todo aquel que esté interesado en conocer las verdaderas raíces de la Iglesia Católica Romana y que además quiera disfrutar de una excelente lectura, le recomiendo el libro “Babilonia, misterio religioso antiguo y moderno” de Ralph Woodrow. Evangelistic Association, Riveside-California.

[3] Sobre este tema de las iglesias pseudo-evangélicas y las sectas orientalistas sugiero remitirse al libro “El poder de las sectas”, de Pepe Rodríguez. Grupo Zeta, ediciones.

[4] Recomiendo el artículo “Los Guardianes de la Promesa”,  de Bruno Cardeñosa y Carlos José Coloma. En: revista “Enigmas del hombre y el universo”, dirigida por el Dr. Fernando Jiménez del Oso, N°1, año 4, pág.64 – 72.

[5] Recomiendo leer el documento “El Cataclismo de Damocles”, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, el cual puede encontrar en http://sololiteratura.com/ggm/marquezcataclismo.

[6] Palabra aramea que se traduce como “las riquezas”.

[7] Sugiero leer el texto “Las Trampas del Progreso”, del escritor colombiano William Ospina, el cual hace parte de su libro “Es tarde para el hombre”, de Editorial Norma.

[8] Dioses griegos del amor y de la discordia, respectivamente.

[9] Palabra griega que se traduce “Conocimiento”.

[10] Es decir, que dicen poseer conocimientos ocultos y difíciles de entender para la gente común y corriente, por lo que sólo deben ser transmitidos a unos cuantos “elegidos”.

[11] Las mitologías china, hindú, egipcia, griega y las de los pueblos precolombinos, para no dar más que unos ejemplos, son particularmente ricas en relatos en los que aparecen, de manera camuflada e implícita, todas las creencias gnósticas.

[12] Para los interesados en profundizar en este tema les recomiendo leer el prólogo del libro “La doctrina moral de los profetas de Israel” del filósofo Claude Tresmontant.

[13] Los interesados en ampliar información sobre las doctrinas gnósticas pueden remitirse al libro “Sí hay infierno, sí hay diablo, sí hay karma”, editado por el Movimiento Gnóstico Cristiano Universal. 

[14] Palabra griega que se traduce “Orden”.

[15] Véase en el libro “Historia del tiempo”, de Stephen Hawking,  donde se habla de un modelo científico propuesto por algunos físicos teóricos, el cual está basado en algo que se denomina “condición de que no haya frontera”, que sugiere un universo sin principio y sin fin, y que, por tanto, no fue creado por una entidad externa.


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