"Desconocer una verdad, nos hace esclavos de una mentira..." - Proverbio japonés -
Un deber sagrado para
unos; un acto de usura y rapiña para otros… El diezmo es sin duda una de las
prácticas cristianas más controvertidas de todos los tiempos, que últimamente ha
venido generando mucha discusión incluso en iglesias donde siempre se
le ha visto como un dogma de fe indiscutible, ya que muchos fieles han empezado
a cuestionar su validez como tradición religiosa, enseñada durante siglos en el
mundo cristiano, a pesar del inconformismo que siempre existió entre otros creyentes
que han argumentado fuertemente en su contra…
Dentro de mi propia
denominación cristiana en particular, donde el diezmo siempre ha sido considerado
un deber sagrado e incuestionable, se nota desde hace algunos años que este tema
tan espinoso ha venido suscitando poco a poco, de una manera silenciosa y
disimulada, un ambiente de controversia y murmuración donde se escuchan
diferentes puntos de vista que nadie se atreve a llevar abiertamente al
escenario público, ni a poner sobre la palestra de una discusión eclesiástica y
teológica seria, que demuestre o refute su validez como dogma.
Pensando entonces en el
sorprendente número de hermanos en la fe que en repetidas ocasiones he escuchado preguntándose si se debe o no se debe diezmar, y en la magnitud que ha venido cobrando
esta polémica entre los miembros del pueblo de Dios, quise publicar este
artículo en el cual expreso mi postura sobre el tema, sin la intención de imponerla
como dogma ni de generar disputas o contiendas, sino de sacar a la luz pública esa
discusión disimulada y ese inconformismo silencioso, que muchos temen hacer
manifiesto por temor a la crítica, el señalamiento y la persecución a las que
se queda expuesto cuando se dice la verdad. Y así, poniendo el tema sobre la
mesa, con toda honestidad y seriedad, podamos decidir como cristianos cuál sea la
actitud más conveniente con respecto a él. Todo esto, desde luego, a la luz de las Sagradas Escrituras.
En sintonía entonces con el objetivo de este sitio web, que no es otro que el de divulgar la verdad haciendo uso del legítimo derecho a la libertad de expresión, procedo a compartir este estudio sobre el diezmo esperando que sea de utilidad para sus vidas, y que los que no estén de acuerdo con mi
visión del asunto sepan asumir con madurez cristiana todo lo que aquí se
plantea, y al menos se den la oportunidad de considerar el asunto desde otro ángulo… Por supuesto, pueden dejar sus comentarios al final del artículo.
LA
RAÍZ DE TODOS LOS MALES
Pocas cosas en la vida
causan tantos problemas como el dinero. Ya sea porque se tenga o no se
tenga, porque abunde o escasee, porque se sepa administrar o se malgaste, el hecho es que
todo lo que gira en torno a él tiende a complicarse y a dañarse. El dinero
es como el anillo de Saurón, la siniestra joya de la saga de películas "El
Señor de los Anillos", que ejercía una extraña fascinación sobre todo
aquel que la contemplaba, despertándole una codicia inexplicable que lo
empujaba a ponérselo. Y una vez puesto en el dedo, operaba en su portador una
transformación que lo llevaba a una especie de trance macabro en el cual era
capaz de agredir y hasta de matar incluso a sus seres amados...Igual a lo que
sucede con el dinero, que desde siempre ha provocado una fascinación mórbida en
el ser humano y lo ha llevado a cometer grandes atrocidades, bajezas y estupideces en su afán por poseerlo.
Por causa del dinero
los afectos del hombre pueden cambiar instantáneamente y convertirnos en
animales mezquinos, agresivos y territoriales. Así vemos, por ejemplo, que los
que hace un momento eran amigos entrañables, ahora se convierten en implacables
enemigos por algún desacuerdo financiero, un préstamo que no se devolvió,
una fianza o hipoteca que no se canceló, una estafa o usura que éste le hizo
a aquel en cierto negocio, entre un sinfín de posibles situaciones, todas relacionadas
con ese mismo elemento de discordia... Por causa del dinero hay familias
enteras que han caído en la desgracia, patrimonios y herencias que han sido
arruinadas, países que han quedado endeudados y bajo la subordinación de otros,
crímenes horrendos que han sido cometidos incluso en contra de los que son de
la propia sangre, hogares destruidos por quienes prefirieron arriesgar su
reputación y estabilidad a cambio de mayor lucro, vidas frustradas y enfermas
por las consecuencias de haberse rebajado a lo más vil, vendiendo su honra a
cambio de un papel sin valor real. Y en definitiva, una sociedad humana
enloquecida por la codicia -como el Gollum lo estaba por el anillo de
Saurón- que en su desenfrenada carrera por obtener riquezas no sólo
destruye el planeta en el que habita, sino que a la par con ello también se degrada
echando al traste los principios y valores que más nos ennoblecen como especie,
tales como el respeto por la vida y la libertad, el sentido de equidad y de
justicia, la grandeza de corazón para compadecernos de los que sufren y
procurar su bienestar, el sentimiento de dignidad y honor, entre otros...
Y toda esta
degradación, que uno pensaría que solamente tiene lugar en el mundo secular, regido
por la mentalidad carnal, vana y materialista de una humanidad alejada de Dios,
también se presenta (¡y de qué manera!) en la Iglesia de Jesucristo, una sociedad que, de acuerdo con la Biblia, es única en el mundo, y que por su misma
naturaleza de origen celestial debería ser modelo de sobriedad y desapego a
lo terrenal, siguiendo el ejemplo de su Fundador, Jesús de Nazaret, quien llevaba una vida de
austeridad y privaciones a tal punto que incluso "no tenía dónde
recostar su cabeza" (Mateo 8:20).
Y no se trata de un asunto
nuevo, pues lamentablemente esa fascinación mórbida por las riquezas ha sido un mal
que ha aquejado al Cristianismo desde sus inicios, de lo cual dan fe los
evangelios cuando nos hablan de un Judas Iscariote que era ambicioso y ladrón,
o el libro de los Hechos de los apóstoles cuando nos cuenta la historia del
discípulo Ananías y su esposa Safira, quienes trataron de embaucar a los
apóstoles sustrayendo una buena suma del dinero que hipócritamente le habían
prometido a Dios como donación a la Iglesia.
También, las cartas apostólicas,
especialmente las de San Pablo, continuamente nos advierten sobre los lobos
rapaces que ven en el Evangelio una fuente de ganancia y que hacen mercadería
con la fe de las personas, lo cual podemos ver en nuestros días quizá más que
nunca en todo su apogeo, para vergüenza del Cuerpo de Cristo.
"Raíz de todos
los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de
la fe, y fueron traspasados de muchos dolores", escribía hace casi dos
mil años el anciano apóstol Pablo a su joven discípulo Timoteo en una de sus
cartas (1ª Timoteo 6:10), mientras discurría con él sobre los múltiples
inconvenientes que se derivan de convertir la fe cristiana en un medio para
hacer riquezas y multiplicar los bienes materiales, dándonos así un claro
testimonio de cómo este fenómeno empezaba a manifestarse en aquella remota
época, cuando el Cristianismo apenas nacía en el mundo y muchos de sus líderes
se desviaban de la misión espiritual que les había sido encomendada, a causa de
las tentadoras posibilidades económicas que su oficio evangelístico parecía
ofrecerles...
Y hoy, casi veinte
siglos después de haber sido escritas aquellas palabras, contemplamos con
repugnancia (al menos eso es lo que a mí me produce) cómo ese fenómeno no ha
cambiado en lo absoluto, sino que por el contrario parece acrecentarse. Para
nadie es un secreto que en la actualidad abundan los líderes cristianos que, lejos de ser
verdaderos pastores de ovejas, realmente interesados en la salvación de las
almas, no son más que unos astutos estafadores y adoradores del dios Mammón, expertos en el arte de
manipular conciencias y de trasquilar ovejas con rapacidad, mientras sus
rebaños crédulos y psicológicamente inmaduros, llenos de temores y de culpas
infundadas, no se toman la molestia de verificar a la luz de las Escrituras, de
la Historia y del sentido común, las enseñanzas que les inculcan, sino
que prefieren creer ciegamente las doctrinas torcidas y acomodadas que transmiten estos depredadores maliciosos, que exhiben un rostro altivo y
mojigato, con el que tratan de mostrarse ante los demás como grandes hombres de Dios cuya autoridad es indiscutible, ocultando la insaciable mundanalidad y ansias
de riqueza que los devora.
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Mammón, demonio de la codicia |
Se trata de personas
que saben muy bien lo que se traen entre manos, y que para nada estarían
dispuestas a llevar la vida de austeridad y sencillez que llevó Jesús, ya que su
verdadero dios, lejos de ser el de la Biblia, es en realidad el vientre, el cual desde
luego sólo se sacia con dinero por montones, que les permite darse una vida de
lujo, placer y derroche exorbitantes, mientras predican desde los púlpitos, con total cinismo y desfachatez, en contra de la vanidad, la carnalidad, el orgullo y la
mundanalidad (siendo ellos mismos unos soberbios pavos reales, tan carnales y
materialistas como los reyes de la antigua Babilonia o los extravagantes
emperadores romanos).
Incluso hay muchos de ellos que enseñan de manera directa y explícita toda una doctrina que
gira en torno al dinero, a tal punto que hacen ver el santo y glorioso
Evangelio de Jesucristo como un medio para aumentar los bienes materiales y hacerse rico: el mal llamado Evangelio
de la Prosperidad, una aberración que se apoya sobre un compendio de argumentos amañados y fraudulentos,
dignos de un sofista griego, con los que convencen al ingenuo creyente de que Jesucristo vino a hacernos ricos y a colmarnos de bienes materiales
aquí en la tierra, poniendo la salvación del alma y la regeneración de la mente
en un tercer o cuarto lugar…¡Y claro!, como lo que suele buscar el ser humano promedio es
precisamente el bienestar material, entonces no es de extrañar que las iglesias
que predican este tipo de basura teológica se atiborren de gente “muy devota”,
que lo único que busca en el fondo es que Dios les conceda mucho dinero y bienes terrenales,
pero que realmente no les importa (o les importa muy poco) la salvación de su alma y la regeneración de su mente. No quieren compromisos con Dios sino solamente sus milagros y prodigios. Anhelan más una vida terrenal de confort que una vida celestial de gloria.
UN
TEMA DE GRAN CONTROVERSIA EN EL MUNDO CRISTIANO
Uno de los temas más controversiales dentro de este asunto de la codicia en el mundo cristiano, ha sido el referente
al Diezmo, una antigua práctica
financiera que consiste en separar el 10% (o décima parte) de una determinada
cantidad de bienes materiales obtenidos en ganancia (ya sea dinero o especias),
para entregarlo como ofrenda o sacrificio a Dios. De ahí que la palabra
“diezmar” pasó a significar “disminuir o mermar una cantidad”.
Fue una tradición muy
arraigada dentro de la cultura judía, donde se le consideraba una obligación de carácter
religioso y civil, instituida por el principal código legislativo de aquel
pueblo, que se conoce como Ley de Moisés
o “Torah”, un extenso corpus de
leyes, decretos y estatutos que regían la vida civil, social, religiosa y
económica de los israelitas, y que según la tradición fue entregada por el mismo Dios al
profeta Moisés en el monte Sinaí, para que fuese enseñada al pueblo israelita, que
acababa de ser liberado de la esclavitud en Egipto.
Los verdaderos orígenes
del diezmo son confusos, pues hay quienes sostienen que no sólo los israelitas
lo practicaron, sino también otros pueblos de Oriente. No obstante, para no
desviarnos del objetivo abarcando el asunto desde orígenes especulativos y sus significaciones
en otras culturas, me limitaré a abordar y describir el tema circunscribiéndolo
solamente al ámbito cristiano. Es decir, voy a referirme a su origen,
significado, implicaciones y connotaciones pero
dentro de la tradición bíblica y el mundo cristiano en particular, pues eso
es en realidad lo que me interesa tratar en esta ocasión, dada la gran trascendencia
que suele dársele a este punto en las iglesias cristianas, y la sonada polémica
que genera entre muchos sectores tanto eclesiásticos como seculares.
No cabe duda de que el diezmo es una de las doctrinas favoritas de los líderes cristianos en general,
llámense pastores, curas párrocos, ancianos, apóstoles, obispos, reverendos o como quiera que se les nombre,
quienes sí que se han lucrado de esta tradición tan increíblemente rentable. De
igual forma, ha sido uno de los aspectos de los que más suelen echar mano los
escépticos, ateos y demás enemigos del Cristianismo, para tratar de
desacreditar este antiguo, sagrado y venerable credo religioso que en realidad
nada tiene que ver con la codicia ni con las ideologías materialistas que
lamentablemente han promovido la mayoría de sus líderes.
La primera mención que se hace en la Biblia sobre
esta práctica de separar el 10% de las ganancias materiales como acto de
ofrenda a Dios, aparece en el capítulo 14 del libro de Génesis, donde se nos
cuenta acerca de la victoria que tuvo el patriarca Abram (llamado más
tarde Abraham) y su ejército de aliados sobre una confederación de cuatro reyes
elamitas que habían invadido la llanura del Mar Muerto y tenían secuestrado a
su sobrino Lot, que vivía en esa región. Dice el relato que cuando Abram
regresaba a Palestina con los rehenes liberados y un cuantioso botín tomado de
los enemigos (al cual se sumaba todo lo que éstos habían robado a los
cautivos), un misterioso sacerdote monoteísta de nombre Melquisedec, que
también era rey de una ciudad llamada Salem (futura Jerusalén según
algunos), salió a recibirle con júbilo y profirió sobre el patriarca guerrero
una hermosa bendición:
“Bendito sea Abram del
Dios Altísimo,
creador de los cielos y
de la tierra;
y bendito sea el Dios
Altísimo,
que entregó tus enemigos
en tu mano…”
- Génesis 14: 19 –
20 -
Acto seguido, dice la Biblia que Abram, movido de
una profunda reverencia ante este enigmático personaje, le dio los diezmos de todo (o sea de lo que había tomado como botín
a los enemigos).
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Encuentro de Abraham y Melquisedec |
Lo particular de este
relato es que Abram decide darle los diezmos al rey-sacerdote Melquisedec sin ningún tipo de coacción, ni porque
se sintiera obligado o amenazado, sino
porque quiso, porque le nació
hacerlo; sintió en su corazón una devoción tan profunda y un impulso tan
fuerte de honrar a Dios con sus bienes a través de este hombre misterioso, y de
agradecerle aquella hermosa bendición proferida por labios tan sagrados, que no
dudó en darle el 10% de lo que había obtenido como botín de guerra, mas no de su salario o ingresos por el trabajo
diario (Abraham era ganadero y mercader)…Esto contrasta fuertemente con lo
que enseñan los líderes religiosos pro-diezmo, quienes aseguran que tenemos que
apartar el diezmo de todo lo que ganemos (nuestro salario, rentas,
bonificaciones, intereses, propiedades, negocios, cosechas, entre otros tipos
de ganancias).
Por otra parte, llama
poderosamente la atención analizar el tipo de persona que era en realidad este
Melquisedec, quien es descrito en el capítulo 7 de la carta a los Hebreos como
una teofanía o manifestación material y temporal de Dios mismo:
“Porque este Melquisedec, rey de Salem,
sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la
derrota de los reyes, y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de
todo […] sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de
días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote
para siempre. Considerad, pues, cuán grande era éste, a quien aún Abraham
el patriarca dio diezmos del botín. Ciertamente los que de entre los hijos de
Leví reciben el sacerdocio, tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos
según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos también hayan salido de
los lomos de Abraham. Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos,
tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. Y sin
discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor. Y aquí (o sea bajo
el culto israelita) ciertamente reciben los diezmos hombres
mortales; pero allí (en esa ocasión en particular donde Abram se
encuentra con Melquisedec), uno de quien se da testimonio de que vive”.
- Hebreos 7: 1-8 –
En otras palabras, Abraham le dio los diezmos
directamente a Dios, no a un hombre. Y tampoco lo tenía como costumbre, pues claramente se nota que sólo lo
hizo en esa ocasión en particular, cuando aquella teofanía de Dios salió a su
encuentro para bendecirlo. Además, el hecho de habérselos dado en ese momento, en ninguna manera convirtió
aquella práctica en una institución, obligación o deber para el que adora a Dios, ni tampoco en una tradición familiar, pues de lo contrario
Ismael, Isaac y los demás hijos que tuvo Abram habrían continuado con la
práctica del diezmo y la habrían impuesto en sus respectivas comunidades, tal
como lo hicieron con el ritual de la circuncisión, que sí era obligatorio y de
hecho fue la señal del pacto de amistad entre Dios y Abraham.
Así que el argumento dado
por muchos líderes cristianos según el cual el diezmo no fue proclamado sólo bajo
la Ley de Moisés (que vino muchos siglos después de Abraham), sino incluso
antes de ella, y que por lo tanto es un deber vigente para todas las épocas, queda
abolido por este sencillo ejercicio de lógica y sentido común: Abraham, por voluntad propia, separó el 10% de
una ganancia eventual que obtuvo y se lo entregó al mismo Dios. No lo hizo siguiendo un código legislativo, ni por temor a caer en la ruina, ni por cumplir un ritual, ni por obligación o
coacción de nadie, sino por mero agradecimiento y reverencia a Dios, que tanto
lo había bendecido.
Asimismo, tampoco diezmó de
lo que ganaba por su trabajo diario, ni con el objetivo de sostener
económicamente a ningún sacerdote o grupo clerical, y mucho menos para obtener una mayor prosperidad material, pues si usted lee los capítulos 12 y 13 del libro de Génesis, notará que Dios ya lo venía bendiciendo en todos los aspectos de su vida, incluido el económico. Es decir, Dios prosperó económicamente a Abraham porque quiso, y de hecho se lo prometió y lo empezó a cumplir incluso desde mucho antes de que Abraham diezmara, de modo que la prosperidad material del patriarca en ningún momento dependió del diezmo que le dio a Melquisedec, sino de la fe que puso en Dios y en sus promesas... ¿Por qué entonces los que apoyan el diezmo nos presentan a un Dios tan chantajista que sólo nos dará bendición material si le damos la décima parte de nuestros bienes?
“¡Pero un momento! ¡Sí hubo alguien más que diezmó antes de que
apareciera la Ley de Moisés y que nos ratifica que debemos diezmar sea cual sea
la época!” – Dirá alguno – “¿Qué hay
del patriarca Jacob, nieto de Abraham?” Según Génesis 28: 18 – 32,
cuando el joven Jacob iba huyendo de su hermano Esaú y se dirigía a tierra de Padam-Aram,
en cierta ocasión le tocó pasar la noche en un solitario paraje al que llamó
Bet-El (Casa de Dios) por haber tenido allí una apoteósica visión de ángeles
que subían y bajaban por una escalera que parecía conectar el cielo con la
tierra. Cuenta la tradición que, luego de esta experiencia mística, el futuro
patriarca hizo a Dios una promesa. Veamos:
“Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la
piedra que había puesto de cabecera,
y la alzó por señal, y derramó aceite
encima de ella.
Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el,
aunque Luz era el nombre de la ciudad
primero. E hizo Jacob voto, diciendo:
Si fuere Dios conmigo, y me
guardare en este viaje en que voy,
y me diere pan para comer y
vestido para vestir,
y si volviere en paz a casa de mi
padre,
Jehová será mi Dios.
Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios;
y de todo lo que me dieres, el diezmo
apartaré para ti”.
Según se puede deducir
de este pasaje, es evidente que Jacob conocía la práctica del diezmo, pues de
lo contrario no habría hecho una promesa en la que define una cifra concreta
del 10%. Además, con toda certeza conocía la vieja historia de su abuelo
Abraham cuando se encontró con el sacerdote del Dios Altísimo Melquisedec, y le
hizo entrega de la décima parte del botín arrebatado a los reyes elamitas en la
legendaria batalla en la que había participado.
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Jacob hace pacto con Dios |
Sin embargo, también
queda claro que no era una costumbre que solía seguir ni que le había sido
enseñada en su familia como una tradición, lo cual implica que ni él, ni su
hermano Esaú, ni su padre Isaac tenían como costumbre diezmar de lo que ganaban
en su trabajo habitual. Es decir, ellos conocían la existencia de una práctica
sagrada y de carácter voluntario consistente en apartar el 10% de una ganancia determinada como ofrenda exclusiva
a Dios; pero también eran conscientes de que esto sólo se hacía de manera
eventual y extraordinaria, mas no como una costumbre permanente en la que
hubiera que diezmar de todo lo que se obtenía en ganancia; pues si esta familia
hubiera tenido el diezmo como una tradición, Jacob no tendría por qué haber
prometido hacer algo que ya venía
haciendo. Es algo que no tiene sentido. Además, si hubiese sido una costumbre
que tenían los patriarcas, sin duda la Biblia indicaría claramente dónde y a
quién le llevaban los diezmos. Por tanto, cuando Jacob dice “…y de todo lo que me dieres…” lo hace es
porque se le ocurrió en el momento; lo dice a manera de pacto; y lo dice además
de una manera condicional, pues previamente le dice a Dios:
“Si fuere Dios conmigo, y me guardare (…) y me diere (…) y si volviere
en paz [entonces] Jehová será mi Dios
(…) y de todo lo que me dieres el diezmo aparataré para ti”.
En otras palabras, lo
que Jacob hace con Dios es un trueque:
“Si me das esto, yo te doy esto otro”.
Y así vemos de nuevo que, como en el caso de Abraham, por ningún lado se ve coacción,
ni temor, ni obligación moral, religiosa o civil que empujara a Jacob a
diezmar... ¿Por qué entonces la mayoría de líderes cristianos, de manera
directa o indirecta, siempre utilizan precisamente técnicas inescrupulosas de manipulación basadas en la coacción, la culpa y el temor, para obligar a sus rebaños a diezmar,
diciéndoles cosas tan dañinas y medievales como “el que no diezma le está robando a Dios y los ladrones no entrarán al
Reino de los Cielos”?
Ahora bien, con
respecto a la forma en que Jacob entregó los diezmos prometidos, se podrían
plantear varias preguntas:
1- ¿A quién se los dio
exactamente? ¿A Melquisedec? ¿Acaso esa teofanía de Dios todavía estaba
reinando en la legendaria ciudad de Salem?
2- Supongamos por un
momento que efectivamente fue a este rey-sacerdote a quien Jacob le entregó los
diezmos prometidos... ¿En qué momento lo hizo? ¿Cuando regresó a su tierra
natal casi veinte años después? Téngase en cuenta que él se encontraba en Padam-Aram
cuando Dios lo empezó a bendecir económicamente, muy lejos de su patria, así
que es improbable que viajara cada tanto tiempo a Salem sólo para darle la
ofrenda monetaria al misterioso sacerdote ¿O es que acaso se encontraba con
Melquisedec en algún lugar de la tierra de Aram para darle los diezmos?
3- Si no le entregó los
diezmos prometidos a Melquisedec, ¿entonces a quién se los dio? ¿A otro
sacerdote del Dios Altísimo que había en la región? ¿A algún profeta de Dios,
ermitaño y místico, que vivía en alguna montaña de aquellas tierras? Porque es
evidente que en esos remotos tiempos no existía todavía un culto oficial al
Dios hebreo ni mucho menos unos oficiantes ordenados (sacerdotes, ancianos,
pastores o lo que fuera…) a quienes hubiera que darles los diezmos o cualquier
otro voto monetario. Por tanto, la pregunta sigue abierta: ¿a quién le dio los
diezmos Jacob, como para que los creyentes cristianos corran a entregárselos al pastor de su iglesia?
Ahora abordemos la cuestión desde otro punto de vista: vamos a suponer por un momento que el diezmo sí es una práctica vigente para todas las épocas, incluyendo las que están antes y
después de la Ley Mosaica, debido a que Abraham y Jacob también lo hicieron. En ese caso, como la Biblia dice que el primero le dio sus diezmos a una teofanía divina, pero
acerca del segundo no dice ni insinúa siquiera a quién o a quiénes se los entregó, yo no tengo por qué asumir que hay que dárselos
al pastor o líder de mi iglesia. Se los puedo dar perfectamente a alguien
que sea una representación de Dios mismo, como por ejemplo un hermano
necesitado de la congregación, pues Jesús dijo en una ocasión:
“(…) Venid, benditos de mi Padre,
heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber;
fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis;
enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo:
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos,
o sediento, y te dimos de beber?
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos,
o desnudo, y te cubrimos?
¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
Y respondiendo el Rey, les dirá:
De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis
a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (…)”
-
Mateo 25: 34-40 -
Por consiguiente, si le
doy mis diezmos al hermano necesitado, para que él supla sus necesidades
materiales, es como si se los estuviera entregando al mismo Jesucristo.
Y esto que digo no es
un sofisma ni una simple ocurrencia o suposición sin fundamento, sino que de
hecho tiene bases bíblicas, pues en el antiguo Israel, incluso bajo la Ley de
Moisés, que exigía entregar el diezmo a los sacerdotes y levitas (los líderes
religiosos de la nación, dedicados de tiempo completo al servicio litúrgico), existía un tipo de diezmo que estaba
destinado para los pobres y necesitados, fueran o no fueran del pueblo de
Dios: a los niños huérfanos que aún no podían sostenerse económicamente, a las
viudas ancianas, solas o enfermas que no tenía un varón que pudiese velar por sus
necesidades, a los extranjeros que vivían en la escasez, entre otros tantos
tipos de personas necesitadas que sin duda existían en aquella sociedad.
Veamos:
“Al fin de cada tres años
sacarás todo el diezmo de tus productos
de aquel año,
y lo guardarás en tus ciudades.
Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo,
y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus
poblaciones,
y comerán y serán saciados; para que Jehová tu Dios te bendiga
en toda obra que tus manos hicieren”.
- Deuteronomio 14: 28, 29 -
“Cuando acabes de diezmar todo el diezmo de tus frutos
en el año
tercero, el año del diezmo,
darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la
viuda;
y comerán en tus aldeas, y se saciarán.
Y dirás delante de Jehová tu Dios: He sacado lo consagrado de mi
casa,
y también lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a
la viuda,
conforme a todo lo que me has mandado;
no he transgredido tus mandamientos, ni me he olvidado de
ellos...”
- Deuteronomio 26: 12, 13 -
Llama particularmente
la atención este detalle de hacer partícipes de los diezmos a los extranjeros, ya
que eran personas a las que se les miraba con cierto desprecio y que, de hecho,
eran consideradas “impuras” por no estar circuncidadas y provenir de naciones
paganas que adoraban a otros dioses.
Ahora bien, a lo que
quiero llegar es a lo siguiente: los líderes cristianos que predican el diezmo se
apoyan en la Ley de Moisés para argumentar que este porcentaje debe ser
entregado a quienes le sirven a Dios de tiempo completo, como se hacía en el caso
de los sacerdotes y levitas de la antigüedad. Y ya que en nuestros días quienes
le sirven a Dios de tiempo completo son los que dirigen las iglesias, a saber, los
obispos, apóstoles, reverendos, misioneros, pastores, curas, entre otros, entonces
son ellos los que deben recibir los diezmos correspondientes al ser los
equivalentes modernos de los sacerdotes levitas.
Si esto es así, y debemos
utilizar este tipo de lógica para justificar el diezmo para los líderes, entonces
podríamos preguntarles a ellos lo siguiente: ¿dónde queda el diezmo para los
necesitados y los extranjeros? ¿Por qué no hablan sobre él ni lo enseñan? Si
nos debemos ceñir a lo que dice la Ley de Moisés respecto al diezmo para los
ministros dedicados, ¿entonces por qué no nos ceñimos también a lo que esa
misma Ley ordena para los necesitados y extranjeros?… Es decir, ¿nos ajustamos sólo
a unas partes de las Escrituras pero a otras no? Eso es conveniencia hipócrita, maliciosa y oportunista. Es querer manipular la Biblia para obtener provecho
a base de interpretaciones amañadas en las que se extrae sólo lo que nos
conviene, omitiendo la otra parte de la historia que bien podría afectar
nuestros intereses lucrativos.
“¿Y acaso quiénes son esos “necesitados” y esos “extranjeros” a los
cuales también habría que darles del diezmo?” – podría preguntar algún prodiezmista. Pues bien, es un hecho ampliamente conocido que en muchas de las iglesias cristianas
los niveles de pobreza de un alto porcentaje de la membresía son escandalosos, y las cifras de creyentes que viven literalmente en la miseria y padecen necesidades
indignas de un pueblo que dice ser caritativo, generoso y solidario, son alarmantes. Conozco muchos casos
de hermanos y hermanas en situación de pobreza extrema, algunos de
los cuales incluso han llegado a aguantar física hambre, viven o han vivido en ranchos
inseguros y medio caídos que más bien parecen pocilgas, visten siempre con las
mismas tres prendas, y perciben ingresos económicos prácticamente nulos… Y no estoy
hablando de jóvenes vigorosos y fuertes que podrían salir a rebuscarse la vida,
sino de ancianos y ancianas desamparadas o enfermas, sin hijos o nietos que
puedan velar por ellas, o con hijos discapacitados y enfermos que tampoco pueden
hacer nada. Son personas que no cuentan con la ayuda de sus familiares, ya
sea porque los tienen lejos, o están en las mismas condiciones que ellos, o simplemente son indiferentes.
Personas que logran obtener su sustento sólo porque Dios es grande y misericordioso, y conmueve el corazón de uno que otro hermano en la fe que se compadece de su
triste situación y les ayuda como puede, e incluso vecinos no creyentes que actúan de manera más humanitaria que quienes
dicen ser sus "pastores", los cuales en cambio sí son muy diligentes a la hora de reclamar los jugosos "diezmos" que afirman merecer por su "ardua" labor…
Ahora, con respecto a quiénes
vendrían siendo los “extranjeros” que también deberían participar del diezmo, pues
simplemente son aquellas personas que no pertenecen a la Iglesia y que también
debemos ayudar, pues la compasión, la misericordia y la bondad no distingue
entre credos religiosos, y el amor de Cristo es universal y ecuánime, pues como dijo Jesús:
“Dios hace llover sobre buenos y malos”.
No podemos cerrarnos como algunas personas de mentalidad fanática y sectaria a creer que sólo se debe
ayudar a los hermanos en la fe.
Por otra parte, si aceptamos como cierto que los
obispos, reverendos, apóstoles, pastores, curas párrocos y, en general, todos los que dirigen las
comunidades cristianas, son el equivalente moderno de los sacerdotes levitas (como muchos de ellos lo afirman)
,
entonces, por lógica elemental, los diáconos, líderes de comités, músicos,
predicadores, evangelistas, maestros de Escuela Dominical, catequistas, aseadores,
vigilantes, porteros, monaguillos y demás personas que les ayudan en su labor,
vienen siendo los equivalentes modernos de los levitas, ya que estos eran los ayudantes de los sacerdotes ¿Por qué, pues, a estas personas no se les hace también partícipes de los diezmos, ni se les asigna un sueldo o una remuneración económica, sino que todo se lo acaparan los dirigentes? ¿Con
qué derecho lo hacen, si estos ayudantes incluso suelen trabajar más duro
que ellos?
Porque si algo es
evidente en la mayoría de iglesias modernas, es que los dirigentes son felices
delegando casi todas las actividades eclesiásticas en otros miembros de la iglesia a quienes llaman "servidores" - que son en realidad mano de obra gratuita - para
no tener que llevar una pesada carga de responsabilidades por la cual luego
vienen, con el mayor descaro, a reclamar un salario del que no son
dignos. Como decimos en mi tierra: "se la quieren ganar de ojo"... Eso de que sienten "carga" por el rebaño, que madrugan al rayar el alba a orar por la Iglesia e interceder por ella, de que sufren por
los problemas de sus ovejas y se preocupan por conocer su estado; que "se queman
las pestañas" y "se pelan las rodillas" preparando sermones inspirados para
alimentar espiritualmente a los fieles, entre otras bonitas utopías
evangélicas, es un cuento que era más creíble en otros tiempos, cuando el
espíritu de codicia y arrogancia aún no se había apoderado tanto de la mente y
el corazón de los ministros cristianos, como tristemente se ve en nuestros días.
En resumen: ¿Por qué en
nuestras iglesias no se predica sobre este tipo de diezmo para los pobres, necesitados y ayudantes, sino sólo del diezmo para los líderes de las comunidades y
denominaciones (pastores, apóstoles, obispos, reverendos, curas párrocos, etc.)? ¿Será
que acaso no hay necesitados en nuestras congregaciones cristianas? ¿Qué pasa
con tanto movimiento de dinero que hay al interior de las iglesias (proveniente
de diezmos, ofrendas, primicias, votos, entre otras formas de ordeñar rebaños)
mientras hay hermanos padeciendo física hambre? ¿No es algo absurdo y
contradictorio que el cura, pastor o como se le llame a su líder religioso, viva a cuerpo de rey en medio de lujos y derroche, cambiando automóvil, estrenando vestuario, joyas y accesorios
costosos cada que se le antoja, ostentando y haciendo alarde de su elevado
nivel de vida, mientras en su propia congregación hay ovejas desamparadas, raquíticas,
hambrientas y casi desnudas, que atraviesan por necesidades indecibles? ¿Acaso Dios siente más amor por sus ministros ordenados que por esos miles de creyentes que viven en la pobreza, y por eso les otorga mayores bendiciones económicas?... Ahora, si es que acaso su líder cristiano tiene una buena posición económica porque proviene de alguna familia de abolengo o "por esas cosas de la vida", ¿no
debería entonces, así fuera por respeto a esos necesitados y por seguir el ejemplo de
sencillez de Cristo, ser un poco más moderado en sus costumbres y no andar
alardeando de su opulencia?
UN
ANÁLISIS PROFUNDO DE LA CUESTIÓN
Lamentablemente, hablar
sobre este tipo de asuntos en las iglesias de hoy en día es considerado casi que
una blasfemia por parte de los líderes pro-diezmo, quienes desde luego no
quieren ver afectada esa nutrida gallina de huevos de oro que durante siglos ha
mantenido a muchos de ellos viviendo en el lujo y el confort como verdaderos
zánganos. Se aferran como sanguijuelas a lo que dice la Ley de Moisés acerca
del diezmo, pero con el mayor de los cinismos aseguran que esa misma Ley ya no
está vigente en este tiempo de la Gracia, dado que Jesucristo ya la cumplió por
nosotros y con su muerte y resurrección nos libró de las duras sentencias que
ella imponía a los pecadores.
Es decir, según estos
hipócritas, para unas cosas ya no estamos bajo la Ley de Moisés, pero para lo
que les conviene a ellos y les trae ganancia monetaria o dominio sobre las
masas de creyentes, sí lo estamos todavía, con todo y sus maldiciones, pues
desde que era un niño y una tía me llevaba a la Escuela Dominical, he escuchado
a infinidad de pastores, líderes y predicadores lanzar desde los púlpitos una conocidísima
y efectiva amenaza que fue emitida bajo la Ley Mosaica, y con la cual han
atemorizado durante décadas a los ingenuos (como lo era yo): los famosos versículos
de Malaquías 3: 8 – 11:
“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado.
Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado?
En vuestros diezmos y ofrendas.
Malditos sois con maldición, porque vosotros,
la nación toda, me habéis robado.
Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa;
y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos,
si no os abriré las ventanas de los cielos,
y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
Reprenderé también por vosotros al devorador,
y no os destruirá el fruto de la tierra,
ni vuestra vid en el campo será estéril,
dice Jehová de los ejércitos”.
Una pavorosa amenaza de
ruina, sin duda, pero a la vez una estupenda promesa de bendición material para
quien haga la voluntad del Señor y sea cumplido con sus deberes económicos. Es
decir, tenemos en este interesante pasaje un temible garrote y una apetecible zanahoria,
que desde siempre han sido bien utilizados por los líderes cristianos para
arrear o atraer burros según sea el caso. Por un lado, arrean a los creyentes
ingenuos diciéndoles que si no diezman se van a condenar, o como mínimo van a caer
en la ruina; y por otro, los atraen diciéndoles que si diezman el dinero se les
va a multiplicar como arroz. Y así, podemos ver hoy en día a muchos
cristianos practicar cumplidamente el diezmo por temor a caer en desgracia, y
otros tantos (quizá la mayoría) por el vivo interés de que Dios les aumente la riqueza material… ¡Hipocresía por todos lados, en el clero y en los laicos; en los de
arriba y en los de abajo!
|
Así te ven los líderes que conocen la verdad sobre el
diezmo, y aun así te lo siguen enseñando |
Ahora bien, más allá de
lo efectivo que haya resultado ser este pasaje de Malaquías para manipular
conciencias, conviene analizar su significado preciso para no dejarnos embaucar
por los argumentos amañados de los líderes pro-diezmo. Creo que ya
va siendo hora de que la Iglesia de Jesucristo abra los ojos respecto a lo que en realidad se
ha convertido esta práctica religiosa del diezmo, que si bien tiene unas
connotaciones sagradas y místicas, y de hecho estuvo incluida dentro del
plan financiero de Dios para su pueblo en el Antiguo Testamento, llegando incluso a ser de gran bendición hoy en día si se entiende y se aplica de la manera correcta, actualmente no es más que una estafa descarada que beneficia sólo a un sector exclusivo de la Iglesia, y que no dista
mucho de parecerse a las actividades ilícitas de las oscuras organizaciones mafiosas,
convirtiendo la Casa de Dios en una cueva de ladrones donde reina la avaricia y
la desigualdad, la inquina y la rapacidad, el despilfarro y la soberbia…En un conjunto de organizaciones capitalistas y elitistas que, usando una fachada religiosa, nos hablan de amor al prójimo, caridad, justicia y equidad, mientras hacen mercadería con las almas y distribuyen los bienes materiales de un modo tan injusto, que puede considerarse una fiel copia del modelo de desigualdad tan
pasmosa que se vive en el mundo secular, donde abunda la pobreza y la miseria… Si Jesús entrara en las iglesias modernas, estoy seguro que nuevamente tomaría un azote y comenzaría a expulsar a los mercaderes modernos, tal como lo hizo en su época cuando entró al Templo de Jerusalén.
Por eso le invito a
usted, amigo(a) lector(a) que profesa ser cristiano(a), a que por favor
considere con discernimiento espiritual y una sana lógica, libre de todo
fanatismo, la información que aquí se le comparte, por el bien de su alma y de
su bienestar psicológico y emocional (pues tal vez sea usted uno más de los
miles de manipulados que sienten miedo de no diezmar porque "les puede caer alguna maldición").
Lo que aquí escribo no
es producto de un impulso rebelde y altanero, ni son artimañas intelectualoides
de un cristiano resentido y envidioso, como seguramente me estarán tildando
muchos trasquiladores pro-diezmo, sino el resultado de una sumatoria
de análisis, incidencias y experiencias obtenidas a lo largo de un camino que
llevo recorriendo hace ya muchos años, y que me han llevado a concluir, entre
muchas otras cosas, que definitivamente el
Diezmo, como práctica obligatoria o coaccionada, en este tiempo de la Gracia,
es una verdadera ESTAFA. Una estafa que ha mantenido a unos pocos viviendo como
reyes en la vanidad, la holgura y el derroche, mientras muchos otros, también
miembros del Cuerpo de Cristo, padecen grandes necesidades que aquellos
zánganos inhumanos ni se inmutan por suplir, o si lo hacen es a medias, y por cumplir
con un protocolo, tratando de mantener una fachada hipócrita que los
reivindique como líderes piadosos. Veamos pues lo que significa el pasaje de Malaquías 3: 8 – 11 que cité arriba.
En primer lugar,
dejemos claro que el profeta Malaquías se está dirigiendo es a la nación de Israel y no a la Iglesia, lo cual puede leer usted mismo en el capítulo 1, verso 1. Y en ese orden de ideas, lo que hace el profeta en el famoso pasaje de los diezmos, es recordar a los israelitas una antigua promesa que ellos mismos habían confirmado unos mil años atrás en el monte Gerizim y en el monte Ebal, según la cual aceptaron ante Dios que si no cumplían los mandamientos entregados por Él a través de Moisés recibirían maldición, pero si los cumplían recibirían bendición. Léalo por favor en Deuteronomio 11: 26-29 y Deuteronomio capítulo 27 hasta el capítulo 28: 1-14. Entonces, cuando Malaquías les dice a los israelitas que si no diezman serán malditos, pero si diezman serán benditos, lo que está haciendo es recordarles el compromiso que habían hecho con Dios en la cumbre de esos dos montes en tiempos del caudillo Josué (Josué 8: 30-34). Así que usted como cristiano no tiene por qué sentirse comprometido con algo en lo que usted no participó. El pueblo judío, el Israel terrenal, ha sido el único pueblo en la historia al que le fue ordenado diezmar.
Por otra parte, analicemos a qué casa se estaba refiriendo Dios cuando dijo:
“Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa…”
Sin duda, se refería al
Templo de Jerusalén, al que también se le llamaba “Casa de Jehová”, porque se suponía que la Santa Presencia del
Omnipotente moraba allí. El Templo era considerado el lugar donde Dios habitaba
de manera invisible entre los hombres, y era administrado por un cuerpo de sacerdotes y sus asistentes llamados levitas, quienes se turnaban por grupos
para residir allí de manera temporal, y ejercer su oficio de ministrar o servir
al pueblo como guías religiosos y oficiantes del culto al Dios Altísimo. Constituían,
pues, el clero o élite encargada de dirigir la vida religiosa de los
israelitas.
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El Templo de Jerusalén o "Casa de Yahvéh", construido inicialmente por el rey Salomón |
Los sacerdotes hacían
las plegarias, los sacrificios, y todos los demás rituales de intercesión a
favor del pueblo pecador, para que Dios les fuera propicio, los bendijera y les
confirmara su posición como "pueblo escogido". Eran asimismo los guardianes del
conocimiento sagrado y maestros encargados de transmitirlo al pueblo para su
edificación. Por su parte, los levitas debían mantener todos los muebles y utensilios
del lugar bien aseados y en perfecto estado, limpiaban el Templo, ataban y sostenían
a los animales que iban a ser sacrificados, recibían las ofrendas del pueblo,
vigilaban las puertas, conformaban grupos de músicos y tañedores, entre otro
sinnúmero de actividades asistenciales. Tanto los sacerdotes como los levitas
pertenecían a la tribu de Leví
(tercer hijo de Jacob), y la máxima autoridad religiosa de todos ellos era el Sumo Sacerdote, también de la misma
tribu pero perteneciente al linaje exclusivo de Aarón, hermano de Moisés.
Antes de que existiera la
Casa de Jehová en Jerusalén, el culto israelita tenía como templo principal el
llamado Tabernáculo de reunión, que
era una capilla desarmable y transportable, construida por los israelitas
durante su travesía por el desierto cuando salieron de Egipto, y que fue
finalmente reemplazada por el gran templo
que mandó edificar el rey Salomón en Jerusalén. Fue en el Tabernáculo donde
nació el culto hebreo y se fundó la casta sacerdotal y levítica.
|
El Tabernáculo de reunión, primer centro de adoración del pueblo israelita |
Cuando Dios entregó la
Ley a los israelitas a través de su siervo Moisés, quedó claramente estipulado
en ella que todo israelita estaba obligado a separar el 10% de todas sus
ganancias e ingresos económicos para entregarlo a los miembros de esta tribu
de ministros ordenados, como podemos ver en el siguiente pasaje:
“(…) Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión (...) los levitas harán el servicio del tabernáculo de reunión,
y ellos llevarán su iniquidad; estatuto perpetuo para vuestros descendientes;
y no poseerán heredad entre los hijos de Israel.
Porque a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos
de Israel,
que ofrecerán a Jehová en ofrenda; por lo cual les he dicho:
Entre los hijos de Israel no poseerán heredad.
Y habló Jehová a
Moisés, diciendo:
Así hablarás a los levitas, y les dirás:
Cuando toméis de los
hijos de Israel los diezmos
que os he dado de ellos por vuestra heredad, vosotros
presentaréis de ellos
en ofrenda mecida a Jehová el diezmo de los diezmos.
Y se os contará vuestra ofrenda como grano de la era,
y como
producto del lagar.
Así ofreceréis también vosotros ofrenda a Jehová
de todos vuestros diezmos
que recibáis de los hijos de Israel; y daréis de ellos la
ofrenda de Jehová
al sacerdote Aarón. De
todos vuestros dones
ofreceréis toda ofrenda a Jehová;
de todo lo mejor de ellos ofreceréis la porción que ha de ser
consagrada.
Y les dirás: Cuando ofreciereis lo mejor de ellos, será contado a
los levitas
como producto de la era, y como producto del lagar.
Y lo comeréis
en cualquier lugar,
vosotros y vuestras familias; pues es vuestra remuneración
por vuestro ministerio en el tabernáculo de reunión.
Y no llevaréis pecado por ello, cuando hubiereis ofrecido la mejor
parte de él;
y no contaminaréis las cosas santas de los hijos de Israel, y no
moriréis”.
- Números 18: 21 – 32 -
De acuerdo con lo
anterior, hubo dos razones por las cuales Dios decidió que los diezmos del
pueblo fueran destinados a los sacerdotes y levitas:
1-
Que recibieran un salario por su importante labor, ya que tenían
que realizar un sinnúmero de rituales, muchos de ellos bastante trabajosos y
extenuantes, en virtud de su importante misión de ser nada más y nada menos que
los mediadores entre Dios y los hombres, lo cual exigía de su parte no sólo la
ejecución de una serie de ceremonias, sino también una vida de sacrificio, oración,
meditación, enseñanza, abnegación y total entrega al servicio sagrado. Es
decir, tenían un ministerio de mediación
que merecía y necesitaba ser remunerado, pues ése era el oficio que
desempeñaban de tiempo completo y por supuesto de algo tenían que vivir.
2-
Debido a esta consagración de tiempo completo, la tribu de Leví
fue la única que no recibió un territorio durante la repartición de la Tierra
Prometida (Canaán), la cual tuvo lugar cuando los israelitas tomaron posesión
de ella. Al no recibir territorio, por supuesto no tendrían un espacio para
cosechar, criar ganado, comerciar o desarrollar industria, y por lo tanto no
podrían llevar una vida secularmente productiva.
No se sabe con certeza
cómo se hacía la entrega de este diezmo a los levitas en los territorios de
Israel que estaban por fuera de la capital Jerusalén, pero sí queda claro que la principal forma de hacerlo era llevándolo directamente a la Casa de Jehová, a
un lugar especial llamado alfolí, que era una especie de
almacén o bodega donde se guardaban los productos provenientes de
los diezmos, ofrendas, primicias y votos de cada israelita que se acercaba
allí. Una vez recolectado, se procedía a la repartición de todos estos bienes
entre las familias de los levitas, y éstos, a su vez, debían separar el diezmo
de la parte que les había correspondido, para entregársela al Sumo Sacerdote,
algo que se denominaba el diezmo de diezmos. De esta manera, se garantizaba que
la tribu de Leví en su conjunto iba a tener con qué vivir y así poder dedicarse
de lleno a su ministerio sacerdotal.
|
Entrega de diezmos en el Alfolí del Templo
|
Concluimos entonces que
la decisión de Dios de conceder los diezmos a ellos fue una medida
totalmente justa, pues sólo imagine usted por un momento qué hubiese sido de la
tribu de Leví si, además de habérsele negado un territorio propio donde pudiera
desarrollar una vida laboral, tuviera que ejercer un servicio sagrado de tiempo
completo sin ningún tipo de remuneración. Lógicamente no podría subsistir. Por
tanto, la exhortación de Dios en Malaquías 3: 10 “haya alimento en mi casa”, se refería, en ese contexto, a que se
proveyera para los que ministraban en el Templo.
Y debido entonces a
esta interpretación, es que los dirigentes pro-diezmo afirman que se les tiene
que mantener económicamente a ellos, pues como son ministros que abandonaron
sus trabajos seculares para dedicarse de tiempo completo al servicio a Dios,
entonces la comunidad de creyentes es la que debe proveer para su manutención. Y
esto, en estricta lógica, es totalmente cierto, pues el mismo Jesús dijo:
“El obrero es digno de su salario”
– San Lucas 10:7 -
Y San Pablo lo reafirmó
en 1ª Corintios 9: 7 – 14, cuando escribió:
“¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas?
¿Quién planta viña y no come de su fruto?
¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?
¿Digo esto sólo como hombre? ¿No dice esto también la ley?
Porque en la ley de Moisés está escrito: ´No pondrás bozal al
buey que trilla´
¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por
nosotros?
Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar
el que ara,
y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto.
Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual,
¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material?
Si otros participan de este derecho sobre vosotros
(o sea otros apóstoles
y evangelistas que había en la época de Pablo),
¿cuánto más nosotros?
(…) ¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas,
comen del templo,
y que los que sirven al altar, del altar participan?
(obviamente aquí se está
refiriendo a los levitas)
Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio,
que vivan del evangelio”.
Es decir, es perfectamente lícito y necesario que las
comunidades cristianas sostengan económicamente a los líderes que las dirigen,
siempre y cuando estos líderes realmente trabajen con esmero y dedicación en la
obra a la que fueron llamados. Y para ilustrar este derecho que tienen los
ministros cristianos, San Pablo emplea 6 figuras metafóricas a manera de
ejemplos:
1-
Un soldado, quien por estar dedicado enteramente a prestar un servicio
militar, en el que incluso está poniendo en riesgo su vida, es remunerado ya
sea por el Estado o por quien lo tomó por soldado.
2-
Un viñador, que trabaja con esmero cultivando y cuidando una viña,
y que por lo mismo está en todo el derecho de tomar del fruto de ella.
3-
Un pastor de ovejas, que apacienta y cuida hasta con su vida el
rebaño que le es entregado, y que por esa misma razón está en todo el derecho
de tomar de la leche que produce el rebaño. Ni más faltaba que no pudiera sacar
un poco de provecho después de darlo todo por las ovejas.
4-
Un buey que trilla, al cual ordenaba la ley de Moisés no ponerle
bozal, para que pudiera ir comiendo mientras trillaba el grano, pues sería muy
cruel poner a trabajar arduamente al pobre animal sin siquiera darle la
oportunidad de comer un poco de lo mismo que está trillando.
5-
Un campesino que ara la tierra y otro que trilla los granos de la
cosecha, quienes trabajan duro con la esperanza de recibir una recompensa
por su extenuante labor, lo cual es ilustrado por Pablo de otra manera al decir
que si los ministros cristianos siembran en los creyentes una semilla
espiritual, es de esperarse que de alguna manera obtengan de ellos una
remuneración material que les sirva para su sostenimiento.
6-
Los sacerdotes y levitas que presidían el culto a Dios en el
pueblo de Israel, quienes por ese mismo oficio de tiempo completo debían ser
sostenidos económicamente por el pueblo.
No obstante, nótese que
en ninguna parte se nos dice que tenemos
que dar una cuota específica a los ministros, y mucho menos el 10% de nuestros
ingresos. El hecho de que Pablo haya puesto como ejemplo a los sacerdotes y
levitas, no significa que debemos dar a los líderes la misma cantidad que los
israelitas les daban a aquéllos, pues lo hubiese especificado claramente en el
texto, así como habría especificado también la cuota o salario que se le pagaba
a un soldado, un viñador, un pastor, un arador o un trillador, que son los
otros ejemplos que cita el apóstol. Cuando el apóstol pone como ejemplo a los
levitas es sólo para ilustrar que,
así como ellos vivían de su ministerio, los ministros cristianos también tienen
derecho a hacer lo mismo (sin que esto implique cuotas o cantidades específicas
a devengar). Lo mismo quiso decir al citar los otros ejemplos, a saber, que así como un viñador vive de las uvas que cultiva, un pastor de las ovejas que cuida, un soldado del servicio militar que presta y un agricultor de lo que cultiva, asimismo un ministro evangélico debe vivir de esa importante labor. Eso fue todo lo que quiso decir. En ningún momento está hablando de porcentajes o salarios.
Es
más, en el texto bíblico donde Jesús dice que “el obrero es digno de su salario”,
también especifica en qué consiste ese salario, veamos:
“Y posad en aquella misma casa, comiendo y
bebiendo lo que os den;
porque el obrero es digno de su salario. No os
paséis de casa en casa.
En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban,
comed lo que os pongan delante…”
-Lucas 10:7, 8-
En otras palabras, el
salario de un ministro evangélico dedicado consiste en LO QUE LE QUIERAN DAR,
mas no en cifras o porcentajes específicos.
Debemos entender que los líderes cristianos no son levitas, y
por lo tanto la ley del diezmo no les aplica desde ningún punto vista, ni
siquiera si deseáramos cumplirla voluntariamente, por el simple hecho, repito, de que no son de la tribu de Leví ni están
ejerciendo un ministerio sacerdotal de mediación. No olvidemos que ese tipo
de ministerio desapareció, y ahora es Jesucristo nuestro único y suficiente
mediador. El único sacerdocio vigente en la Gracia es
el de Melquisedec, del
cual Jesucristo es el único y eterno sacerdote (estudie por favor todo el capítulo 7 de la Carta a los Hebreos). Y en ninguna parte
de las Escrituras dice que este sacerdote haya autorizado a los líderes de su iglesia para que reciban diezmos.
Sería un completo absurdo pensar que los pastores y líderes de las organizaciones cristianas son una especie de pequeños "Melquisedecs" o subalternos suyos, superiores al resto de los creyentes, que por tener esa "elevada" posición merecen recibir lo que le corresponde al propio Melquisedec (Cristo). Eso sería el colmo del arribismo y la insolencia. Sería querer apropiarse de manera atrevida y profana de una porción sagrada que es exclusiva de Dios, quien sólo abrió su boca una vez para autorizar a los levitas como receptores de los diezmos, pero nunca más volvió a decir nada respecto a quién había que dárselos una vez terminara el sacerdocio levítico. Usted nunca encontrará en la Biblia ni una sola mención o insinuación en la que Dios haya dicho que se les debe hacer entrega de diezmos a los líderes de congregación y dirigentes de alto rango de la Iglesia.
Más bien, lo que nos indica Hebreos 7: 9, 10, es que cuando Abraham entregó a Melquisedec los diezmos del cuantioso botín de guerra tomado a los invasores elamitas, entregó, de una vez y para siempre, los diezmos de Leví, descendiente suyo (que por supuesto no había nacido todavía). Y esto nos da pie para concluir que, si en algún momento a la iglesia le correspondía diezmar, pues entonces también ya lo hizo en el patriarca Abraham, dado que los creyentes también somos descendientes de él por la fe (Gálatas 3: 29). Y siendo así las cosas, no queda entonces otra alternativa que llamar ESTAFADORES a los que, sabiendo todo esto, siguen enseñando que el diezmo es para los pastores y líderes de las organizaciones cristianas, pues se están apropiando de manera impúdica de lo que no les pertenece, y le están reclamando a un pueblo ingenuo lo que no les fue ordenado pedir... ¿Quién es el verdadero ladrón entonces?, ¿el cristiano que no diezma o el pastor que pide diezmos? Saque usted sus propias conclusiones...
Por tanto - reitero - lo que Pablo
quiso resaltar en el pasaje de 1ª Corintios 9: 7 – 14, es que los ministros dedicados tienen el derecho a obtener una remuneración económica por su labor evangelística, e ilustra esta idea por medio de seis ejemplos que no son más que
eso: ejemplos, analogías, comparaciones, nada que debamos tomar literalmente o
que implique tal o cual cantidad. Por eso pone varios ejemplos y no uno sólo.
Entonces, si bien es
cierto que a los ministros dedicados se les debe proveer para sus necesidades,
y es totalmente justo que se les asigne un salario por su importante labor pastoral,
eso no significa que se les tenga que dar una cuota específica del 10% de
todo lo que uno se gane, pues ese régimen fue impuesto SÓLO BAJO LA LEY, y no en este tiempo de la Gracia ni para el
pueblo cristiano. Es necesario comprender que fue bajo la Ley de Moisés que el diezmo fue institucionalizado como obligación religiosa y civil, y que dicha
Ley iba dirigida únicamente a los israelitas bajo el pacto del Sinaí (no a nosotros los gentiles), de
modo que bajo ningún concepto estamos obligados a cumplirla.
Ni siquiera a los gentiles convertidos al Cristianismo, que
pasamos a ser parte del Israel de Dios y ahora somos judíos espirituales, se nos aplica esa Ley, por el simple hecho de que Cristo ya nos
redimió de ella y por lo tanto “ya no hay
judío ni griego, no hay varón ni mujer…” (Colosenses 3:10, 11 – Gálatas
3:28). Es decir, la Gracia de Dios en Cristo y el trabajo que hace su
Espíritu en nuestras vidas, nos está haciendo pasar a un nivel superior en el
que ya dejamos de ser simples humanos para transformarnos, poco a poco, en seres
de naturaleza divina que ya no pueden pecar, ni necesitan la Ley, ni tienen las
limitaciones de la naturaleza humana imperfecta.
En otras palabras: como hijos
de Dios redimidos del poder del pecado, nos estamos convirtiendo en aquello que
la Ley buscaba que fuéramos (seres perfectos y sin pecado), no por seguir sus
rituales y ceremonias, sino por el trabajo que hace el Espíritu de Dios en
nuestras vidas. Por consiguiente, si ya estamos entrando donde la Ley quería que estuviéramos,
gracias al poder de Dios y no a nuestras propias acciones, entonces no hay razón para seguir
realizando las ceremonias y prácticas ritualistas que prescribe esa Ley. Si ya
estamos alcanzando el objetivo (la perfección) a través de un medio distinto (la
Gracia) al que inicialmente se consideró el adecuado (la Ley), entonces este medio inicial
ya deja de ser necesario. Es más: en el fondo, la Ley
nunca fue un medio para salvar al hombre sino sólo para mostrarle sus defectos y
hacerle consciente de su más terrible enfermedad, que es el pecado. El verdadero medio de salvación estaba reservado y tenía nombre propio: Jesús el Cristo.
Por otra parte, es
necesario enfatizar en que el propósito específico del diezmo era sostener a los
sacerdotes y levitas, y ayudar a los necesitados, lo que nos dice que tenía un
objetivo humanitario… ¿Será
que ése es el que le dan hoy en día los líderes glotones y metalizados pro-diezmo?
En resumidas cuentas,
el pueblo cristiano debe entender que NO SE ENCUENTRA BAJO LA LEY, pues la Biblia dice claramente:
“Los apóstoles y los ancianos y los hermanos,
a los hermanos de entre los gentiles
que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia,
salud.
Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de
nosotros,
a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras,
perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros
y guardar la ley, (…)
ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros,
no imponeros ninguna carga más que estas cosas
necesarias:
que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de
sangre,
de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si
os guardareis,
bien haréis. Pasadlo bien”.
- Hechos 15: 23 – 29 -
“¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la
ley),
que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?
Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras
éste vive;
pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido.
(…)
Así también vosotros, hermanos míos,
habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo,
para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos,
a fin de que llevemos fruto para Dios (…)
ahora estamos libres de la ley,
por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos,
de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu
y no bajo el régimen viejo de la letra”.
- Romanos 7: 1 – 6 -
“(…) Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la
ley,
encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.
De manera que la ley ha sido nuestro ayo,
para llevarnos a Cristo,
a fin de que fuésemos justificados por la fe.
Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo,
pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (..)”
- Gálatas 3: 23 – 26 -
“(…) Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,
para que redimiese a los que estaban
bajo la ley,
a fin de que recibiésemos la adopción
de hijos.
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones
el Espíritu de su Hijo, el cual clama:
¡Abba, Padre!”
- Gálatas 4: 4 – 6 -
Por lo tanto, si no
estoy bajo la Ley de Moisés, no tengo por qué continuar ejecutando los rituales
que ella ordenaba, ni observando reglas que fueron institucionalizadas mientras
ella estuvo vigente. Pues como dice Pablo en la carta a los Gálatas, eso sería
negar que Cristo ya cumplió esa Ley por mí y que su muerte en la cruz del
Calvario fue totalmente eficaz. Continuar con las prescripciones de la Ley en
este tiempo de la Gracia equivale a querer salvarse por méritos propios, insinuando
con ello que lo que Cristo hizo no fue suficiente:
están bajo maldición, pues escrito está:
´Maldito todo aquel que
no permaneciere
en todas las cosas
escritas en el libro de la ley, para hacerlas´.
Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente,
porque: ´El justo por la fe vivirá´; y la ley no es de fe, sino
que dice:
´El que hiciere estas cosas vivirá por ellas´.
Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición
(porque está escrito: ´Maldito todo el que es colgado en un madero´)”.
- Gálatas 3: 10 – 13 -
Y esto no quiere decir
que la Ley sea mala, o que diezmar en estos tiempos sea malo, sino que es algo INEFICAZ para la salvación del alma. Seguir los rituales de Ley Mosaica con el objetivo
de hacer méritos para salvarme, o con el temor implícito de que si no los hago
estoy pecando, significa que no estoy creyendo en la salvación que Cristo ya
efectuó por mis pecados. Es así de simple. Así que si usted, estimado(a)
lector(a), practica el diezmo por temor a caer en la ruina o a que su alma se
pierda, o porque siente que le está “robando a Dios”, entonces su fe es
totalmente vana, y como dijo Pablo, ha caído de la Gracia. Está usted rechazando
la salvación gratuita y plenamente eficaz de Cristo, por tratar de salvarse con
sus propios méritos:
“Concluimos, pues,
que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios
solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente,
también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los
de la circuncisión (cristianos judíos), y por medio de la fe a los de la
incircuncisión (cristianos gentiles)”.
- Romanos
3: 28 – 30 -
“Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
- Efesios 2: 8, 9 -
“He aquí, yo Pablo os
digo que si os circuncidáis,
de nada os aprovechará Cristo (…)”
- Gálatas 5: 1, 2 -
Si este es su caso, le
aconsejo entonces que no sólo siga diezmando, sino que también se haga
circuncidar, siga celebrando la
Pesach (Pascua), el
Sukkot (Fiesta de los Tabernáculos), el
Rosh-Ha-Shaná y el
Yom-Kippur; siga guardando el
Shabbat (Sábado) como día de reposo; siga sacrificando ovejas y cabras, practicando las
abluciones con agua limpia, entre otro centenar de prácticas, ya que esas
también son prescripciones que exige la Ley y no son menos importantes que el
diezmo. Es decir, si usted quiere esforzarse por seguir una ordenanza de la Ley
como lo es el diezmo, esfuércese de igual manera por cumplir las demás. No trate
de pasarse de listo con Dios haciendo lo que le conviene o le parece, ignorando lo demás,
pues como dijo San Pablo:
“(…) Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida,
que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis,
los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído”.
-Gálatas 5: 3, 4 -
O en otras palabras: si
usted sigue aplicando la Ley en unas cosas, tiene que seguir aplicándola en todas
las demás. De lo contrario, será un transgresor intencional de la Ley y estará realmente condenado.
“Porque todos los que dependen de las obras de la ley
están bajo maldición, pues escrito está:
´Maldito todo aquel que no permaneciere
en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas´.
- Gálatas 3: 10 -
Ahora bien, si usted es
de aquellos que diezman para que Dios les multiplique la riqueza y les prospere en
todo lo material, entonces, con todo el respeto que usted se merece, tengo que
decirle que tiene un corazón codicioso, y de espiritual tiene muy poco. Le
aconsejo que deje la hipocresía y no siga dándose aires de espiritual, porque
no lo es. Está en una posición semejante a si se alejara de su comunidad
cristiana y se dedicara de una vez a llevar una vida desordenada y materialista
de derroche, lujo y placeres, pues eso es lo que en el fondo usted desea. La
mentalidad de los israelitas que diezmaban era la de agradecer a Dios por todas
sus bendiciones y la de ayudar a quien lo necesitaba, fuera levita, huérfano,
viuda, mendigo, extranjero, mas no era la de esperar multiplicación de bienes.
De modo que si esa no es la mentalidad que usted tiene al diezmar, entonces
actúa igual o peor que los líderes avarientos y zánganos de nuestros días.
En suma: no se trata de
pisotear adrede la Ley, o de decir que es mala, o de lanzarse a pecar
descontroladamente porque "Cristo ya me salvó". Se trata es de entender que de
nada servirá guardarla, porque Jesucristo demostró que es imposible que un ser
humano pueda cumplirla completamente. Así que, si no soy capaz de sujetarme a ella y guardarla en su totalidad, ¿para qué sigo esforzándome por practicar sus rituales con el fin de
salvarme? Porque ese era el objetivo de observar todos los rituales de la Ley:
obtener un nivel tal de purificación que me hiciese apto para la salvación. Por
tanto, lo que ahora debe preocuparme como cristiano es que Dios haga una obra
de regeneración en mi vida. Y por mi parte, la mejor obra que puedo realizar como hijo de Dios es disponer mi vida y dejarme trabajar por el
Espíritu de Dios, para que Él quite lo que no sirve, y ponga lo que sirve;
para que me cambie la mentalidad y, con ella, la forma de vida. Como dijo San
Pablo en Gálatas 6: 15:
“Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada
ni la incircuncisión, sino una nueva creación…”
O sea: si usted ya está
en Cristo, de nada le sirve guardar la Ley, pues al fin y al cabo
nunca va a ser capaz de cumplirla como debe ser, y lo que realmente Dios quiere y lo que usted de
verdad necesita es ser creado de nuevo,
ser transformado, y obtener una nueva naturaleza que ya no peque, y hacia la
cual nos estamos dirigiendo los hijos de Dios que hemos creído y aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador: la naturaleza divina.
EL
VERDADERO PLAN FINANCIERO DE DIOS
Ahora bien, la
importancia de diezmar iba mucho más allá de simplemente dar sostenimiento económico a un linaje de ministros ordenados como lo era la tribu de Leví,
pues si consideramos aquel otro tipo de diezmo que se mencionó párrafos atrás, el
cual estaba dedicado a los necesitados y extranjeros del pueblo, podremos
darnos cuenta de que esta práctica tenía también como objetivo contribuir a que
hubiera un equilibrio de bienes al
interior de una sociedad desigual, donde unos tenían más que otros.
Si analizamos con
detenimiento todas las ordenanzas de la Ley Mosaica referentes a la economía
(el diezmo, el rebusco de las cosechas, el año de reposo de la tierra, los
jubileos, el derecho a la herencia intransferible del patrimonio familiar, el
reparto proporcional de las tierras, el préstamo sin intereses, entre otras),
nos daremos cuenta que el objetivo de Dios siempre ha sido que los bienes
materiales sean repartidos de manera equitativa entre todos, y no que unos
tengan más que otros. En otras palabras, Dios nunca pretendió que hubiese
pobres entre el pueblo, pero sabía perfectamente que por la misma mentalidad egoísta, irresponsable y avariciosa del ser humano, sería inevitable que unos acapararan más
que otros, perpetuando así la existencia de ricos y pobres, los
que tienen mucho y los que no tienen nada, mas no porque ese fuera Su
propósito.
Hablando en términos socio-económicos, podríamos decir que Dios
no tiene tendencias capitalistas, sino más bien comunistas. Y que quede muy claro que no me estoy
refiriendo a la malvada doctrina Comunista de Carlos Marx, Friedrich Engels, Vladimir Lenin, Mao-Tsé, Iósif Stalin, entre otros monstruos de la humanidad, sino a aquel verdadero Comunismo donde todos tienen acceso a los mismos bienes y servicios en igualdad de
condiciones, gracias a un consenso
voluntario que nace del amor a Dios y al prójimo, de la solidaridad y el
deseo de contribuir al crecimiento del otro, y no a la imposición tiránica de
una autoridad centralizada que se autoproclama tutora de una colectividad, sólo
por el ansia de controlarla y de obligarla a producir para ella, como hacían
aquellos miserables líderes comunistas del siglo pasado, que masacraron a
tantas personas en nombre de una ideología podrida y satánica que se quería
disfrazar de humanitaria y que fue urdida en las propias entrañas del Capitalismo explotador. Ese no es el Comunismo que Dios propone en las
Escrituras. La verdadera doctrina Comunista es la que se puede deducir de las leyes económicas expuestas en la Ley de Moisés y la que existía entre los
primeros cristianos, la cual vemos reflejada en Hechos 2: 44, 45:
“Todos los que habían creído estaban juntos,
y tenían en común todas las cosas;
y vendían sus propiedades y sus bienes,
y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno”.
O más detalladamente en
Hechos 4:32 – 35:
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un
alma;
y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía,
sino que tenían todas las cosas en común.
Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección
del Señor Jesús,
y abundante gracia era sobre todos ellos.
Así que no había entre ellos ningún necesitado;
porque todos los que poseían heredades o casas,
las vendían, y traían el precio de lo vendido,
y lo ponían a los pies de los apóstoles;
y se repartía a cada uno según su necesidad”.
|
La comunión de bienes en la Iglesia primitiva: modelo perfecto de equidad y bienestar social |
He ahí el verdadero
Comunismo, el sistema económico y financiero que Dios siempre ha tratado de
implementar entre su pueblo, basado en la compasión, la solidaridad y la
equidad. Dicen los historiadores que en la Iglesia de los primeros siglos
existía un modelo económico basado en el concepto de la “Comunión de bienes” o “Tesoro
Común de la Iglesia”, que era una especie de banco o tesorería que tenían
las congregaciones, constituida por todos los dineros que voluntariamente
ofrendaban los creyentes, y del cual se repartía a cada miembro según fuera su
necesidad, de modo que no había pobres en la Iglesia. Veamos lo que dice el investigador
Paulo María Tonucci en el libro “La
historia del Cristianismo Primitivo”, página 61:
“Para los cristianos [primitivos], ser hermano significaba vivir en
comunión de bienes. La comunidad cristiana se presentaba como una familia
que disponía de un patrimonio familiar común. Las contribuciones
sociales de los fieles eran como préstamos o depósitos en el banco de la
caridad.
Los depósitos eran gastados para el sustento y enterramiento de los
pobres, para niños y niñas que no tenían dinero y perdieron a sus padres, para
los esclavos envejecidos, para náufragos y para aquellos que sufrían trabajos
forzados en las montañas, en las islas o en las prisiones.
Para los primeros cristianos ayudar a los pobres no era actividad
pasajera, sino
que hacía parte del propio ser y vivir de la lglesia. En la lglesia primitiva las ofrendas depositadas ante el altar constituían
la comunidad; eran la base del sostenimiento de la lglesia. En la comunidad,
todos se sentían responsables: los misioneros no andaban sueltos. Eran enviados
y se sentían asumidos por la comunidad. Existía el principio de participación;
una comunidad más rica, ayudaba a la comunidad más pobre.
Con el tiempo, las comunidades se volvieron verdaderas potencias financieras:
En el año 250, la comunidad de Roma sustentaba regularmente a un obispo, 46
presbíteros, 7 diáconos, 42 acólitos, 52 exorcistas, lectores, hostiarios y 1500
viudas y necesitados. La lglesia se volvió una potencia financiera al
servicio de los pobres a tal punto que suscitó no sólo la admiración sino
también la envidia y la codicia de las autoridades y funcionarios del imperio
romano. Colaboró, desde ese punto, para volverse una fuerza transformadora
de la sociedad”
De ese mismo fondo
comunitario, como bien lo dice el señor Tonucci, se sacaba para los misioneros,
evangelistas, pastores, maestros, etc. En suma: lo que todos ofrendaban a todos beneficiaba, como debe ser… ¿Será
que la Iglesia de nuestros días no tiene la capacidad económica de hacer lo
mismo? Personalmente soy un convencido de que sí la tiene. Las exageradas sumas
de dinero que les entra a las iglesias son más que suficientes para suplir
todos sus gastos y ayudar a los necesitados que hay entre sus filas. Y esta
afirmación la hago basado en hechos reales y datos numéricos de personas que se han movido en ese ámbito de la economía eclesiástica, quienes también manifiestan su decepción e indignación al ver el despilfarro, la
avaricia e incluso la corrupción tan abominable que se ve en las altas esferas
directivas, algunos de cuyos miembros actúan como verdaderos ladrones, a
quienes creo que les vendría muy bien una buena reprensión de lo alto por
profanar el dinero sagrado que ofrendamos los creyentes, quienes obtenemos
nuestros modestos ingresos trabajando de sol a sol y rompiéndonos la espalda,
como para que vengan unos cuantos rufianes a malbaratar lo que con tanto esfuerzo nos ganamos y a burlarse
de nuestra fe.
Lamentablemente, no
sólo la existencia de estas anomalías en los órganos administrativos de las
iglesias es una realidad, sino que, en términos generales, se puede verificar a
lo largo de la historia el empeño de muchos líderes cristianos por fomentar una
mentalidad capitalista entre sus rebaños, quienes por cierto han aprendido muy bien
la lección desarrollando un pensamiento de claras inclinaciones monetarias y
mercantiles, pues es innegable que entre los cristianos de todos los tiempos (pero sobre todo desde la supremacía Papal y la época de la Reforma Protestante) siempre se ha verificado un marcado interés por el dinero y por involucrarse mucho en
lo que tenga que ver con el movimiento de capital. Es raro ver a un cristiano,
de la denominación que sea, que no tenga esa mentalidad de querer hacer dinero, utilizando incluso los dones y talentos que Dios le dio para Su servicio. Piense nada más en la gran constelación de músicos y cantantes que hay en todas las iglesias cristianas, y verá que no pierden oportunidad para andar promocionando y vendiendo de manera intensiva sus producciones musicales, poniéndole precio a lo que recibieron de gracia, y haciendo de su talento sagrado un medio para lucrarse. Son personas que llegan al punto de que no van a predicar o a cantar a una congregación si no hay un buen pago de por medio. Porque una cosa es usar un talento con ánimo de lucro ante el mundo secular que está dispuesto a pagar por un servicio. Muchos cantantes cristianos lo hacen y están en todo su derecho. Pero otra cosa es tener ese mismo ánimo de lucro dentro de la propia iglesia, a la cual se supone que se debe servir "por gracia". Ciertamente hay una gran diferencia entre ser un artista y ser un siervo de Dios, y lamentablemente muchos no saben cuándo, cómo y dónde establecer esa diferencia, ya que están cegados por el amor al dinero.
Piense también en el formidable imperio financiero que es en realidad el Vaticano; en las cuantiosas riquezas que poseen los Patriarcados
ortodoxos de Europa Oriental, los Telepredicadores gringos, centroamericanos
y suramericanos, que están forrados en dinero y son dueños de famosas
mega-iglesias, canales televisivos y emisoras radiales donde hablan más del
dios Mammón que del Dios de la Biblia; en el exorbitante patrimonio de los pastores y representantes legales de
las miles de organizaciones evangélicas de todos los perfiles (unicitarias,
binitarias, trinitarias) para que nos hagamos una idea de lo fuerte que es esa inclinación a la
codicia y la avaricia que se percibe entre los cristianos…
Congresos, convenciones y seminarios, asambleas de pastores,
fiestas patronales, conciertos musicales, confraternidades, encuentros juveniles y cualquier otra cantidad de eventos
masivos, son preparados continuamente por las iglesias cristianas con el fin
implícito de recaudar dinero para esto o aquello, justificando siempre esas
actividades bajo algún lema o consigna bíblica impactante, y afirmando a boca
llena que el Señor fue quien puso en el corazón de los organizadores el
“sentir” de llevar a cabo esos programas masivos. O sea, dicen que todos esos
eventos son planeados con propósitos espirituales, pero cuando uno asiste a
ellos encuentra que la realidad es otra muy distinta: por todos lados se ven
stands, toldos, kioscos y vitrinas… Aquel ofrece libros, folletos, pocillos,
esquelas y llaveros con versículos; aquel otro vocifera vendiendo empanadas,
pizzas o perros calientes; el de más allá vende CD´s de música cristiana, predicaciones,
películas y camisetas con logotipos alusivos a Jesús; aquella parlotea
vendiendo faldas, blusas, camisas y pantalones que estén a tono con el fashion evangélico; este otro pide
colaboración para una fundación cristiana de las muchas que existen y que en
muchos casos han resultado ser verdaderos fiascos de frutos bastante cuestionables;
el de al lado ofrece inscripciones a cursos de teología y, en definitiva, vemos
que aquel escenario se parece más a un mercado persa que a un evento espiritual
donde se va a buscar la presencia de Dios…
Asimismo, es realmente asombroso
ver en nuestras propias congregaciones locales lo ambiciosos y acaparadores que
son muchos de nuestros hermanos en la fe, a quienes no les basta con la
bendición económica que Dios les provee para llevar una vida de piedad y
contentamiento, como sugería San Pablo en 1ª Timoteo 6: 6-10, ni con
llevar una vida sencilla y moderada como la que llevó Jesús, sino que se descalabran
por conseguir más y más dinero, lujos y pompas, justificando su codicia con
argumentos trillados que disimulen su carnalidad como ese de que “somos hijos del Rey, y los hijos del Rey debemos vivir en la
prosperidad”…¡Qué insensatez y qué cinismo, usando la Palabra de verdad
para camuflar la mentalidad materialista y carnal que en realidad poseen! Mejor fuera que se
mostraran de una vez como son, mundanos y sensuales, amadores de los deleites y
de los placeres, en lugar de estar mostrándose como personas muy espirituales
de cara lavada y Biblia en mano…
Sí, hablo directamente
a esos cristianos que hacen de la Casa de Dios y de su vida cristiana un Sanalejo
o un bazar de árabes. A los que no pierden oportunidad para hacer comercio con
el Santo Nombre de Jesús usándolo como si fuera un objeto de lucro, y con el Evangelio
como si fuera una actividad mercantil:
*A esos cantantes egocéntricos, sobreactuados y altivos que se
creen salidos del séptimo coro celestial y que ejercen su ministerio musical buscando
fama, protagonismo y rentabilidad económica, preguntando siempre cuánto les van a pagar por ir a cantar a tal iglesia, o estableciendo tarifas como condición para ministrar su talento al pueblo de Dios (talento que, se supone, debe estar al servicio de Dios y del prójimo), o calculando las regalías que les dejarán sus producciones musicales, entre otros comportamientos cuestionables que manifiestan un evidente ánimo de lucro.
*A esos predicadores con aires de grandes teólogos, que van a predicar a las iglesias pensando en el impacto que van a causar entre
los asistentes y en la remuneración económica que les van a dar luego por su “ardua labor" y por “esforzar tanto su voz desde el púlpito" (he oído a muchos que, antes de predicar, tienen que hacer este tipo de cuñas quejumbrosas, como para que los demás los compadezcan y vean "cómo se desgastan para el Señor"... ¡Pobrecitos! ¡Cómo ponen sus costosas cuerditas vocales al servicio del Evangelio!).
*A ciertos personajes medio cristianos y medio mundanos que jamás se
tomaron en serio el Evangelio, y que sólo se les ve en las congregaciones o en
los eventos masivos promocionando productos para la población cristiana, viendo
a la grey del Señor como un rentable sector mercantil.
*A esos creyentes politiqueros que comprometen su dignidad y ética
cristiana andando de la mano con los poderes seculares y haciendo de las
congregaciones un club social para promover campañas políticas y prometer
puentes donde no hay quebradas, con tal de ganar un lucrativo puesto
gubernamental.
*A esos que en nombre de Dios practican la usura y se involucran en negocios de dudosa reputación con tal de aumentar sus
ingresos, siempre justificando su amor al dinero con la excusa de que somos
herederos de las bendiciones del padre Abraham por causa de la fe…
*A esos hermanos ultraconservadores que, por un lado, predican contra la vanidad, la
mundanalidad y la plasticidad, pero por otro lado venden productos y
servicios para satisfacer precisamente esas tendencias carnales, con el único fin
de aumentar sus ingresos, sin percatarse de que entran en una lamentable
contradicción que desvirtúa el Evangelio que predican: Hablan en contra del maquillaje, pero venden cosméticos por
catálogo; hablan en contra de los escotes y la ropa indecente, pero tienen
almacenes donde se vende ropa de este tipo; hablan en contra del amor al dinero, pero movidos por ese mismo amor se inscriben en los cuestionables negocios piramidales o de grupos
de trabajo en red para promover productos que están siendo investigados por organismos
internacionales debido a las sospechas sobre posibles impactos negativos en la
salud humana. Estos son de ese tipo de cristianos
hipócritas que hablan contra los medios de comunicación y la perversidad que
hay en la televisión, pero no se pierden las telenovelas ni los realities;
predican en contra de la Navidad y todo su paganismo pero luego se les ve muy
animados paseando por los Alumbrados del río Medellín, la Avenida La Playa y
los parques de varios municipios, algunos de ellos incluso explotando pólvora,
usando gorritos navideños y festejando la “nochebuena”, entrando de este modo
en una vergonzosa contradicción entre lo que dicen y lo que hacen…
Dios sí nos quiere
bendecir, pero esa bendición va mucho más allá de simplemente multiplicar nuestros bienes materiales. El objetivo primordial de Dios es que el hombre cambie
su mentalidad y sea salvo; que seamos transformados y renovados internamente,
para poder tener acceso a Su magnífico Reino. Desde la perspectiva divina, lo
material siempre ha sido y será una añadidura, algo que viene por demás, pero que NO ES LA PRIORIDAD ni el objetivo primordial, como sí parece serlo para un
amplio porcentaje de la población cristiana, que siempre está sacando pretextos
para promover esa mentalidad materialista y financiera.
Es que el asunto es tan
delicado, que hasta el inconsciente colectivo de la sociedad parece relacionar a las Iglesias y a los líderes cristianos con la palabra dinero. Haga el ensayo,
usted que me lee, y verá que la gente del común suele asociar los términos “cura”
o “pastor” con los billetes y la codicia, y normalmente los perciben como
líderes adinerados. Exagerado o no, lo cierto es que ese prejuicio existe en la
sociedad y ciertamente tiene su razón de ser, pues aparte de que se observa entre
el pueblo cristiano ese marcado afán por aumentar las riquezas, usted siempre
escuchará a los líderes de las iglesias pidiendo dinero para una y
otra cosa: construcción o mantenimiento de templos, compra de terrenos, viáticos para los pastores, ayuda para los misioneros, compra de instrumentos musicales, compra
de silletería, auxilio económico para los necesitados, para la Escuela Dominical, para las incontables
fundaciones de diversos fines, entre un largo y tedioso etcétera, siempre basado
en el pedir, lo que ha hecho que,
lamentablemente, muchos enemigos del Cristianismo tachen de “limosnera” a esta
preciosa religión que en ningún modo tolera ni promueve el ocio y las ganancias
facilistas, como lo podemos ver reflejado en las siguientes palabras de San
Pablo:
“Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado.
Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí
y a los que están conmigo, estas manos me han servido.
En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los
necesitados,
y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo:
Más bienaventurado es dar que recibir”.
– Hechos 20: 33 – 35 –
“El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje,
haciendo con sus manos lo que es bueno,
para que tenga qué compartir con el que padece necesidad”.
– Efesios 4:28 -
“Porque también cuando estábamos con vosotros,
os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar,
tampoco coma”.
– 2ª Tesalonicenses 3:10 -
Ahora bien, el
argumento que los líderes siempre nos dan a los creyentes para justificar ese
proceder pedigüeño, es que nunca hay fondos "suficientes”, ya que las iglesias no reciben apoyo económico del gobierno ni del sector privado, por lo cual deben buscar formas de costear sus necesidades… Y, bueno, en estricta lógica eso es verdad. A las iglesias
les toca financiarse a sí mismas, y eso en sí no es ningún problema. Es
evidente que entre las comunidades cristianas surgen una gran cantidad de
gastos que se deben sufragar, pues no estamos hablando de ángeles con cuerpos
gloriosos e interdimensionales, sino de seres humanos de carne y hueso que todavía interactúan con este mundo material.
Sin ir muy lejos, el
mero acto de congregarse en algún sitio genera ya un costo: hay que pagar el arriendo
o el impuesto predial del templo donde se celebran las reuniones, los servicios públicos, el
mantenimiento de las instalaciones, la silletería, los instrumentos musicales y
equipos de audio, la manutención del líder que de corazón sincero ha dedicado
todo su tiempo a brindar ayuda espiritual a su rebaño, entre otros. Y el
hecho de que entre todos los miembros de la Iglesia se hagan colectas para
sufragar dichos gastos es en realidad un acto muy loable que ayuda a promover una
mentalidad generosa, dadivosa y solidaria que debe caracterizar a toda comunidad
que diga basarse en vínculos fraternos. Es totalmente justo y necesario hacer
colectas por causas benéficas, y pedir ayuda monetaria a los miembros de una
colectividad con objetivos altruistas que no recibe ayuda externa. El problema no está en pedir; el problema
está en la forma de hacerlo, en lo que se puede convertir esta actitud
pedigüeña y en el modo en que se distribuye lo recaudado.
Todo empieza cuando el
método para pedir está basado en la amenaza y la coacción (“si no das el diezmo atraes maldición”; “si no diezmas eres un ladrón”; “si no diezmas caerás en la
ruina”; entre otras absurdas amenazas), pues en lugar de promover la
generosidad, lo que se logra es infundir temor en la gente y llevarla a ser
hipócrita, pues traerá sus ofrendas más por miedo que por generosidad o agradecimiento a
Dios.
Si por el contrario, el
método utilizado es la lisonja, y se enseña melosamente que todo lo que demos
en ofrenda automáticamente se nos va a multiplicar, de igual forma se estará
induciendo a las personas a ser hipócritas, pues harán sus aportes no porque
sean muy generosas y dadivosas, sino por el vivo interés de que Dios les devuelva aumentado lo que ofrendaron.
La situación se agrava
cuando ese hábito de pedir se convierte en una manía y en una regla de vida para
muchos, que ya no desean obtener el sustento de una manera activa y laboriosa,
trabajando con tesón y hombría, como nos toca a la mayoría de los mortales,
sino de una manera pasiva y facilista, pues todo lo quieren regalado y, peor
aún, creen que los demás están en la obligación de mantenerlos. Empiezan a ver
el Evangelio ya no como una actividad de carácter espiritual, altruista y sin
ánimo de lucro, que busca llevar la mente y el corazón de los hombres hacia
Dios, sino como una rentable profesión de carácter secular (similar a una carrera técnica o
tecnológica) y como un medio fácil de ganarse la vida.
De hecho, es bien
sabido que muchos jóvenes de las iglesias cristianas desean ser pastores de congregación
sólo por tener un oficio que les reporte buenos ingresos y que a la vez sea de fácil
desempeño, pues según el pensamiento de estos holgazanes, la labor pastoral es
muy "sencilla" y sólo se reduce a hacer melodramas en cada culto, preparar
sermones emotivos para las predicaciones, delegar las actividades eclesiásticas
en los líderes de los diferentes comités y hacer unas cuantas visitas a la
semana. Del mismo modo, si usted se detiene a analizar cuidadosamente el
comportamiento de su pastor, cura o como se le llame al líder de su iglesia,
muy seguramente notará que, en efecto, muestra este tipo de actitudes y
resabios pedigüeños que lo llevan incluso a creerse con el derecho de exigirle
indirectamente a usted, y a los demás miembros de la iglesia, que lo mantengan
a él y a los suyos. Incluso hay pastores con un descaro tan grande, que a pesar de estar devengando un sueldo elevado (¡del orden de 7 a 12 millones de pesos mensuales!) le piden a la Iglesia que pague los viáticos de sus viajes ministeriales y el arriendo de la vivienda donde residen. Desde luego que no todos los ministros cristianos son así,
pero desafortunadamente sí es algo bastante común.
Y finalmente, el
problema llega a su clímax cuando no se hace un buen uso o una repartición
justa de los bienes recaudados, y cuando los buenos objetivos que se tenían en
un principio empiezan a desvirtuarse. Cuando las causas altruistas se abandonan
o se ponen en segundo lugar para darle prioridad a causas más egoístas. Cuando
en vez de ayudar a los necesitados de la Iglesia y repartirles “según su
necesidad” (Hechos 4:35), se les da una porción miserable que no es proporcional con todo lo
que se logró recaudar, mientras el pastor, apóstol o cura se lleva la mayor
tajada, enriqueciéndose de manera vertiginosa a costa de las penurias de otros, y del sudor de quienes nos toca trabajar duro y encallecernos las manos, e
invirtiendo y gastando cantidades astronómicas en otras actividades de orden
menor que vaya Dios a saber a quiénes benefician realmente.
Siempre me he
preguntado, por ejemplo, por qué las iglesias cristianas se
esmeran tanto e invierten tantísimo dinero en construir templos grandes y
lujosos, si supuestamente el Señor Jesús está a punto de venir a recoger su
Iglesia, y si supuestamente la Casa de Dios en estos tiempos ya no son los
templos físicos sino nuestro propio cuerpo en particular y la comunidad de
creyentes en su conjunto, como dice en los siguientes pasajes:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios,
y que no sois vuestros?”
– 1ª Corintios 6:19 –
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros?
Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él;
porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.
– 1ª Corintios 3: 16,
17 –
En efecto, la historia del Cristianismo nos muestra que lo que menos les importaba a los primeros cristianos era el lugar para reunirse. Usted mismo puede leer en las cartas de San Pablo que ellos se reunían en las casas de los creyentes, e incluso existen documentos en los cuales se nos cuenta que se reunían en bodegas, en cuevas y en bosques apartados... Así que, yo personalmente no entiendo entonces por
qué ese marcado afán de las iglesias modernas por comprar terrenos y edificar lujosas capillas, acaparando más y
más propiedades y bienes inmuebles, dejando de invertir en otros proyectos que serían mucho más útiles y benéficos para el pueblo cristiano en su conjunto (que es la verdadera
Casa de Dios en estos tiempos), como por ejemplo:
*Un fondo monetario eclesiástico, similar al que tenía la Iglesia primitiva, por medio del cual se pueda brindar auxilio económico a los hermanos necesitados, ya sea dándoles directamente lo que necesiten o a través de mecanismos como el préstamo sin intereses, subsidios o bonos, según las posibilidades que existan en función de los ingresos que tengan las congregaciones, y haciendo un estudio previo de la necesidades reales que existan entre el pueblo de Dios (porque sin duda las iglesias se llenarían inmediatamente de un ejército de avivatos y estafadores que se harían pasar por pobres).
*Un proyecto masivo de vivienda dirigido a los hermanos más
necesitados que no cuentan con respaldo económico de nadie y que no pueden
valerse por sí mismos.
*Creación de casas de beneficencia o albergues, sin ánimo de lucro, donde se reciba y se brinde atención humanitaria a ancianos enfermos y desamparados, enfermos terminales, entre otros.
*La generación de empleo para los hermanos que tienen altos grados
de analfabetismo, discapacidades físicas o algún otro factor que los mantiene excluidos
del cruel, frío e inhumano mercado laboral, al que nada le importa si eres
un hijo o hija de Dios que cree en Jesús.
*Programas o comités verdaderamente altruistas de atención humanitaria que utilicen los propios recursos e ingresos que percibe la iglesia para suplir las necesidades del pueblo de Dios en lo que respecta al tema de la salud, pues sobra decir que vivimos bajo sistemas de gobierno corruptos donde el irrespeto a la vida y a la dignidad humana se ve fielmente reflejado en la pésima atención que prestan los servicios médicos, que hacen de la salud humana un rentable negocio y que sólo brindan atención urgente cuando el paciente llega agonizante o con la cabeza en las manos.
*Un programa educativo que permita a los niños y
hermanos jóvenes de escasos recursos tanto el acceso a la educación básica, media y superior, como el auxilio económico para los útiles e implementos escolares.
*Mayor inversión en proyectos de educación cristiana especialmente diseñados para el ámbito académico y cultural, con el fin de hacer extensivo el precioso mensaje del Evangelio a ese campo, y por ende a la sociedad en general, generando impacto a través del arte y la ciencia, con los cuales es posible manifestar la gloria de Dios a un mundo escéptico y ateísta que ha perdido la esperanza y desdeña a Dios.
*Una nivelación salarial para todos los pastores, con el objetivo
de que no haya unos que ganen más que otros, y así se pueda ayudar mejor a los
ministros de zonas apartadas e inhóspitas, a quienes en muchas ocasiones les
toca conseguir un empleo secular para poder obtener el sustento, ya que no reciben
una ayuda económica suficiente por parte de las congregaciones que dirigen ni de
los directivos que los envían, quienes se dejan arrastrar por ese mismo
espíritu de avaricia y acaparamiento que caracteriza a los pastores de las
ciudades, que como buenos cínicos celebran cultos misioneros donde hablan de
las grandes penurias por las que atraviesan sus colegas enviados a zonas
apartadas, pero no son capaces de meterse ellos mismos la mano al dril y
promover políticas financieras que mejoren la situación de sus camaradas más
pobres.
Y así, podríamos
elaborar una larga lista de proyectos que se pueden llevar a cabo con el raudal
tan exagerado de dinero que les entra a las iglesias, proveniente de diezmos,
ofrendas, primicias, semillas, votos y demás formas de recolección, sumado a las millonadas que se ahorran gracias a las exenciones de impuestos que les otorga el Estado en virtud de su personería jurídica… ¿A dónde va a parar todo ese río monetario? Siempre me lo he preguntado, porque la verdad es que
no se refleja en hechos concretos y tangibles que beneficien lo suficiente a
todo el pueblo del Señor, sino a un sector exclusivo de él, concretamente a las élites directivas, quienes literalmente se enriquecen a costa de nuestro dinero. Permítame
preguntarle algo, a manera de ejemplo: ¿Si usted llegara a tener un apuro
económico y necesitara un préstamo urgente, podría acudir a los directivos de
su Iglesia con la plena seguridad de que ellos le van a prestar el dinero o
incluso a regalar parte de él? Estoy seguro que la respuesta más probable será
un “no”, pues muy seguramente le van a argumentar cualquier cantidad de cosas
para negarle ese préstamo o colaboración que usted tanto necesita. Lo que quiero decir con esto es que en las organizaciones cristianas no existen políticas financieras que beneficien realmente a todo el pueblo cristiano por igual, sino de manera exclusiva sólo a los directivos y líderes de alta jerarquía.
Además, no nos digamos
mentiras: los terrenos y edificaciones que consiguen las organizaciones cristianas en realidad no son propiedad de todo el pueblo de creyentes, como lo afirman los líderes, ¿o acaso usted y
todos los miembros de su congregación son los dueños efectivos del templo donde se congregan? ¿Tiene usted un documento
legal que lo acredite como dueño de la capilla donde se reúne con sus hermanos,
y que su líder asegura que es de todos? Desde luego que no. Ese y los
demás templos de su organización cristiana particular le pertenecen en realidad
es a unos pocos, que son los representantes legales de su denominación
cristiana, la cual seguramente debe figurar con una personería jurídica ante
el Gobierno Nacional… Es decir, ni usted ni ningún otro hermano de su
organización pueden decir realmente que sean los dueños del templo donde se
reúnen, pues ante los organismos civiles los verdaderos dueños son los
directivos de su organización, ¿o cuándo lo llamaron a usted y a toda la
congregación para que firmaran en una Notaría los papeles de propiedad del
templo?
¿Entonces cuál es el
verdadero objetivo que hay detrás de la adquisición frenética de terrenos y la
edificación de templos a nombre de una organización? ¿Por qué pareciera ser que el ministerio de muchos líderes se está centrando es en la edificación de templos grandes y lujosos, en lugar de hacerlo en la edificación integral de los propios creyentes? ¿Cuál es el afán de las altas esferas eclesiásticas por invertir tanto en infraestructura y en bienes inmuebles, más que en la misma propagación del Evangelio y en el propio bienestar de sus miembros? ¿Será por meras ambiciones expansionistas y deseos soberbios de ganar más poder e influencia que otras organizaciones? ¿O habrá en todo esto algún tipo de filosofía masónica (que pretende "edificar" una nueva sociedad y un nuevo orden bajo una simbología tomada del arte de la albañilería) y que se infiltró en el pueblo de Dios sin darnos cuenta? No lo sabemos, y obviamente los directivos no nos lo
van a decir a nosotros los fieles, pero una cosa sí parece segura: el día que
usted y su familia pierdan su casa en una hipoteca, una catástrofe natural o un
desplazamiento forzado (Dios no lo quiera) no es probable que los directivos de
su organización cristiana le faciliten las instalaciones del templo para que usted y los suyos
vivan en él, o le regalen una casa nueva, a pesar de que le dicen que ese lugar de culto es de todos y que los diezmos y ofrendas son para beneficio del pueblo
del Señor. Ignoro si todavía habrá iglesias abnegadas que no sigan este derrotero de mezquindad, pero lo que se ve a nivel general, siendo honestos, es
lo que acabo de describir.
Ahora, no estoy
diciendo que las iglesias cambien su razón de ser y se conviertan en ONGs, empresas o fábricas del sector privado (aunque la
verdad hace rato las convirtieron en algo semejante), sino que se busquen
mecanismos para utilizar los ingresos monetarios en lo que realmente hay que
utilizarlos: el bienestar del pueblo de
Dios en su conjunto, y por supuesto, la expansión del Evangelio por el orbe, mas no el
enriquecimiento desmesurado de unos pocos en contraste con el estancamiento y empobrecimiento
del resto.
Si ustedes, señores pastores
y demás líderes de las Iglesias, insisten en aplicar el texto de Malaquías
3:10 para pedir el diezmo a los creyentes de este tiempo, entonces
aplíquenlo al contexto moderno. Si Malaquías dice en su texto:
“Traed los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa”
Preguntémonos cuál será
en nuestros días esa Casa que debe estar continuamente abastecida: ¿Será el
Templo de Jerusalén? Pues les recuerdo que ese ya no existe, y lo único que
quedó de él, para vergüenza y oprobio del arrogante pueblo judío, fue el Muro de
los Lamentos. ¿Será entonces la capilla donde nos congregamos para celebrar el culto?
Jesús dijo claramente a la mujer samaritana que ni en el templo de Samaria, ni
en el de Jerusalén, ni en el de ningún otro lugar del mundo, se adoraría en lo
sucesivo al Padre Celestial, lo cual reafirmó San Pablo cuando dijo que Dios no
habita en templos hechos por manos humanas. Es decir, el verdadero culto a Dios
no se ejecuta precisamente en un lugar físico sino en el espíritu, mediante una
adoración racional y sincera, lo cual no excluye desde luego la necesidad de
congregarse en algún lugar físico, sino que pone el acto interno de adoración
por encima del sitio donde se realice. O en otras palabras: lo que a Dios
realmente le interesa es una adoración genuina y una vida sujeta a su voluntad, independientemente del lugar donde
se realice el culto en su honor. Tenga la seguridad de que usted puede reunirse
con sus hermanos en un bosque, un socavón, una cloaca, una bodega, una casa
particular o un lujoso templo, y si la adoración que le rinden a él es sincera
y realizada bajo un vínculo de amor fraterno, el culto habrá sido exitoso y
agradable a Dios.
Por tanto, la verdadera
Casa de Dios no es el lugar de culto, sino su propia vida, mi estimado hermano
en Cristo: es su cuerpo, mente y espíritu. Y por extensión, es también el
conjunto de todos los creyentes y hermanos en la fe que alabamos y adoramos al
Dios Viviente. Como dice en los siguientes textos:
“¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?
Porque vosotros sois el templo del Dios viviente,
como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos,
y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”.
– 2ª Corintios 6: 16 -
“(…) porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada
por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni
advenedizos,
sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de
Dios,
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas,
siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo
para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también
sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu”.
– Efesios 2: 18-22 –
“Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios [el pueblo de Israel], como siervo,
para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo
sobre su casa,
la cual casa somos nosotros [la Iglesia], si retenemos firme hasta el fin la
confianza
y el gloriarnos en la esperanza”
– Hebreos 3: 5, 6 -
“(…) para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios
viviente, columna y baluarte de la verdad”
– 1ª Timoteo 3.15 -
Entonces, si la Casa de
Dios soy yo, eres tú y es nuestro hermano, de manera individual y a la vez
colectiva (como Iglesia), y Malaquías dice que entreguemos el diezmo para que haya
alimento en la Casa de Dios, la conclusión es obvia: el diezmo debe servir para suplir las necesidades mías y de la Iglesia
en general, manteniendo abastecido al pueblo. Debe ser utilizado para
sustentar al huérfano, a la viuda, al anciano, al discapacitado, al enfermo, al
marginado, al excluido, al especial, al que este mundo cruel desprecia y
humilla… Y de igual forma debe servir, desde luego, para financiar la
predicación del Evangelio y sustentar a quienes han sido designados de tiempo
completo para el ministerio evangelístico, pero
sin entrar a enriquecerlos y menos de manera tan empalagosa como lo vemos hoy en día.
Por otra parte, si la
orden dada en Malaquías 3:10 exige abastecer la Casa de Dios para suplir las
necesidades de los que ministran en ella (como era el caso de los sacerdotes y levitas
en el Antiguo Testamento), entonces debemos preguntarnos quiénes son esos
ministros de la Casa hoy en día. Dejemos que la Biblia misma responda:
“(…) mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa,
pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes
de aquel
que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”
– 1ª Pedro 2: 9 -
"(...) Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con
su sangre,
y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre (...)"
-Apocalipsis 1: 5, 6-
"(...) y cantaban un nuevo cántico, diciendo:
Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos;
porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios,
de todo linaje y lengua y pueblo y nación;
y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes,
y reinaremos sobre la tierra"
-Apocalipsis 5: 9, 10-
Es decir, usted, yo y
todos los miembros del pueblo de Dios, constituimos una orden sacerdotal especial,
y somos, de hecho, los llamados a ejercer un nuevo y mejor ministerio que el
que tenían los sacerdotes levitas: El Ministerio
de la Reconciliación.
“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo
por Cristo,
y nos dio el ministerio de la reconciliación;
que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo,
no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados,
y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
Así que, somos embajadores en nombre de Cristo,
como si Dios rogase por medio de nosotros;
os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.
– 2ª Corintios 5: 18 –
20 -
Tenemos la importante
misión de transmitir a la humanidad perdida el precioso conocimiento de la
Verdad que nos fue revelada y de guiarles a la reconciliación con Dios. No
somos mediadores de expiación ni sacerdotes del ministerio de condenación que
ejercieron los levitas, sino sacerdotes de la reconciliación del hombre con Dios.
Asimismo, como hermanos
en la fe, somos llamados a poner al servicio de los demás nuestros dones
espirituales:
“Cada uno según el don que ha recibido,
minístrelo a los otros,
como buenos administradores
de la multiforme gracia de Dios”
– 1ª Pedro 4:10 -
Lo cual, naturalmente, nos
convierte en ministros de la Casa de Dios, algo que confirma San Pablo en su
carta a los Efesios:
“Y él mismo [o sea Dios] constituyó a
unos, apóstoles;
a otros, profetas; a otros, evangelistas;
a otros, pastores y maestros,
a fin de perfeccionar a los santos
para la obra del ministerio,
para la edificación del cuerpo de Cristo”
– Efesios 4:11 -
Es decir, todos los creyentes estamos llamados a
participar activamente en la obra del ministerio cristiano y en la edificación
de la Iglesia, la Casa de Dios. Y para que esa labor ministerial sea
eficiente, y los que la ejercemos estemos bien preparados, Dios ha designado, a
su vez, varios tipos de ministerios especialmente enfocados a brindarnos esa
preparación y formación espiritual que se requiere: apóstoles, profetas,
evangelistas, pastores y maestros.
Esto nos indica que la
verdadera estructura organizativa de la Iglesia primitiva, según podemos
deducirlo de las cartas de San Pablo, no ponía a los apóstoles, pastores y
maestros por encima del rebaño, sino que situaba a todos los miembros de la
Iglesia en el mismo nivel, donde cada uno simplemente tenía una función y una
misión distinta:
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está
entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura,
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros,
pero no todos los miembros tienen la misma función,
así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo,
y todos miembros los unos de los otros.
De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos
es dada,
si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe;
o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza;
el que exhorta, en la exhortación;
el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud;
el que hace misericordia, con alegría”.
– Romanos 12: 3 -8 -
Al decir que somos
miembros los unos de los otros, claramente se está dando a entender que no hay
miembros que sean superiores a los demás, sino que todos son necesarios e importantes, al ser las partes que integran
un cuerpo completo. Y por tanto, bajo esta perspectiva, toda estructura piramidal
en la iglesia de Jesucristo debe ser rechazada, y ese cuento de que los
pastores, ancianos, obispos y reverendos son superiores a nosotros, y que hay que hacerles la venia y tratarlos como si fueran seres casi divinos, es un absurdo. Les debemos sujeción y obediencia,
es verdad, porque se supone que saben
presidirnos y orientarnos en virtud de su experiencia, sabiduría y madurez;
pero no les debemos una sumisión servil, pasiva y humillante que los ensalce
casi hasta los mismos cielos como si fueran semidioses, y que los apoye en cuanta
idea absurda, retrógrada, injusta e incluso tiránica se les ocurra a estos
señores, como suele suceder.
Asimismo, el ministerio
de los líderes cristianos modernos, insisto, no es de mediación expiatoria,
sino de protección, orientación y formación. Su misión es proteger al rebaño, educarlo en el conocimiento de Dios y dirigirlo hacia lugares de delicados pastos y fuentes de agua viva,
mas no hacer mediación expiatoria por ellos. El pastor es aquel que te lleva al lugar donde está la comida (la Palabra de Dios), pero no el que te dice cómo debes comerla. Te debe tratar como la oveja que eres, pero no tiene por qué decirte cómo ser oveja. Y en consecuencia, como su función solo es cuidar, dirigir y orientar, el pastor no debe ponerse por encima del rebaño, ni creerse
dueño de él, ni pensar que es superior a él, ya que lo único que los
diferencia de las ovejas que cuida es la funcionalidad
que tiene con respecto a ellas. El pastor tiene un ministerio o forma de servicio
diferente, pero no la única ni la más
grande, sino complementaria con las otras formas de servicio que hay. He
ahí otra gran diferencia entre los sacerdotes levitas del antiguo testamento y
los pastores de congregación de nuestros tiempos.
Por tanto, los
ministros de la Casa de Dios en este
tiempo ya no es una élite o grupo selecto de líderes religiosos que deban
llevarse todas las prerrogativas, créditos y ofrendas de una masa de pecadores
penitentes que necesitan intermediarios para llegar a Dios, sino que somos todos los que conformamos el
cuerpo de Cristo. Reitero que la única función de nuestros líderes
cristianos, en esta época de la Gracia, sólo se limita a la dirección, organización,
enseñanza, orientación vocacional y el apoyo espiritual y material de nosotros los
creyentes, que a la vez somos ministros en otras áreas y miembros del mismo
cuerpo, iguales a ellos en propósito, fe y promesas. Como decía Martín Lutero
(y que quede claro que no soy luterano ni un fanático de este personaje tan
raro), todos los cristianos somos iguales ante Dios por tener las mismas
promesas y el mismo modo de acceso a Dios, haber sido perdonados de la misma
manera, estar bajo la jurisdicción del mismo reino y ser trabajados por el
mismo Espíritu.
Así que dejemos ya de
ensalzar tanto a los pastores, obispos, reverendos, apóstoles, curas párrocos y demás líderes
cristianos. Dejemos esa idolatrarlos y de tomar
sus sermones, opiniones y puntos de vista como si fueran Palabra de Dios, sin
antes someterlos a un cuidadoso discernimiento espiritual, pues por esa mala
costumbre de tomar toda la palabrería de estos señores como si fueran dogmas
indiscutibles que vienen directamente del cielo, es que existen tantas sectas y denominaciones cristianas que lo
único que hacen es generar confusión y hastío en la gente. Basta ya de
equiparar a los líderes de congregación con los sacerdotes levitas del Antiguo
Testamento, porque no lo son. Dejemos de verlos como unos “ungidos intocables”
a los que no se les puede hacer el más mínimo cuestionamiento u observación, ya que,
como dijo precisamente un pastor de mi Iglesia en cierta ocasión: “decirle la verdad al rey no es quitarle la
corona”, si bien es cierto que estos señores no son ni reyes ni amos de las
congregaciones.
La Palabra de Dios nos exhorta a respetar y mostrar sujeción al liderazgo que realmente es establecido y respaldado por Dios, ya que en el Cuerpo de Cristo no debe
imperar la anarquía ni el desorden. Pero esa sujeción en ningún modo significa caer en un
servilismo humillante en el que nos convirtamos en los lacayos del pastor de turno, dejándonos manipular la conciencia con prédicas sugestivas, o guardando un silencio cómplice ante lo que está mal hecho sólo por temor a
que el “ungido” se enoje o a que Dios nos castigue. Sujetarse no es mostrar
una obediencia ciega ante las cosas francamente absurdas, ridículas e
incluso dañinas a las que muchas veces estos líderes nos quieren obligar
directa o indirectamente a través de eficientes técnicas de manipulación, bajo
la premisa de que ellos son los voceros “elegidos” y autorizados por Dios, a
quienes no se les puede discutir nada.
Es decir, uno como
cristiano que está siendo trabajado por el Espíritu Santo de Dios y que se
encuentra en un proceso de renovación que comienza en la mente, debe tener el
suficiente carácter y discernimiento espiritual para saber identificar quién es
realmente un pastor de almas, y para someter a examen todo lo que nos dicen y
enseñan los líderes de nuestras congregaciones. Y si lo que predican no está de
acuerdo con lo que dicen las Escrituras, y choca con el sentido común y con lo
que Dios mismo nos ha enseñado a través de su Espíritu y nuestra propia experiencia
personal con Él, entonces debe ser descartado sin temor alguno e incluso
combatido si es necesario, ya que no se puede permitir que los conceptos y
opiniones personales, o las tradiciones insípidas de los hombres, se conviertan
en regla de fe para el Cuerpo de Cristo.
Sujetarse a los líderes
es aceptar su consejo y acatar su autoridad con humildad y diligencia, siempre y cuando esa autoridad sea merecida
y esté siendo ejercida en plena concordancia con el Espíritu de Dios y las
Escrituras. Es someternos a la dirección de un verdadero siervo de los siervos de Dios y no a un
arrogante cacique o arreador de mulas de los muchos que dirigen hoy en día las
congregaciones, y que parecen haber olvidado las palabras de Jesús cuando dijo:
“(…) Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas,
y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores;
mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más
joven,
y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor,
el que se sienta a la mesa, o el que sirve?
¿No es el que se sienta a la mesa?
Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”.
– San Lucas 22: 25 – 27
-
Lo que nos dice este
pasaje es que si supuestamente soy yo el que ocupa el primer lugar entre la
congregación de creyentes y soy quien la dirijo, entonces debo ser el siervo de
todos, y estar dispuesto a poner mis bienes y fuerza de trabajo en beneficio de
cada uno de ellos, no al contrario. ¿Será que ese es el modo en que actúan los
curas y pastores de nuestros días? ¿Será esa la mentalidad que nos inculcan a
los cristianos? ¿Ha visto usted a un pastor o un cura que tenga semejante
actitud de servicio y amor por sus ovejas? Sí, seguramente que los habrá visto,
pero yo creo que será uno de cada mil o diez mil, porque de resto, lo común hoy
en día es ver a estos señores exigiendo de las ovejas que trabajen para ellos y
que además les entreguen toda su lana, carne y leche, cuando debería ser al
contrario, y como verdaderos pastores cuidaran a sus ovejas y las llevaran a
verdes y nutritivos pastos…
Cuando veo el modo en que muchos de estos líderes arrogantes y manipuladores exigen
con su actitud a los demás creyentes que les sirvan y les marchen como si
fueran unos reyes, y veo a mis hermanos creyentes corresponder a estas
exigencias pastorales con una actitud de servilismo humillante y pasivo, sin
hacer la menor réplica por temor a ofender al “ungido del Señor”, me digo a mí
mismo que ese modelo propuesto por Jesús a sus discípulos de que el mayor sea el siervo de todos, el cual supo demostrar en repetidas ocasiones como cuando lavó los pies de sus discípulos, definitivamente no existe, o si existe, repito, debe ser en una de cada mil congregaciones…
|
Jesús, el máximo líder, lavando los pies de sus discípulos |
|
Cristiano que confunde sujeción con servilismo |
Por tanto, y volviendo
al tema del diezmo, si hemos de seguir aplicando el precepto de separar el 10%
de nuestras ganancias para abastecer a los ministros de la Casa de Dios, entonces
debemos ser nosotros los primeros en disfrutar de él, por ser no sólo las
piedras vivas que constituimos esa Casa, sino también los reales sacerdotes y
ministros de ella.
Tal vez por eso la
Ley de Moisés hablaba de un tercer tipo de diezmo (sobre el cual tampoco se
habla jamás), que era el diezmo familiar,
es decir, un tipo de diezmo que debía ser gastado y disfrutado por la misma
persona que diezmaba, junto con su familia. Veamos:
“Ni comerás en tus poblaciones el diezmo de tu grano, de tu
vino o de tu aceite,
ni las primicias de tus vacas, ni de tus ovejas, ni los votos que
prometieres,
ni las ofrendas voluntarias, ni las ofrendas elevadas de tus
manos;
sino que delante de Jehová tu Dios las comerás,
en el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido, tú, tu hijo,
tu hija,
tu siervo, tu sierva, (…): te
alegrarás delante de Jehová tu Dios
de toda la obra de tus manos”
- Deuteronomio
12:17-19 -
“Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano
que rindiere tu campo cada año.
Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere
para poner allí su nombre, el
diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite,
y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas
a temer a Jehová tu Dios todos los días. Y si el camino fuere tan
largo
que no puedas llevarlo, por estar lejos de ti el lugar
que Jehová tu Dios hubiere escogido para poner en él su nombre,
cuando Jehová tu Dios te bendijere, entonces lo venderás
y guardarás el dinero en tu mano, y vendrás al lugar
que Jehová tu Dios escogiere; y darás el dinero por todo lo que
deseas,
por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa
que tú deseares;
y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu
familia”
– Deuteronomio 14: 22 –
26 -
“Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su
nombre,
allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros
holocaustos, vuestros sacrificios,
vuestros diezmos, las ofrendas elevadas
de vuestras manos,
y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido a Jehová.
Y os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios, vosotros, vuestros
hijos, vuestras hijas,
vuestros siervos y vuestras siervas (…)”
- Deuteronomio 12: 11,
12 -
Como se puede ver, era
un tipo de diezmo ceremonial que se reservaba para disfrutar en familia, y con ello darle gracias a Dios por
todas sus bendiciones. ¿Por qué los líderes pro-diezmo tampoco hablan de él en
sus elocuentes sermones?
Téngase en cuenta que todos
los creyentes, líderes o no, pastores o no, somos miembros los unos de los
otros; somos el real sacerdocio y la nación santa, y por tanto no debe existir
ese modelo piramidal, clerical y capitalista heredado de otras religiones
(entre ellas del propio Judaísmo), donde hay unos que se creen "superiores" a otros y donde
el líder religioso es el único mediador entre lo humano y lo divino. Ese no es el esquema organizativo de la
Iglesia de Jesucristo. Lo fue en el antiguo Israel donde, por un lado, existía
una casta sacerdotal o clerical compuesta por los levitas, y por otro, una élite
de reyes y funcionarios que dirigían los destinos de la nación (que entre otras cosas nunca
fue del pleno agrado de Dios). Y ambas clases, el clero y la monarquía, eran
los que más dinero tenían, los que más acumulaban y se enriquecían a base de
ofrendas, diezmos, primicias, votos, impuestos, usuras, intereses, extorsiones y sobornos (entre
otros medios), y que de hecho establecieron un sistema de explotación capitalista entre el
pueblo elegido. Pero llegado este tiempo de la Gracia, ese modelo estratificado y clasista
ya no aplica. Ya no hay reyes ni sacerdotes de mejor familia que deban quedarse
con todas las prerrogativas del pueblo de Dios.
Así que, con todo
respeto, señores pastores, párrocos o como quieran que los llamen a ustedes los
que dirigen las diferentes organizaciones y comunidades cristianas, y que quizá se ajustan a todo
lo que estoy describiendo: dejen de creerse superiores al rebaño, de
manipularlo y de exigirle que les sirva como si fueran sus lacayos, ya que
ustedes no son más que administradores y orientadores de una grey que
no les pertenece, sino que es propiedad de Uno que sí supo ser un verdadero
Pastor de almas, que era incluso capaz de sacarse el pan de la boca para dárselo al
que tuviera hambre, y de lavar los pies al de más baja categoría, pues
no vino para que le sirvieran (como les encanta a ustedes) sino para servir…
Jesús de Nazaret no
vino a trasquilar ni a ordeñar ovejas como granuja bandolera y rapaz, sino a
apacentarlas y a cuidarlas. No vino a manipular ni a imponer nuevas formas de
esclavizar al hombre mediante el miedo o la culpa, como lo hacen ustedes con este
tema del diezmo y otros más, sino a liberar la mente del hombre. Ya basta de
querer enriquecerse a costa del trabajo duro y honesto de quienes tenemos que
sudarla a diario para poder ganarnos el pan. Como San Pablo, estén dispuestos a
laborar con tesón y empeño si les llegara a tocar, ya que él tenía la
suficiente dignidad y hombría como para no esperanzarse jamás en nadie ni exigir
que los creyentes lo mantuvieran (1ª Corintios 9: 11, 12), a diferencia
de muchos de ustedes, que parecen delicadas princesas de manos suaves y tersas
a las que jamás les ha salido un callo porque desconocen qué es tomar un azadón
y darle un golpe a la tierra, y que si no les llevan el diezmo a esa cajita que
llaman “alfolí” se desquitan en los cultos lanzando rayos y centellas bíblicas contra
los “impíos y tacaños” que tuvieron la osadía de “robarle al Señor” (según su
avariento punto de vista).
UN
ASUNTO PARA REFLEXIONAR
Llegados a este punto,
y comparando entonces el enfoque que se le da hoy en día a la práctica del
diezmo con el que se le daba en el Antiguo Testamento, podríamos redondear
diciendo que dicha práctica estaba destinada para suplir tres frentes:
1° - Para los ministros religiosos del pueblo.
2° - Para los necesitados.
3° - Para uno mismo como parte integrante del pueblo de Dios.
O en otras palabras: la
práctica del diezmo no era más que un
mecanismo financiero donde en última instancia salía beneficiado todo el pueblo…
Y por eso es importante que nos preguntemos: ¿es eso lo que vemos en nuestros
días? ¿Es el diezmo utilizado para suplir las necesidades de la Iglesia del
Señor de una manera justa, equitativa y proporcional? ¿Se invierte el diezmo en
lo que realmente debería invertirse? La respuesta es un rotundo NO.
Lamentablemente, en
nuestros días, el diezmo se ha convertido en una monumental estafa a la fe del creyente, y en un acto
manipulador que está enriqueciendo desmedidamente a unos pocos e invirtiéndose
en fines que no benefician realmente a todo el pueblo de Dios en su conjunto ¿Desea usted
seguir participando de esta estafa y continuar alimentando ese poderoso sistema de corrupción, codicia y desigualdad que se ha disfrazado de Cristianismo? Si es así, bien puede hacerlo; al fin y al
cabo es su dinero, y usted puede hacer con él lo que desee. Si su manera de creer
y su mentalidad no le permiten aceptar todo lo que aquí se ha expuesto y demostrado sobre este
tema, entonces no tengo nada más qué decirle. Su fe es tan respetable como la mía, y ni modo que venga yo aquí a juzgarle por diezmar. No obstante, queda a su
conciencia, a su sano discernimiento espiritual como hijo de Dios, y por
supuesto a su sentido común, si realiza o no un examen profundo que lo lleve a
reflexionar sobre qué tan eficaz está
siendo realmente ese método dentro del plan financiero de Dios para la Iglesia
y qué tan merecido lo tienen los líderes de su organización religiosa.
De cualquier forma, le
invito para que la próxima vez que vaya a entregar su diezmo a la iglesia donde
se reúne, después de haber leído y analizado todo lo que aquí se expuso, se
detenga por un minuto y piense en que con ese dinero usted tal vez está
manteniendo a líderes holgazanes que no lo merecen, y que van a conseguir y a disfrutar de
cosas que ni usted mismo puede tener (con todo y lo duro que usted trabaja), mientras
que en su propia congregación quizá haya una familia que está padeciendo
grandes necesidades, y a la que le vendría muy bien esa ayuda monetaria que
usted se dispone a darle a alguien que, aparte de no merecerla, tampoco la
necesita, ni se interesa por aquellos que están atravesando grandes penurias, ya que tiene su nevera y su alacena bien abastecidas, viste a la moda y conduce un automóvil último modelo, sin
importarle realmente si hay ovejas en su redil hambrientas, desnudas y
enfermas.
Asimismo, piense que, al diezmar, usted está
entregando lo que es de Dios a una persona que bíblicamente no ha sido
autorizada para recibirlo, pues ya quedó demostrado que los únicos ministros
religiosos a quienes Dios autorizó de manera explícita para ello fueron los levitas
del antiguo pacto, y no los pastores y líderes cristianos. Por supuesto que
usted no está pecando si le entrega su diezmo al pastor, pero sí estará acolitando y siendo cómplice de una estafa y de un evidente acto de corrupción que, viéndolo bien, viene a ser lo mismo que cometer un pecado. Tenga en cuenta
que no existe una autorización oficial de parte de Dios para que los pastores reciban diezmos, pues ellos son tan hijos de Dios y tan sacerdotes como lo son usted
mismo y el resto de hermanos de su congregación. Por tanto, haría usted mucho
más si le entregara su diezmo a un hermano necesitado, en vez de dárselo a un
arribista que lo reclama sin autorización. Soy un convencido de que Jesucristo
no se va a enojar si usted hace esto, pues el Cristo de la Biblia es un ser
maravilloso, cálido, comprensivo como nadie, compasivo y lleno de amor, y no un
déspota taimado, socarrón, asolapado, indolente y metalizado como muchos
pastores de iglesia, que no saben ejercer su cargo sino a base de miedos y
chantajes, enseñando a viva voz, entre muchas otras tonterías
pseudo-teológicas, que si no les llevamos el diezmo Dios nos va a maldecir con
ruina. Nunca olvide que la maldición de Malaquías 3:10 fue dirigida
a los judíos apóstatas que no estaban cumpliendo con las ordenanzas de la Ley
de Moisés, y no a la Iglesia de Cristo, la cual fue redimida de la Ley por la
preciosa sangre del Salvador. No se deje infundir temor con maldiciones que
nunca fueron para el cristiano, pues Jesús nos redimió de toda maldición, y
ahora hacemos parte de un pueblo que es BENDITO por siempre (Gálatas 3:13,14).
Ahora, si usted no
diezma, excelente: es uno más de los que hemos despertado de ese letargo y de
esa manipulación psicológica a la que nos han tenido acostumbrados durante
décadas (o siglos) con el garrote de Malaquías 3:8-11. Pero por favor no se
olvide de ayudar al
necesitado y, por qué no, de colaborar para los gastos justificados que se generen en su congregación. El hecho de que en este tiempo no sea obligatorio diezmar no
significa que no debemos ofrendar para las necesidades que realmente tenga la Iglesia, en especial y de manera primordial la ayuda a los pobres. La
idea es ofrendar con devoción pero
también con inteligencia, pues no es posible que la Iglesia de Jesucristo,
que debería ser modelo de equidad y de justicia, se convierta en una
organización capitalista y elitista, donde los bienes materiales son acumulados
por unos cuantos avarientos y desalmados a quienes no les importa cómo se encuentra la
despensa de sus ovejas.
Si usted diezma no está
pecando (en teoría), pero por favor examine qué
tanta efectividad tiene esa práctica para el bienestar de la Iglesia, la
salvación de su alma y aún su propia economía, pues conozco personas que por andar diezmando y esperando a que se les multiplique lo
diezmado, viven llenos de necesidades en sus propios hogares, presos de la
ansiedad y hasta endeudados porque no les alcanza el dinero. Tómese la molestia
de indagar cuál es el verdadero destino
que los dirigentes de su Iglesia le están dando a esa porción tan sagrada
que le pertenece literalmente a Dios, y que proviene de su ardua labor diaria, como
para que vengan a menoscabarla unos cuantos forajidos que lo único que les
importa es vivir a sus anchas a expensas de los demás, como los zánganos de las
colonias de insectos, mientras que hay tantos hermanos en la fe atravesando por
situaciones económicas terribles y a los cuales no se les ayuda lo suficiente
gracias a la avaricia y rapacidad de los dirigentes.
Y si usted no diezma,
tampoco está pecando ni tiene por qué sentirse mal ante Dios, ya que no está
obligado a hacerlo, a menos que sea un judío de nacimiento o prosélito
circuncidado que se encuentre todavía bajo la Ley Mosaica. La tradición
histórica del Cristianismo nos muestra que durante los primeros siglos de la
Iglesia los creyentes no ejercían la práctica del diezmo, ni los dirigentes lo
exigían ni lo enseñaban como un deber religioso, hasta los albores del
cuarto siglo, cuando se empezó
a promover como un acto voluntario y más tarde obligatorio, lo cual no es de
extrañar dada la gran avaricia y perversidad que empezó a caracterizar al
Cristianismo de aquellos tiempos, en particular al Catolicismo Romano, que nació en ese siglo. Y luego, con el correr del tiempo, esta práctica se siguió predicando incluso
durante la Reforma Protestante entre las facciones cristianas que surgieron en
aquella época turbulenta, y más recientemente entre las diferentes corrientes
evangélicas surgidas a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Le invito a que revise
el siguiente enlace, donde podrá ampliar información respecto a cuál ha sido la
postura del Cristianismo, a lo largo de la historia, con relación al tema del
diezmo:
http://razondelaesperanza.com/2013/03/31/la-iglesia-primitiva-no-diezmo-por-los-primeros-4-siglos/
La Iglesia cristiana
desde sus inicios siempre enfatizó en la ofrenda VOLUNTARIA, según la capacidad económica del creyente:
"Por
varios siglos en la iglesia primitiva no hubo apoyo...por el diezmo...
Al
contrario, la libertad de la ofrenda cristiana fue enfatizada"
- Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Biblia
(Enciclopedia Ilustrada
de la Biblia de Zondervan) -
«Se admite universalmente que el pago de diezmos o décima parte de
las posesiones,
para propósitos sagrados, no encontró un lugar dentro de la
Iglesia cristiana
durante la edad cubierta por los apóstoles y sus sucesores
inmediatos».
– Diccionario Hasting -
«La Iglesia primitiva no tuvo sistema de diezmos...
no había ninguna necesidad de mantenerlo,
ni que existiera o fuese reconocido en la Iglesia,
sino que los otros medios parecieron bastar»
- Nueva Enciclopedia
Católica -
“Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte
algo,
según haya prosperado,
guardándolo (…)”
- 1ª Corintios 16:2 -
“Cada uno dé como propuso en su corazón:
no con tristeza, ni por necesidad,
porque Dios ama al dador alegre”.
– 2ª Corintios 9:7 -
Por favor revise las siguientes imágenes, en las que verá algunos extractos referentes al diezmo tomados del libro "La guía completa de la Biblia" de Stephen M. Miller:
Tampoco Jesús enseñó
que, como Iglesia, debemos diezmar. Veamos lo que Él dijo en una ocasión con
respecto al diezmo:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!
porque diezmáis la menta y el eneldo y
el comino,
y dejáis lo más importante de la ley:
la justicia, la misericordia y la fe.
Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello (o sea diezmar).”
– Mateo 23:23 -
En este pasaje, Jesús
les está confirmando a los fariseos - quienes se encontraban bajo la Ley de
Moisés por ser judíos - que efectivamente es un deber sagrado para ellos diezmar, dado que son judíos, y así
está estipulado en la Torah. Sin
embargo, también les aclara que aún más importante que el mero acto de diezmar por cumplir con la Ley, es el hacer
justicia, mostrar misericordia y tener fe, ya que de nada me sirve seguir un ritual si no estoy siendo motivado por la espiritualidad que le da sentido a ese ritual.
En otras palabras: como los fariseos todavía estaban bajo la Ley de Moisés (por ser judíos), les era necesario diezmar, lo cual no implica que sea algo
aplicable a los que no estamos bajo la Ley, ni tampoco nos vamos a salvar por ella.
Jesús justificó el diezmo pero sólo bajo el contexto de la Ley Mosaica. Lo
admitió como válido, pero dentro de la jurisdicción de esa Ley; y lo consideró aplicable pero sólo para aquellos que aún estaban confinados
a ella, como era el caso de los fariseos (compare con Gálatas 3:23), quienes jamás
aceptaron a Cristo y quedaron así excluidos de su Gracia salvadora, la cual los
habría sacado de ese fatal confinamiento a una Ley que no puede salvar sino
sólo matar…
EN
CONCLUSIÓN
Por todo lo anterior,
pienso que ya va siendo hora de que el pueblo de Dios se pronuncie contra esa
estafa en la que se ha convertido el sagrado diezmo, y empecemos a redefinir
los mecanismos financieros que en realidad debe tener la Iglesia. Creo que ha llegado
el momento de exigir a los directivos de nuestras organizaciones cristianas que ejecuten políticas económicas más
justas y equitativas, que realmente beneficien a todos los creyentes, especialmente a los más necesitados. No podemos
seguir permitiendo que una jauría de avivatos nos sigan manipulando en nombre de Dios y de la Biblia, haciendo con nosotros y con nuestros bienes lo que se les antoja, y manejando la Iglesia de Jesucristo como si fuera una empresa, bajo una estructura piramidal donde unos
pocos, hinchados de soberbia en los niveles más altos, controlan
a su amaño a toda la masa de ignorantes de los niveles inferiores.
|
La pirámide del Capitalismo: una ilustración aproximada de lo que está sucediendo en las iglesias cristianas, donde la gran masa es controlada por unos pocos que la utiliza para sus propios fines lucrativos |
Debemos darnos cuenta de
que esa estructura jerárquica piramidal ha sido propia de los sistemas de gobierno humanos que, a su vez, han sufrido la influencia, o han sido apalancados de manera subrepticia, por las siniestras sociedades
secretas que existen desde las épocas más remotas, y que son dirigidas por los mismos seres oscuros no-humanos que
alguna vez se hicieron llamar “dioses”, quienes ayudaron a levantar las
civilizaciones e imperios de la antigüedad, trabajando en las sombras hasta
nuestros días, ocultos tras el telón de este repugnante sistema anticristo que ya
está a punto de dar a luz al NOM (Nuevo Orden Mundial), que no será más que el abominable imperio de la Bestia…
¿Y qué está haciendo la Iglesia de Jesucristo
para contrarrestar esa influencia diabólica que ha imperado en nuestro mundo
desde tiempos inmemoriales, y que ha permeado toda la historia humana? ¿En
lugar de combatir este sistema anticristo en el Nombre de Jesús y de hacerle frente
con honor, vamos a imitarlo? ¿Vamos a permitir que continúe esa estructura
estratificada y clasista que está desviando a la Iglesia de su misión y le está
quitando su visión, encegueciéndola con el brillo metalizado de sus abundantes
riquezas, que la alejan cada vez más de Dios? ¿De dónde provienen esa frialdad
espiritual, ese conformismo, ese ambiente pesado, materialista y frívolo que se
percibe en las Iglesias, si no es de ese estado deplorable en el que hemos
caído por causa del amor al dinero, que ha enfriado nuestra fe y nuestro amor
al prójimo?
|
Los antiguos dioses paganos: ángeles caídos a los que hoy se les llama "extraterrestres" (Efesios 6:12)... |
|
Estos dioses falsos y perversos nunca se fueron y siempre han estado tras bambalinas, siguiendo las órdenes de su amo Lucifer, el gran dragón que odia las almas y no descansa en su propósito de llevarlas hacia su propia destrucción (Efesios 2:2 - 1° Pedro 5:8 - Apocalipsis 12:12) |
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Son ellos quienes están detrás del sistema mundial, gobernando a la humanidad desde las sombras, a través de las sociedades secretas que diseñan el sistema político, económico, social y religioso para controlarnos y llevar la humanidad hacia la perdición (1° Juan 5:19 - Apocalipsis 13: 2, 12). ¡La Iglesia de Jesucristo no debe imitar esos mismos modelos organizativos, ni caer en ese juego mortal de seguir la corriente de este mundo! |
Es cierto que se han
enviado y se siguen enviando misioneros cristianos a remotos países y lejanas
tierras; que las organizaciones cristianas siguen trabajando por la expansión
del Evangelio; que Jesucristo sigue obrando en la mente y el corazón de muchos
hombres y mujeres; y que bien que mal Jesús sigue siendo predicado alrededor
del orbe. Pero ¿acaso no es cierto que la intensidad de ese poder que impactó
al mundo en los primeros tiempos de la Iglesia ha disminuido, y que no se
manifiesta como en los tiempos apostólicos? ¿No es evidente que estamos en una
época similar a la del sumo sacerdote Elí, cuando la Palabra de Jehová escaseaba
y no había visión con frecuencia, a causa de la corrupción de los líderes
religiosos de Israel? (1ª Samuel 3:1) ¿No se parece nuestro tiempo a esa triste visión que tuvo Ezequiel en la cual la Gloria de Jehová se iba del
Templo de Jerusalén (del mismo modo en que parece haberse alejado de la Iglesia
en nuestros días), gracias a la terrible iniquidad del pueblo que empezaba desde los propios líderes religiosos?... Lo tremendo es que esa Gloria sólo regresó cuando había un nuevo Templo (Léase Ezequiel 10 y 43:1-5) ¿Será que de la misma manera la Iglesia de Jesucristo en su conjunto necesita una última y definitiva reforma que le permita volver a ser morada de Dios en el Espíritu?... Que el Todopoderoso nos ayude a permanecer firmes mientras ésta se lleva a cabo, porque las reformas que Él hace por lo regular no son nada placenteras: Él es amor, pero también fuego consumidor, y además alérgico a la hipocresía. Jesús soportaba más fácil a los pecadores más empedernidos que reconocían su necesidad de Dios, que a los fariseos hipócritas que se creían muy justos, perfectos y llenos de Dios.
Ciertamente, aunque el
pueblo de Dios existe y llegará a donde tiene que llegar, es innegable que en
la actualidad atraviesa por una edad de oscurantismo impresionante, de
adormecimiento espiritual predicho en la parábola de las 10 vírgenes, donde
TODAS cabecearon y se durmieron (hasta las cinco que eran sensatas)… ¿Y qué es
ese adormecimiento sino el sopor insoportable de aquel que está cansado de
esperar sin hacer nada y sin estar en movimiento? ¿Qué son esas tinieblas bajo
las cuales se durmieron las vírgenes sino la falta de conocimiento y las
enseñanzas falsas y aún perversas que hacen caer al alma en un sueño mortal?
Por favor reflexione,
amigo(a) lector(a): ¿Qué hay de la misión local, de las acciones para el pueblo
cristiano que perece de hambre porque no se le da alimento espiritual
apropiado, o porque se le mantiene bajo un régimen de temor y culpa? ¿Qué hay
de las políticas económicas y financieras de las Iglesias, que no son sino fiel
copia del mismo modelo de desigualdad e injusticia que existe en el mundo sin
Dios? ¿Qué hay de ese enriquecimiento exagerado y vertiginoso de las
organizaciones cristianas que está corrompiendo sin cuartel a sus ministros
ordenados y aún a las ovejas? ¿Qué hay del diezmo como piedra angular del plan
financiero de Dios, según nos lo quieren hacer ver los líderes? ¿Es en realidad
la base de ese plan financiero? ¿No lo será más bien la libre generosidad de
corazón y una administración objetiva, racional y justa de los bienes
recaudados?
Amado hermano en
Cristo, es hora de decir basta: no más exacciones a las ovejas; no más sermones
sensacionalistas basados en la culpa, el miedo o el chantaje; no más imposiciones de
preceptos que eran del régimen muerto de la letra. Pronunciémonos como hijos de
Dios, haciendo uso de nuestro derecho inalienable a examinar lo que está
sucediendo en nuestra amada Casa y lo que están haciendo con ella los
mayordomos que la administran. Es hora de exigir que se nos tenga más en cuenta
a nosotros, las ovejas, para la toma de decisiones y el direccionamiento de los
destinos de la Iglesia, porque es evidente que las disposiciones de fondo son
tomadas en última instancia por unos pocos, que hacen a un lado las opiniones y
aportes de los demás, a través de los cuales Dios también puede hablar y
transmitir su voluntad. ¿O es que usted como fiel cristiano, que ama a Dios y está
siendo trabajado por su Espíritu, no puede ser utilizado por Él para beneficio
de la Iglesia? ¿Acaso Dios habla e instruye solamente a través de los que pastorean su rebaño?
Porque yo le pregunto a
usted que me lee y que quizá está afiliado a alguna de las tantas iglesias cristianas: ¿Cuándo
han sido citados usted y toda su congregación para deliberar acerca de las
decisiones que van a afectar a toda la organización? Creo que la respuesta es "nunca" (o si lo han sido, se trata de reuniones fríamente calculadas en las que la opinión del creyente es manipulada o no es realmente tenida en cuenta). Es un hecho que
los destinos de las iglesias cristianas son dirigidos según el criterio de sus
directivos que, estrictamente hablando, no son sino un pequeño grupo de
individuos que se autoproclaman ungidos y elegidos por Dios para tal propósito,
y que basándose en esa supuesta unción y elección proceden a tomar decisiones
sin tener en cuenta (o al menos no lo suficiente) las opiniones, aportes, y aún
revelaciones que tienen para dar las ovejas que dirigen.
Este modelo de gobierno
religioso en el que la gran masa de creyentes es dirigida por unos cuantos líderes que se
autoproclaman voceros autorizados y transmisores de la voluntad divina, suele
denominarse “Teocrático” (Gobierno
de Dios), pues se supone que es Dios mismo quien dirige a su pueblo mediante
estos líderes especialmente ungidos. Y todas las iglesias, sin excepción, y a
pesar de sus diferencias administrativas, en el fondo manejan este mismo esquema,
el cual desde luego no es democrático ni permite que sea el mismo pueblo el que
rija sus destinos.
Ahora bien, desde el
punto de vista bíblico, el gobierno perfecto es efectivamente el teocrático,
pues sin lugar a dudas quien mejor sabe dirigir al hombre es Dios. Sin embargo,
este argumento del gobierno teocrático también puede ser utilizado para mandar
y manipular de manera arbitraria e incluso abusar del poder. Lo que quiero
decir con esto es que debemos tener mucho cuidado y estar muy alertas cuando
alguien nos venga con la afirmación de que es un ungido, elegido y enviado por
Dios, ya que podría no ser más que un astuto impostor. Jesús dijo que la clave está en
aprender a oír Su voz, pues las ovejas que son de Su propiedad son capaces de
reconocerla sin vacilar. Por tanto, si usted se considera una oveja de Cristo, está en el deber de agudizar su oído
espiritual para saber discernir quién es realmente un líder escogido por Dios y
quién no.
Porque no nos digamos mentiras: lo que impera actualmente en las organizaciones cristianas son los líderes escogidos a base de favoritismos y dedocracia. Es decir, pastores que son promovidos al sagrado ministerio no tanto porque tengan vocación y respaldo divino, sino por estar entre las preferencias de sus superiores, mayormente si son hijos o familiares de otros pastores influyentes, o si son perritos falderos fácilmente manipulables. Esto en mi tierra lo llamamos "tener rosca", y por eso un alto porcentaje de los pastores modernos no son más que impostores, pues están ejerciendo su ministerio sin haber sido escogidos realmente por Dios sino más bien por el hombre. Son personas que no han tenido un llamamiento divino sino humano. Una razón más para estar muy atentos a la palabrería y las acciones de estos señores, y así poderles responder como se lo merecen.
Así pues, esto del
gobierno teocrático, tal como se concibe en la actualidad, en esencia es algo
semejante a la lógica que maneja el clero Católico y que se puede ver en la
realización de los famosos cónclaves que se celebran en el Vaticano cada que se
va a elegir un nuevo Papa. Porque en el mundo católico el Papa es el Vicario de
Cristo y el vocero de Dios, cuya palabra es infalible y no se puede discutir;
pero en el mundo evangélico quienes asumen ese papel son los pastores y demás
directivos, a quienes no se les puede decir ni cuestionar lo más mínimo porque
ya eres un hereje, un rebelde y un divisionista... (Menos mal que ya no existe
el tribunal de la “Santa” Inquisición, porque de lo contrario hace mucho que
habrían quemado, ahogado o torturado a quien escribe estas líneas…). En
definitiva: los evangélicos se están pareciendo cada vez más a los católicos
que tanto critican…
Así que una vez más lo
digo: ¡Despertemos por favor! ¡La segunda venida de Jesús está más cerca que
nunca, y no podemos seguir alcahueteando lo que está mal sólo por conformismo,
indiferencia o miedo a la crítica, el señalamiento, la burla y el rechazo! Sé
que al escribir esto me estoy exponiendo a serias dificultades con mis propios correligionarios, pero eso no me atemoriza ni me hará desistir de hacer lo que estoy
haciendo. Soy consciente de que decir la verdad trae sus consecuencias, pero
aun así considero que el amor a ella debe ser más grande que nuestro
temor, y como hijos de Dios, dotados de un espíritu valiente y no de cobardía,
debemos estar siempre dispuestos a pelear como leones en defensa de la verdad.
Sé que con lo publicado
aquí se está atacando directamente el bolsillo insaciable de un poderoso sistema capitalista de codicia y mezquindad que, como ya dije, se disfraza de cristianismo, el cual lleva siglos manipulando las conciencias, y que sin duda intentará contraatacar con terribles golpes no sólo a ésta sino a muchas otras publicaciones de gente que, como yo, han abierto los ojos a la verdad. Sin embargo, por terribles que sean esos golpes, estoy seguro que serán en vano, ya que la verdad tarde o temprano siempre es la que prevalece. Por salvaje e impetuoso que sea el contraataque de los enemigos de la verdad, estoy seguro que no sólo yo, sino muchos de los que hemos despertado del letargo religioso en el que vivíamos, lo estaremos esperando con fe, dignidad y
honor, confiando en Aquel que fue el Escudo de Abraham (Génesis 15:1) y
blandiendo la espada de dos filos que tantos hombres han tratado de amellar y
de destruir sin éxito: La Santa Biblia…
Como autor de este sitio web, reconozco que no soy un hombre perfecto, ni pretendo
darme aires de santo o de gran profeta, ya que soy un ser humano como cualquiera,
con mis virtudes y defectos, al que simplemente le duele ver cómo se manipula y
se tergiversa la verdad divina para sacar provecho económico y social,
profanando el Nombre de Dios y llevando las mentes a la oscuridad. Porque así yo
sea un hombre cargado de defectos, me sobra amor por Dios y por la verdad, y
ese amor es el que me ayuda a caminar día a día por el escabroso, traicionero y
voluble sendero de esta vida, con convicción y lealtad a unos ideales hermosos
y elevados que me ha enseñado el Maestro de Galilea, y que me dan la fuerza
para pronunciarme en contra de los que no contribuyen al crecimiento del prójimo, ni tienen un interés genuino en que los demás se desarrollen de manera integral como personas e hijos de Dios, ni ayudan realmente a los que vamos camino a la Luz.
Así que, si hay alguien
que está leyendo este artículo, y de alguna manera pretende atacar lo que aquí se expone, hágalo, pero blandiendo las mismas armas que aquí se utilizan: demuestre a través de las Escrituras, de una objetiva interpretación de ellas,
del registro histórico y del sentido común, que estoy equivocado en lo que dije
en este texto, y tendré la suficiente gallardía para retractarme públicamente,
y con la ayuda de Dios enmendar mi error. Pero si no está dispuesto a hacerlo
de ese modo, entonces mejor ore a Dios para que abra su entendimiento y le haga
saber si esto que se publica es cierto o no.
Por favor no sea de los
que sólo saben atacar desde los púlpitos echando puyas y sátiras cobardes, y
que no tienen más armas sino el sarcasmo y la propaganda negativa para desacreditar
y estigmatizar socialmente a quienes no se someten a sus ideas o políticas.
Pelee como caballero honorable y no como serpiente rastrera; argumente en lugar
de desacreditar; hable con honestidad y no con sofismas; dialogue
inteligentemente en vez de vociferar y chorrear babaza como yihadista histérico… Si así lo hace, con
gusto le estaré esperando para que debatamos, sea en este blog o personalmente
si fuese posible. Pero si no lo quiere hacer así, mejor absténgase de atacar lo
que aquí se expone y más bien trate de madurar y de orientar sus fuerzas en contribuir
a un verdadero crecimiento del Pueblo de Dios…
Creo que es preferible ser directo y sarcástico, con un estilo brusco y en ocasiones tal vez grotesco, pero hablando con honestidad, y no actuar como suelen hacerlo la gran mayoría de líderes cristianos de hoy en día, que al mejor estilo farisaico hacen de su formación teológica, su homilética, su elocuencia, su pulcritud, sus ademanes de santos y gestos fingidos, un excelente camuflaje de falsa humildad con el que quieren hacerse ver ante los demás como unas mansas palomas, mientras maquinan perversidades en sus corazones contra los que se atreven a señalarlos y a enrostrarles sus errores, tomando muchas veces el púlpito como un cadalso de ejecución para condenar y destruir con sus sermones a quienes se les oponen.
¡Por favor, hermano y
hermana en Cristo, Dios es bueno y generoso, él no le va a enviar la ruina si
no diezma, ni lo va a mandar para el Infierno! ¡Quítese la venda y mire la propia
perversidad de quien le enseña semejantes tonterías! ¡Usted ya está bendecido por haber creído en Cristo Jesús nuestro Salvador y ha sido hecho coheredero con él! ¡Lo material viene por añadidura y según la voluntad de Dios, quien nos da todas las cosas por Su bendición espiritual en los lugares celestiales! ¡La Biblia enseña claramente que la bendición de Dios abarca todas las áreas de la vida, y la provisión económica para el cristiano no viene por el hecho de diezmar, sino por confiar en Él, obedecerle y amarle de corazón! Tenga en cuenta, por ejemplo, que Dios no empezó a bendecir económicamente a Abraham, "el padre de la fe", después de que él le hubiera entregado los diezmos a Melquisedec, sino que ya lo había empezado a bendecir desde mucho antes de ese episodio (lea Génesis 12 y 13) ¡Dios no es un cobrador de
impuestos, ni un exactor, ni un caza-recompensas que cada quincena está a la
espera de que usted le dé el 10% de lo que gana! ¡Deseche ya esa imagen del
Dios iracundo y castigador que la sádica y decadente tradición cristiana siempre nos ha pintado, y
con la cual nos ha mantenido viviendo bajo un régimen de culpa y autocastigo!
Ese no fue el Dios maravilloso, compasivo y bondadoso que yo conocí a través de las páginas de la Biblia y de mi propia experiencia personal, y al que
cada día siento la libertad de hablarle y de mostrarme tal como soy: un hombre con muchos defectos que a diario se esfuerza por continuar la marcha a través de ese largo
y difícil camino por alcanzar lo theleion
(en griego: lo perfecto, lo acabado,
lo que ya está terminado) (1 Corintios 13: 9-12)…
Si después de leer todo esto usted desea seguir diezmando, le invito a que lo haga pero de manera inteligente: exija que se invierta adecuadamente, y véalo como un
acto voluntario de agradecimiento y de ayuda al necesitado, mas no como una obligación religiosa que en realidad está siendo destinada a mantener líderes ineptos y codiciosos como lo son muchos de los que ofician hoy en día. Por favor no siga contribuyendo a esa degeneración moral y espiritual que está acabando con las iglesias, y que se origina principalmente en ese amor enfermizo al dinero que caracteriza al cristiano del siglo XXI empezando por los mismos dirigentes, así ellos en sus emotivos sermones digan que todo marcha muy bien y que Dios está muy complacido con un pueblo que cada vez se vuelve más materialista, soberbio e indolente.
En otras palabras, si en su iglesia no existen políticas eficientes de inversión social y ayuda humanitaria, y lo que debería ser una comunidad fraternal y solidaria se ha convertido en una organización avarienta de perfil empresarial y capitalista, entonces mejor absténgase de separar esa porción tan sagrada que le pertenece sólo a Dios, ya que Él prefiere que usted le conozca y sea misericordioso con el prójimo, a que
usted diezme y ejecute un sinfín de rituales mecánicos que, a la postre, lo único que hacen es enriquecer desmedidamente a una élite inhumana, codiciosa, hipócrita y parasitaria que cada vez se parece más a los fariseos y los saduceos del tiempo de Jesús:
“Porque misericordia quiero y no sacrificio,
y conocimiento
de Dios, más que holocaustos…”
- Oseas 6:6 -
Que el Señor Jesucristo les
siga bendiciendo.
PD: Si usted, amable lector, está de acuerdo con toda la información aquí expuesta, le invito a que contribuya al despertar de otros difundiendo este articulo por todos los medios a su alcance (redes sociales y demás). Es una buena manera de contribuir a que muchos abran los ojos y a que los arrogantes líderes cristianos se vean en la obligación de reconsiderar este asunto tan delicado de las finanzas en la Iglesia, y de bajarse de ese trono de soberbia en el que se han sentado.