viernes, 2 de mayo de 2014

EL CRISTIANISMO: UNA HISTORIA DE DIVISIONES Y CONTIENDAS


Iglesias por aquí, iglesias por allá; iglesias por todos lados... Unas con nombres largos; otras con nombres cortos. Unas dicen ser trinitarias, mientras que otras afirman ser binitarias ó unicitarias. Unas con templos grandes y lujosos; otras que sólo disponen de estrechos garajes para congregarse. Unas, compuestas por creyentes "cool" que llevan un estilo de vida acorde con los estándares modernos y los estereotipos de la sociedad de consumo; otras en cambio, conformadas por fieles ultra-conservadores que viven con fanatismo extremo su religión... Y en medio de este panorama de contrastes, donde todas afirman tener la única verdad y ser dirigidas por el único Dios, la sociedad humana en general mira con sorna la religión cristiana mientras muchos se preguntan inquietos cuál será entonces el Cristo en el que se debe creer (de los muchos que estas iglesias predican) o cuál será la verdadera doctrina bíblica que enseña este antiguo credo que ya cumple 2000 años de historia y que, a pesar de haber comenzado como una única comunidad de creyentes que profesaban una misma enseñanza, hoy en día se ha convertido en la religión más dividida del planeta... ¿Cuál será la causa de este fenómeno? Le invito a que hagamos un recorrido bíblico, histórico y psicológico que nos permita hallar una respuesta para este interrogante.

Desde su nacimiento en Jerusalén, el movimiento religioso que se conoce como Cristianismo, ha presentado una marcada tendencia al divisionismo. La primera vez que se detecta este fenómeno lo podemos leer en Hechos de los apóstoles capítulo 15, donde  se nos cuenta sobre una importante controversia que surgió entre los cristianos de tradición judía y los cristianos de origen gentil[1], cuando los primeros empezaron a afirmar que si los creyentes gentiles no observaban la Ley de Moisés[2], no podrían ser salvos. Y no sólo lo afirmaron sino que comenzaron a promoverlo y a imponerlo como ordenanza.

De acuerdo con estos creyentes judaizantes, no bastaba con la fe en Cristo para obtener la salvación, sino que había que circuncidarse y cumplir con todos los rituales prescritos en la Ley Mosaica, lo cual desencadenó una encendida polémica entre los miembros de la Iglesia debido a que la mayor parte de los apóstoles y líderes no estaban de acuerdo con este planteamiento, que sin embargo era defendido por otra gran cantidad de conversos judíos. 

Entonces, dada la gran magnitud que empezó a tomar este conflicto, se llevó a cabo el primer Concilio o Asamblea General de la naciente Iglesia cristiana en Jerusalén (alrededor del año 48), donde se zanjó la cuestión y se llegó a un “acuerdo”, según el cual la Ley Mosaica no era necesaria para la salvación, ya que nadie es capaz de cumplirla, y que por eso precisamente había venido Cristo: para redimirnos de todo aquello que por nuestra debilidad no somos capaces de cumplir.

No obstante, a pesar de que aparentemente todo había quedado claro, la historia nos muestra que a raíz de esta controversia legalista se produjo de manera inevitable una primera división de la Iglesia, que condujo a la formación de congregaciones disidentes de carácter judaizante, las cuales tomaron diferentes nombres y rutas, entre ellas los llamados “Ebionitas” o “Pobres” que habitaron en varias regiones del Oriente Medio.

En estas circunstancias, la iglesia primitiva inició su expansión con el propósito de llevar el mensaje de su fundador, sin haber zanjado definitivamente la cuestión legalista, y teniendo ya en su interior el germen de esa lamentable tendencia que la caracterizaría en los siglos por venir: el divisionismo y la contienda. Así pues, hacia el oriente se puede observar un predominio de iglesias judaizantes y hacia el occidente un predominio de iglesias llamadas “paulinas” (por haber sido fundadas o confirmadas durante la labor misionera de San Pablo).

En estas iglesias paulinas, podemos ver que el fenómeno de la división vuelve a presentarse no sólo por la cuestión legalista, sino también por otros motivos. En la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios 1:10-13, leemos:

“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?”

Y en la carta a los Romanos 16:17:

“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”.

Pasajes como éstos, extraídos de las cartas apostólicas, permiten deducir que las disensiones y disputas doctrinales eran de hecho uno de los principales problemas con que se enfrentaba el Cristianismo primitivo, a tal punto que ya en el siglo II, el filósofo pagano Celso, uno de los mayores enemigos y refutadores del Cristianismo, decía unas palabras que, lamentablemente, y después de 19 siglos, siguen siendo tan vigentes en nuestros días como lo fueron en aquella remota época:

En un principio, los cristianos eran pocos y sostenían una sola doctrina, pero cuando llegaron a ser muchos se dividieron en numerosas facciones, cada una con la pretensión de tener su propio territorio. Hoy están enfrentados unos con otros y a lo sumo lo único que tienen en común es el nombre a que se aferran, aunque en lo demás están divididos en varias sectas (…) Los cristianos se detestan. Se calumnian constantemente con las más viles injurias y no logran ponerse nunca de acuerdo (...)
                
                         - Adversum Celso, del teólogo Orígenes -


Como dice un conocido refrán: “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...”. Basta con escuchar los sermones de curas párrocos y pastores de cualquier denominación, la literatura cristiana moderna y los medios de difusión y propaganda cristiana, para darse cuenta de lo vigente que se encuentra hoy en día ese enconado espíritu de odio y antagonismo que ha existido entre los cristianos de todas las épocas: continuamente, tanto líderes como feligreses, se lanzan sarcasmos, denuestos, críticas y burlas en contra de los sistemas doctrinales opuestos (y aun así se mantienen predicando sobre el amor de Dios y el amor al prójimo).


Hacia mediados del siglo III, en la comunidad cristiana de Roma, que se había convertido en uno de los principales centros del Cristianismo, se produjo lo que se podría considerar el primer cisma o división formal de la que entonces era considerada la Iglesia oficial, protagonizada por el obispo romano (llamado entonces Papa) Calixto I y el anti-papa Hipólito, la cual, nuevamente, se debió a una disputa de carácter doctrinal, en la que, según Hipólito y sus seguidores, fieles creyentes en el dogma de la Trinidad, el Papa Calixto y los suyos favorecían lo que ellos llamaban la herejía del Monarquianismo Modalista[3], y además adoptaban una actitud permisiva y alcahueta con los cristianos que habían sido expulsados por ofensas graves, los cuales se suponía no deberían ser reintegrados a la Iglesia. El cisma consistió en que Hipólito formó una iglesia aparte con un rígido enfoque trinitario de reglas mucho más severas, y aparentemente terminó años después con la reconciliación de este anti-papa con el Papa exiliado Ponciano.

Sin embargo, la división dentro de la Iglesia a causa de las diversas doctrinas que empezaron a formularse sobre la naturaleza de Dios y de Jesús, ya había sentado sus reales, y se hizo mucho más notoria hacia el siglo IV, cuando las doctrinas cristológicas se encontraban más elaboradas en su formulación, y se agrupaban en tres corrientes básicas: el Unitarismo (conocido también como Modalismo o Patripasionismo), el Binitarismo (también llamado Arrianismo) y el Trinitarismo. Después del Concilio de Nicea (325 d. de C.), éste último dogma se impuso sobre los demás, y el Cristianismo se fracturó definitivamente, a la vez que la Iglesia Católica de Roma se imponía como la ortodoxia, mientras que todas las demás, por no sujetarse a la autoridad del Papa o por sostener dogmas diferentes (de los muchos que llegaron a formularse en medio del frenesí teológico de aquellos tiempos), pasaron a ser excluidas e incluso perseguidas y señaladas como Iglesias heréticas, las cuales continuaron existiendo como corrientes heterodoxas que, de manera independiente y clandestina, siguieron propagando sus respectivas creencias. Entre ellas encontramos, además de las mencionadas binitarias y unicitarias, aquellas que tenían un perfil gnóstico, sobresaliendo entre ellas el movimiento de los cátaros o albigenses, que fueron brutalmente exterminados de la Occitania por la Iglesia Católica durante el siglo XIII, entre otros más oscuros y difíciles de definir.

Hacia el año 1054, en plena Edad Media, y a raíz de una controversia administrativa y doctrinal (sobre el famoso filioque[4] o procedencia del Espíritu Santo) que venía ocurriendo desde hacía muchos años al interior del propio Catolicismo (más exactamente entre el Catolicismo occidental de Roma y el oriental de Asia Menor), sobreviene la división del Catolicismo en la Iglesia Católica Ortodoxa de Oriente, que reconocía sólo la autoridad del Obispo de Constantinopla (Patriarca)  y la Iglesia Católica Romana de Occidente, que siguió reconociendo sólo la autoridad del obispo de Roma (Papa) y conservando su posición de poder religioso dominante de la época.

A partir del siglo XIV y hasta el XVII, tuvo lugar el fenómeno de la Reforma Protestante, el cual se produjo a raíz de los abusos del clero católico y del cuestionamiento que se empezó a hacer de casi todo su sistema doctrinal, incluida la autoridad del Papa, tomando como base lo que está escrito en la Biblia, que hasta ese entonces había permanecido prohibida para el gran público y encasillada en lenguas antiguas que sólo eran conocidas por el clero o por unos cuantos eruditos (hebreo, latín y griego). Este fenómeno condujo a la formación de multitud de iglesias y congregaciones disidentes del Catolicismo Romano, algunas con elementos tomados de aquellas iglesias heterodoxas que nunca estuvieron en contacto con el romanismo. Y no sólo eso, sino que la sublevación contra aquel poder tiránico que parecía controlarlo todo, desencadenó incluso un sangriento conflicto bélico que afectó a toda Europa y en el que ambos bandos (católicos y protestantes), se enzarzaron en una contienda sin cuartel.


Ahora bien, aun entre los mismos protestantes se dividieron en Luteranos, Calvinistas, Anglicanos, Puritanos, Anabaptistas[5] (Menonitas, Socinianos, Joristas…), Metodistas, Bautistas, entre otros, y a esto hay que añadir el hecho de que entre ellos mismos existían enemistades y disputas de gran envergadura, como las que se dieron entre Lutero y Zwinglio[6], o entre los Calvinistas y los Anabaptistas, o entre los sublevados de Thomas Munzter[7] (que quiso llevar a cabo una reforma no sólo de la Iglesia sino del Estado a través de las armas) y los partidarios y príncipes que apoyaban a Lutero, etc. O peor aún, cuando el movimiento de los Anabaptistas despertó los recelos tanto de Católicos como de Protestantes, ¡llegando incluso a unirse ambos en contra suya!, o cuando los Protestantes (de la denominación que fueran), una vez tomaban el poder en una determinada región, ejercían la misma política de represión e intolerancia religiosa que caracterizara al Catolicismo, pues hasta hubo un tribunal de Inquisición protestante que llevó a la hoguera a muchas personas sindicadas de brujería y “herejía”, fueran católicas o protestantes (¡qué locura!)

Y así, a lo largo de los siglos, el movimiento religioso cristiano no ha cesado de dividirse, ya administrativa, ya doctrinalmente, siendo éste último aspecto el principal factor de división. A tal punto que, en pleno siglo XXI, asistimos al que quizá sea el periodo de mayor división del Cristianismo, pues sólo entre las iglesias evangélicas hay más de 1.500 sectas y alrededor de 40.000 denominaciones o comunidades diferentes, o como dijo alguien por ahí de manera jocosa: “por cada kilómetro cuadrado hay como 100 iglesias cristianas diferentes y antagónicas”. Y eso que no se ha hecho mención específica de las innumerables ramificaciones llamadas “heréticas” que existieron durante los primeros siglos y posteriores (Elkesaítas, Adopcionistas, Docetistas, Marcionitas, Montanistas, Valdenses, Valentinianos, ...).

Actualmente, el Cristianismo se encuentra dividido básicamente en 7 corrientes con sus respectivas subdivisiones:

1-Antiguas Iglesias Orientales:

-Iglesia Ortodoxa Malankara
-Iglesia Ortodoxa Siríaca
-Iglesia Apostólica Armenia
-Iglesia Copta

2-Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa

3-Iglesia Católica Apostólica Romana

4-Iglesias Reformadas o Protestantismo

5-Iglesias Unicitarias

6-Iglesias Binitarias

7-Iglesias de perfil gnóstico (aunque hoy en día, a diferencia de los primeros siglos o de la Edad Media, éstas no son propiamente cristianas sino que reúnen elementos de todas las religiones).


El Cristianismo y sus múltiples ramificaciones: un esquema aproximado del profundo divisionismo que lo caracteriza

Todas estas facciones, como dijo un escritor “se pelean por el reino de los cielos como árabes por un oasis o perros por un hueso, lanzándose improperios, críticas y juicios desde los púlpitos...Aunque, curiosamente, para otro tipo de actividades, sobre todo aquellas en las que hay movimiento de dinero (difusión de literatura, programación de conciertos y eventos masivos, política y cargos públicos, negocios de bienes inmuebles), actúan de manera mancomunada y se llaman hipócritamente “hermanos”.


En conclusión, es cierto que toda religión tiene ramificaciones y facciones, y por lo tanto el hecho de que el Cristianismo se encuentre dividido aparentemente no debería sorprender a nadie, pues podría argumentarse que es una consecuencia natural que experimenta toda religión al expandirse por diferentes territorios y mezclarse con culturas diversas. Sin embargo, el divisionismo de la religión Cristiana sí debe considerarse como una anomalía preocupante (como bien lo expresan los apóstoles en sus epístolas) por dos razones:


1-No era el objetivo que tuvo su fundador al instituirlo, pues recordemos que Jesús continuamente oraba por la unidad completa y orgánica de sus seguidores, y los instaba a conservarla.


2-Desde su fundación, la Iglesia fue presentada como una sociedad que debía funcionar como un  “cuerpo” unificado, al que además se le proveyó el elemento que garantizaría ese vínculo de unidad: el Espíritu Santo, es decir, el mismo Espíritu de Dios que moraría en cada uno de los creyentes para propiciar esa unificación corporal.


ENTRE DIVIDENDOS Y DIVISORES, LAS CAUSAS DE TANTA MULTIPLICACIÓN

Haciendo un análisis histórico, psicológico y espiritual del asunto, y asumiendo que la Biblia es en realidad la Palabra Inspirada de Dios (para poderla tomar como criterio normativo en este análisis), se pueden bosquejar ciertos factores que explican la existencia de este espíritu divisionista que subyace en el Cristianismo:

3.1.           El modo de interpretar la metafísica bíblica.


La metafísica es el conocimiento sobre las realidades que se encuentran más allá de nuestra propia realidad física o natural, y la Biblia, como libro religioso que nos habla acerca de Dios y su relación con el hombre, tiene desde luego un contenido metafísico. Pero a diferencia de las occidentales, la metafísica bíblica no se encuentra totalmente aislada, explicitada, ni conceptualizada, sino que viene implicada o fusionada con un mensaje de carácter moralista, de manera tal que es tarea del creyente extraer e interpretar esa metafísica espiritual del mensaje bíblico. Ahora bien, las herramientas que normalmente han utilizado los creyentes cristianos de todas las épocas, especialmente los líderes y dirigentes eclesiásticos, para extraer esa metafísica, han sido las siguientes:

-Su propia lógica y forma de razonar
-El pensamiento filosófico y especulativo
-El punto de vista personal
-Las opiniones y enseñanzas de terceros (teólogos, pastores, sacerdotes, predicadores, popes,...)
-Las tradiciones familiares y culturales

Pero en contraposición a estos métodos, la misma Biblia muestra claramente que sólo hay una herramienta de interpretación infalible, reiterada por el mismo Jesús y los apóstoles en los Evangelios:

La unción del Espíritu Santo, que guía al creyente a toda verdad. O en otras palabras: la revelación que otorga el mismo Dios a quienes de corazón sincero le aman y le buscan. (Jeremías 33:3 - San Juan 16:131a Corintios 2:9 1a Juan 2:20, 27).



Este proceso de unción, renueva y prepara la mente del creyente para que sea capaz de recibir y comprender el conocimiento espiritual que le es impartido (Romanos 12:21a Corintios 2:16 - Efesios 4:23), ya que, como dijo Jesús a los fariseos que le preguntaban por qué Juan el Bautista y sus discípulos ayunaban y los suyos no:

“(…) nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar.”                               
  - San Marcos 2:22

Ahora bien, este conocimiento metafísico, por proceder de una misma fuente (Dios), debería llevar las mentes de quienes lo reciben a una misma forma de comprensión de las cosas, a un mismo punto. Porque el Espíritu Divino que dispensa la revelación es uno, y lo que enseña y revela es una misma cosa, sin contradecirse. No es posible que un mismo profesor enseñe a unos alumnos que 2 + 2 = 4  y a otros que 2 + 2 = 5, por ejemplo. Así pues, si todas estas iglesias fueran realmente inspiradas y dirigidas por Dios, su trasfondo doctrinal sería el mismo, enseñarían una misma cosa, concordarían en sus enseñanzas sobre la naturaleza de Dios, interpretarían las Escrituras de la misma manera, y apuntarían a un mismo propósito, sin entrar en contiendas. Algo que, de hecho, ocurrió durante los primeros años del Cristianismo, como bien lo tuvo que reconocer el mismo Celso cuando dice:


En un principio, los cristianos eran pocos y sostenían una sola doctrina, pero cuando llegaron a ser muchos se dividieron en numerosas facciones, cada una con la pretensión de tener su propio territorio..."

Lo cual es reiterado por San Pablo y San Pedro en sus epístolas, cuando continuamente exhortan a las comunidades a las que se dirigen, a que conserven la unidad de la doctrina que aprendieron.

Pero lamentablemente hoy todas apuntan en diferentes direcciones, e interpretan hasta los conceptos más básicos y esenciales de maneras diferentes, aún aquellos en los que concuerdan, como la fe en Jesús de Nazaret como figura histórica que vino a salvar a la humanidad, pues ni se ponen de acuerdo en cuál es su naturaleza ni cuál es el modo en que él nos salva. Esto, por tanto, indica que no es el mismo Espíritu Divino el que las dirige a todas, y así el interrogante queda abierto: ¿A cuál o a cuáles de todas estas facciones es que el Espíritu Santo está guiando realmente? ¿Ese “espíritu de verdad que guía a toda verdad”, mencionado en Juan 16:13, en cuál o en cuáles de esas facciones cristianas se encuentra?


3.2. El modo particular de entender el concepto del Reino de Dios.


El Cristianismo, a diferencia de todas las demás religiones (exceptuando quizá el Islam), se caracteriza por tener una convicción profunda respecto a que posee la única verdad absoluta, según las palabras de Cristo en Juan 14:16: Yo soy EL camino, y LA verdad, y LA vida…. Y esta convicción, suele llevar a los cristianos a pensar que tienen la obligación y el derecho de imponer esa verdad en todas partes y a toda costa. Por otro lado, uno de los temas centrales del mensaje evangélico y, de hecho, la más grande de sus promesas, habla de una transformación radical del ser que experimentarán los redimidos, quienes, junto con Jesús, el Rey de reyes, recibirán un Reino incorruptible, poderoso y eterno. De hecho, el mundo entero, luego de su juicio y purificación, será regido por Cristo y la Iglesia, compuesta por los millones de redimidos que tendrán cuerpos gloriosos. En consecuencia, esta convicción de tener la verdad absoluta, junto al concepto de un poderoso Reino celestial que se va a recibir como galardón, y que será regido por los cristianos glorificados del futuro, desencadena un proceso psicológico en el que sobresalen cuatro conceptos que son claves a la hora de entender la psicología del cristiano:

-La elección (Fui elegido por Dios para ser salvo y heredar la gloria)

-La revelación (Dios me reveló un conocimiento exclusivo, la verdad única, que nadie más tiene, para alcanzar esa gloria)

-La santidad (Soy un ser especial y separado de los demás, soy mejor que el resto del mundo y con un destino muy superior)

-La autoridad (Dios me ha dado autoridad espiritual y me ha constituido sacerdote y rey, poseedor de la única verdad, la cual debo imponer en mi calidad de co-gobernante futuro)

Este modo de entender el evangelio, en una mente no renovada, sin duda potencializa o alimenta ciertas programaciones mentales que tenemos muy arraigadas en nuestra naturaleza animal, como son el ego, la tendencia sectaria (amor por los de mi propio grupo y odio hacia los contrarios) y el deseo de dominio.

Ejemplo: El concepto de elección me hace creer que fui elegido por Dios de entre muchos para propósitos elevados; la revelación me induce a creer que tengo un conocimiento exclusivo de parte de Dios que nadie más tiene; la santidad me lleva a pensar que soy diferente, separado y mejor que los demás, y que por lo tanto cuento con la aprobación de Dios y la autoridad moral para juzgar las acciones ajenas; la autoridad me lleva a creer que tengo el derecho y el deber de propagar e imponer el conocimiento que me ha sido revelado.

Estas concepciones inevitablemente alimentan mi orgullo propio, y me llevan a pensar que soy yo quien tengo la razón, que los demás están equivocados, y a creerme juez de las creencias ajenas, lo cual impide que se efectúe un verdadero cambio y una sintonía con el mundo espiritual, porque empiezo a creer que todos mis conceptos, ideas y pareceres son la verdad, son los criterios normativos para aceptar o rechazar algo, convirtiéndome finalmente en una persona legalista (que establece leyes y dogmas), formalista (que establece rituales, ceremonias y formas de hacer las cosas), dictatorial, rígida, intolerante y finalmente divisionista ante quienes disienten de mi postura.


3.3. Carencia del Espíritu Santo y falta de disposición en el creyente.

Si asumimos como cierto que la única herramienta para interpretar correctamente las Escrituras, es la unción reveladora que Dios mismo nos otorga, entonces tenemos que concluir, forzosamente, que la tendencia divisionista es fruto de una carencia real del Espíritu Santo en todas o en la mayoría de las muchas facciones cristianas, lo cual, a su vez, se refleja en la actitud sectaria, intolerante, contenciosa y pendenciera que históricamente han mostrado las iglesias cristianas hacia aquellos que no son de su propio grupo o secta, un comportamiento que incluso manifestaron los mismos apóstoles cuando aún no habían recibido la unción del Espíritu Santo:

“Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”.       
 -Marcos 9:38-40  -

A pesar de que Dios está siempre dispuesto a renovar la mente del hombre y a dispensar revelación a través de esa unción especial de su Espíritu, existen factores que no permiten la realización de esta obra de renovación mental, y es precisamente cuando el creyente se aferra a las herramientas interpretativas naturales antes mencionadas y no se dispone internamente a dejarse trabajar por algo diferente. Es decir, cuando en su engreimiento por creerse elegido, poseedor de la revelación divina, santo y con autoridad para imponer la verdad, cierra su mente, dando por sentado que ya tiene la unción reveladora, y se aferra a:

-Su propia lógica y forma de razonar
-Las filosofías humanas
-Su punto de vista personal
-Las enseñanzas impartidas por terceros
-Las tradiciones culturales

Ante lo cual, el apóstol Pablo aconseja:

Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que es agradable, lo que es perfecto”. 
             - Romanos 12:2 (Versión Nácar Colunga) -

Y también:
“(...) [que sean] renovados en la actitud de su mente”.

                                - Efesios 4:23 (Nueva Versión Internacional) -







3.4. La influencia de líderes con intereses seculares

Los líderes de las diferentes facciones cristianas, o de cualquier otra comunidad humana, son elementos claves para comprender el comportamiento de las mismas. En efecto, el fenómeno del divisionismo cristiano se encuentra estrechamente relacionado con las características de los líderes que han dirigido y dirigen los destinos de esta religión.

Cuando se analizan con detenimiento los diferentes perfiles que presentan estos líderes, podemos encontrar que muchos de ellos poseen motivaciones muy diferentes a las que, en principio, se supone que deben tener los que han sido llamados a “pastorear el rebaño del Señor”. Pueden ser de tipo económico, político, académico o de otra índole. Y esas motivaciones individuales lamentablemente suelen ser factores decisivos que generan divisiones y contiendas al interior de grandes comunidades cristianas, que se polarizan entre quienes apoyan al líder y quienes lo reprueban; o bien, el mismo líder, llevado por sus propios intereses, promueve una actitud sectaria y fanática entre sus miembros, quienes ven a los de otras organizaciones como sus “enemigos”.

Como lo escribió el apóstol Judas en el versículo 19 de su epístola:

Éstos son los que causan divisiones y se dejan llevar por sus propios instintos, pues no tienen el Espíritu”      

                               - Nueva Versión Internacional -


En la actualidad éstos son los que causan divisiones, se mueven en lo humano y no tienen el Espíritu”        

                              - Biblia Latinoamericana 1995 -

Es un hecho que la historia del Cristianismo ha estado plagada de líderes corruptos, fraudulentos e impostores, que no han tenido la menor intención de liderar y pastorear realmente a un “rebaño” de creyentes, sino más bien de ordeñarlo, adquirir prestigio y, por supuesto, abundantes bienes materiales, haciendo de la fe una mercadería profana y descarada. Otros tal vez no tienen intereses económicos, pero en cambio tienen un ego gigantesco con una gran necesidad de reconocimiento y popularidad que los lleva a buscar prosélitos que los aplaudan como brillantes intelectuales carismáticos. Otros quizá sólo tienen intereses de supremacía académica e influencia social, como solía ocurrir en los primeros tiempos de la iglesia, cuando muchos de los líderes de las congregaciones eran filósofos y pensadores convertidos al Cristianismo, en donde querían seguir especulando, pues veían el Cristianismo como algo “filosofable”, y a Dios y sus misterios como algo definible; de este tipo de líderes fue que surgieron los llamados “teólogos”. Y así, se podrían citar otros casos de motivaciones de tipo terrenal o carnal que causan divisiones y contiendas. 

En conclusión, esta clase de líderes (que lamentablemente abundan hoy más que nunca), no se inquietan realmente por experimentar una transformación radical de sus vidas, ni por llevar a otros hombres a la salvación, sino en dirigir los asuntos y los destinos de la Iglesia según sus propios ideales seculares y modos de pensar.


Lo peligroso de todo este asunto, es cuando no sólo existen intereses individuales de por medio, sino cuando estos líderes fraudulentos obedecen a propósitos conspirativos más grandes y, de hecho, forman parte de oscuros conturbenios de personas sombrías y perversas que nada tienen que ver con el Cristianismo, y que utilizan las estructuras eclesiásticas (llámense Iglesias, Comunidades o Congregaciones) para camuflar actividades siniestras que dan cuenta de un repugnante misterio de iniquidad al interior de lo que se supone que es “el pueblo del Señor”. Creo que no es necesario hablar aquí de los muchos escándalos que actualmente han salido a la luz pública sobre sacerdotes, pastores y organizaciones cristianas involucradas en actividades nefandas (abuso sexual, extorsiones y estafas, lavado de dinero, narcotráfico, crimen organizado), ni sobre las impías actuaciones de muchos “maestros” y predicadores de la antigüedad que se introducían en las iglesias, o surgían de entre ellas mismas, con fines maquiavélicos, lo cual no obstante ya había sido profetizado por el mismo Jesús en la famosa parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-43), y por los apóstoles es sus cartas:

“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces,  que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”.
            
 -Hechos 20:29, 30 (Palabras de Pablo a los ancianos de Éfeso)- 

¡Y vaya si es cierto que no perdonan al rebaño!: está demostrado que los miembros de las sectas dirigidas por este tipo de granujas, son totalmente manipulados mediante diferentes técnicas a través de las cuales los líderes ejercen un control que les garantiza su omnipotencia sobre ellos y les permite obtener una nutrida mano de obra gratuita que no sólo los mantiene como a zánganos, sino que indirectamente les ayuda a promover sus ideologías e intereses particulares o conspirativos. Lo triste es que, las consecuencias de esta manipulación no pueden ser más lamentables: es común hoy en día encontrar en las iglesias cristianas multitud de personas ansiosas, angustiadas, acomplejadas, traumatizadas, con baja autoestima, llenas de culpas, miedos y prejuicios, reprimidas, frustradas, llevando un Cristianismo hipócrita y sintiéndose internamente atadas, pero que sin embargo pregonan a los cuatro vientos que en su iglesia encontraron la paz y que “Cristo los hizo libres”…




¿UN MAL NECESARIO?

El fenómeno divisionista dentro de la religión cristiana parece no tener fin, a pesar de los supuestos acercamientos y esfuerzos “altruistas” que están realizando los promotores del megaproyecto llamado Ecumenismo, que falsamente pretende unir a todas las facciones cristianas del mundo articulándolas al Cristianismo Trinitario, pero que en realidad se trata de una farsa hábilmente planeada por el inminente Nuevo Orden Mundial, que busca unir todas las religiones mediante un fingido Diálogo Interreligioso que las unifique y las lleve sin darse cuenta a un dominio absoluto y finalmente a su aniquilación.





Entonces, por más intentos de acercamiento hipócrita que se hagan desde algunos sectores, en la práctica cada facción cristiana pretende tener la razón, y consideran enemigos a quienes no comparten su punto de vista. Cada una se siente dueña de la verdad y cada una se apoya en las Escrituras para validar ese sentir, pues todas, sin excepción, esgrimen porciones de la Biblia (y sus modos particulares de interpretarlas), como “pruebas” de que ellas tienen la verdad. Asimismo, todas dan como prueba de su veracidad las “vivencias”, es decir, las experiencias místicas que en ellas tienen lugar (ya sean sueños, revelaciones, éxtasis, visiones, manifestaciones del Espíritu Santo, milagros, entre otras) y el modo especial en que Dios supuestamente se les ha revelado. Los trinitarios harán referencia a visiones, sueños y revelaciones en las que ven a tres, lo mismo quizá harán los binitarios (que hablan de dos) y otro tanto los unicitarios (que hablan de uno). Y por último, los miembros de cada facción cristiana hacen referencia a la “convicción interna” como argumento definitivo que los lleva a asegurar que el suyo es el único camino verdadero.

De modo que ante tanta subjetividad, se hace necesario mirar el asunto desde un punto de vista más objetivo, ya que como están las cosas nada nos puede garantizar que ésta o aquella facción sea la que realmente posee la verdad. Jesús, el fundador del Cristianismo, habló de una sola verdad, de un solo camino, de un solo Dios y de una sola fuente de dispensación e interpretación de los misterios de Dios… Así que, de entre tantas interpretaciones, dogmas y facciones cristianas, ¿cuál o cuáles tienen esa única verdad, siguen ese único camino, poseen ese único conocimiento y adoran a ese único Dios? Es una pregunta que quiero plantear y dejar como inquietud a la amable audiencia, para que cada uno la medite y pida a Dios revelación.

No obstante, a pesar de que se trata de algo ciertamente lamentable, en 1a Corintios 11:18, 19, el apóstol Pablo parece afirmar que las divisiones y contiendas son, al fin de cuentas, un mal necesario, que permitirá diferenciar a los falsos creyentes de los genuinos:

“(…) cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados”.

Lo cual concuerda con la explicación que dio Cristo de la parábola del trigo y la cizaña:

“(…) Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues,  tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña,  arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero (…) De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo,  y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga”.

Vemos que en esta porción, Jesús mismo nos está hablando de una gran división dirigida por él mismo que tendrá lugar hacia el final de los tiempos, mediante la cual van a ser plenamente identificados, diferenciados y separados los hijos del maligno (aquellos sujetos dañinos que estuvieron siempre detrás de todas las divisiones, contiendas e iniquidades que azotaron al pueblo del Señor durante los siglos) de los hijos del Reino (aquellos que a pesar de sus defectos y desigual nivel de conocimiento metafísico, pusieron su fe en quien debían ponerla y se esforzaron por agradar a Dios).



Ahora bien, este proceso de separación aplicará para todas y cada una de las facciones cristianas, porque es indudable que en cada comunidad y secta hay personas perversas, pero también almas sinceras que aman a Dios y quieren llevar una vida sana y virtuosa, y que estarían dispuestas a dejarse trabajar por la unción renovadora y reveladora del Espíritu Santo, que los llevaría a un mayor entendimiento de las cosas, pero que quizá por sus temores, prejuicios y actuales creencias, alimentadas por las prédicas manipuladoras y sectarias de sus líderes, no se atreven a dar ese paso hacia la liberación mental y la actitud dispuesta a la obra regeneradora de Dios.

Por tanto, no sería extraño que en aquel tiempo en que la cizaña y el trigo sean separados, los hijos del Reino, dispersos en todas las facciones cristianas que actualmente existen, sean reunidos bajo una misma y única comunidad (como al principio) y allí sean “nivelados” por el Espíritu de Dios para que lleguen a un mismo grado de entendimiento metafísico de aquellas cuestiones que durante siglos los dividieron: la naturaleza de Dios y de Jesús, la obra redentora de Cristo y sus verdaderos alcances, los eventos escatológicos, entre otros, como asegura San Pablo:

“(…) hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,  a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.                        
                                            
Efesios 4:13 -

Palabras que indican, sin lugar a dudas, que el nivel de entendimiento de todos los cristianos no es el mismo, y que por lo tanto no existe una unanimidad completa en la fe ni en el conocimiento de Jesucristo, pero que ese es, precisamente, el objetivo al que Dios apunta: que todos los creyentes lleguen a un mismo nivel. Es decir, la unanimidad completa nunca ha existido entre los cristianos, porque hay unos con mayor conocimiento y fe que otros, pero el Espíritu que los unía al principio permitía que esas diferencias se fueran allanando, y de este modo el crecimiento del Cuerpo de Cristo se iba efectuando. Pero cuando se empezó a prescindir del Espíritu Santo, cuando en su arrogancia por creerse ya poseedores del conocimiento completo, los cristianos empezaron a aferrarse a sus propios medios de interpretación, la falta de unanimidad se fue haciendo cada vez más grande, hasta convertirse en una profunda e histórica división.

Por tanto, cuando esta unanimidad por fin se logre, y el remanente de Dios sea reunido y nivelado bajo esa única comunidad futura, regida por un auténtico vínculo de armonía y amor cristiano, los verdaderos hijos de Dios estarán realmente listos para “recibir al Señor en el aire” en su segunda venida.

Sin embargo, queda una pregunta en el aire que, nuevamente, nos debe invitar a reflexionar: ¿qué tipo de evento, o eventos, provocará esa separación entre el trigo y la cizaña, antes de la quema de ésta y la recolección de aquel?



(Extracto de la Ponencia presentada por el autor del blog en el Congreso Académico "¿Y qué de la Reforma Protestante?", organizado por el Colectivo AJI, y llevado a cabo los días 09 y 10 de Mayo de 2014 en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid de la ciudad de Medellín)




[1] En la cultura judía, los gentiles (o “gentes”) son todas aquellas personas que no hacen parte del pueblo israelita; es decir, son todos los demás pueblos de la tierra excepto el pueblo judío.

[2] También llamada Ley Judía, es el código de leyes que Dios mismo le entregó a Moisés en la cumbre del monte Sinaí cuando dirigía a los israelitas en su éxodo desde Egipto (donde habían sido esclavos) hasta la Tierra Prometida (Canaán).

[3] Doctrina cristológica que afirma que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son más que maneras o modos en que el Dios único se manifiesta, según el papel a desempeñar. De acuerdo con el historiador eclesiástico Adolf Von Harnack, en su libro “Historia del Dogma”, ésta era la doctrina que sostenían la mayoría de cristianos antes de la aparición de la doctrina de la Trinidad, la cual fue acogida principalmente por los teólogos y líderes de mediados del siglo II en adelante, quienes empezaron a imponerla como el dogma fundamental y a condenar el Modalismo, llamándolo despectivamente “Patripasionismo”, “Sabelianismo”, entre otros. Actualmente se conoce como la doctrina de la Unicidad.

[4] Expresión latina contenida en el Credo de Nicea que significa “y del Hijo”, mediante la cual se quiere expresar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Dicha expresión causó gran controversia entre las iglesias orientales, que sostenían que Él proviene sólo del Padre, y las occidentales, que sostenían que Él proviene del Padre y del Hijo.

[5] Corriente protestante que sostenía la necesidad de bautizarse de nuevo para anular el rito católico del bautismo de niños, y confirmar el bautismo sólo para los adultos, conforme está descrito en las Escrituras. No era un movimiento unificado, sino compuesto por varias sectas que diferían en otros conceptos doctrinales, si bien coincidían en el aspecto del re-bautismo.

[6] Ulrico Zwinglio, prócer de la Reforma en Suiza

[7] Antiguo seguidor de las ideas de Lutero que luego se convirtió en tenaz enemigo del reformador, y encabezó una rebelión armada contra los príncipes de los estados alemanes, a los cuales también exigía reformarse políticamente, pues de nada serviría una reforma religiosa, si el pueblo seguía padeciendo hambre y pobreza.

6 comentarios:

  1. Estaría bueno que la información sea chequeda con responsabilidad, ya que lo errores llevan a desacreditar todo el contenido. Me refiero particularmente al cuadro sobre cristianismo y sus divisiones. Allí presentas a los Valdenses como una facción ya desaparecida, y debo decirte que somos una colectividad activa, con comunidades fuertes en Italia y el Río de la Plata.

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    1. Saludos, amigo JEBUS. Muchas gracias por visitar el blog y por la corrección que me haces sobre los valdenses, pues pienso que de eso se trata: de aprender cada día más y de hacer correctivos cuando sea necesario. La verdad no tenía ni idea de que los valdenses como colectivo, facción o corriente cristiana todavía existieran, y la verdad me alegra saberlo, pues en lo poco que sé sobre ellos tengo que admitir que siento mucha admiración por su sistema de valores y ética cristiana.

      Lo que no te acepto, con todo respeto, es que me endilgues una actitud "irresponsable" ante algo que simplemente es producto de un desconocimiento, pues aunque traté de realizar el artículo de la manera más objetiva y escrupulosa posible, aún así has de saber que no estás hablando con un sabelotodo, y que por más escrupulosa que sea una investigación histórica, siempre existirán baches y datos inciertos que ni el mejor historiador sabrá precisar con exactitud... y creo que eso no convierte al investigador en un "irresponsable".

      Pienso que con hacerme la corrección sobre la continuidad de los valdenses en el tiempo hubiese bastado, sin entrar a hacerme sindicaciones o a atribuirme despropósitos que para nada corresponden con las buenas intenciones que me motivan como autor de este sitio web. Por otra parte, el hecho de que existan algunas imprecisiones en el artículo, no necesariamente tienen por qué desacreditar todo el contenido, pues si así fuera entonces tendríamos que dudar y poner en tela de juicio todo el contenido de la Biblia por las imprecisiones y aún errores que contiene en varios de sus libros... ¿y acaso lo hacemos? Te invito entonces a tener una mirada más panorámica y a la vez más sintética sobre lo que quise decir en este artículo, yendo más al fondo de la cuestión, para no caer en el error de "colar el mosquito y tragarnos el camello". Por mi parte, trataré entonces de corregir el recuadro, para lo cual te agradecería que me suministraras más información confiable (si la tienes) y de este modo hacer un recuadro lo más fiel posible a la realidad.

      Muchas gracias y Dios te bendiga.

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  2. Gran trabajo que invita a la reflexión .
    Muchas gracias!!

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    1. Gracias a usted por tomarse el tiempo de leer y analizar esta publicación. Espero que sea de gran provecho para su vida espiritual. Bendiciones.

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  3. en el esquema de iglesias el nombre correcto de los Ortodoxos e Iglesia Ortodoxa Católica y Apostólica.


    ya que al poner Iglesia Catolica Ortodoxa se confunde a la gente con las iglesias católicas orientales que estan bajo el Papa. Las Iglesias Ortodoxas, Coptas ,Apostólicas y Orientales son independientes de Roma

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    1. Cordial saludo. Gracias por la aclaración, trataré de modificar el recuadro en el punto que me indica. Bendiciones.

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